Don't fear the reaper

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 —Si seguimos por ahí llegamos a La Moneda —dijo Bianca señalando en una dirección con el dedo índice.

Kim asintió.

Había pasado una hora desde que tuvieron que retroceder al ver cinco zombis de espaldas a ellos en una calle. Se habían enterado al caminar cerca de una tienda abandonada en la que había sintonizada una radio, que en las inmediaciones del Palacio de La Moneda y la Plaza de Armas, el ejército y grupos de fuerzas especiales de los carabineros habían montado una especie de fuerte, bloqueando tres accesos principales que ahora controlaban a totalidad. Resistían abatiendo a los zombis y desde hacía un rato se emitían comunicados para que la gente que estuviera cerca de la zona tratara de llegar ahí para ponerse bajo la protección de los uniformados.

Bianca y Julia creían que esa era la única oportunidad que tenían de sobrevivir, aunque Kimberly aún no se veía muy convencida de ello; por toda su experiencia viendo películas de zombis sabía que esa clase de lugares convertidos en fuertes o refugios por los militares se tornaban en auténticos baños de sangre en un parpadeo. Sin embargo, en casi todas aquellas películas eso pasaba porque nunca se daban cuenta a tiempo que la enfermedad se propagaba por las mordidas, y dejaban entrar así gente infectada entre los heridos.

La cosa tenía que ser muy distinta ahora, los soldados sabían además que tenían que disparar a la cabeza en todo momento. La mexicana quería creer que la razón por la que todo se fue al infierno tan rápido era porque sucedió tan súbitamente que nadie pudo reaccionar a tiempo. Pero que ahora tras el primer embate, las autoridades habían conseguido reagruparse, como si esto fuera un partido de futbol en donde el equipo favorito empieza perdiendo en el primer tiempo, pero luego del descanso remontaban gloriosamente.

Que así sea, chingada madre, que así sea, se dijo a sí misma.

Continuaron el camino, con ella al frente luego de la indicación de Bianca, así lo estaban haciendo desde hacía rato: se detenían, Bianca señalaba hacia dónde, y Kim volvía a hacer que reanudaran la marcha.

Sin armas, se daban cuenta que dependerían totalmente de sus habilidades cuerpo a cuerpo.
  
Julia les había dicho que ella sabía karate, era cinta negra. La maid nunca se lo hubiera imaginado esa noche que la conoció en el avión que las sacó de México. No fue un tema del que hablaron durante el vuelo ni un tema del cual se hablara en el restaurante después de haber aterrizado, ni en la carne asada en casa de los Morrison. En cambio sí sabía que Bianca era cinta marrón en karate, aunque hasta el momento ella no había tenido que usar sus conocimientos en artes marciales para enfrentar a los zombis. Por su parte las habilidades de Kim estaban más que probadas.

Pero por más Ángeles de Charlie que fueran ella y sus dos amigas, preferiría mil veces tener aunque fuese una pistola calibre .22 para así no tener que hacer contacto físico con esas repugnantes criaturas. Sí, repugnantes más allá de estar en la mayoría de los casos bañados en sangre ---ya propia o ajena---, repugnantes por el hecho de ser cadáveres andantes, cuerpos que desde el momento en que dejaban de respirar, sus órganos comenzaban el proceso de descomposición, su piel igual, y cualquier tejido, excepto el cerebro.

¿Cuántos años pasarían hasta que esos monstruos se desintegraran y volvieran al polvo? ¿Sería ese el modo en el que los vivos podrían recuperar el control de la tierra alguna vez? 
   Tenía lógica, si a eso se atenía, los vivos prevalecerían al final, después de todo esas cosas tenían ya fecha de caducidad. Al pensar en eso se sintió optimista.

Nos la van a pelar, esto pasará, cinco años a lo mucho, incluso menos, sí, pensaba Kim, y no pudo disimular su sonrisa.

     — ¿Qué pasa? —preguntó Bianca confundida por ver esa expresión tan fuera de lugar en esos momentos.

La muerte ha renunciadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora