Ese Mayordomo, Confundiendo Al Conde

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Ciel sintió que algo no andaba bien, o al menos una parte dentro suya parecía creerlo, muy en su subconsciente mientras dormía

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Ciel sintió que algo no andaba bien, o al menos una parte dentro suya parecía creerlo, muy en su subconsciente mientras dormía. Una fuerza extraña y misteriosa parecía ser la forma definitiva y correcta en la que quería buscar y atar contrariedades dentro de su sueño porque sentía que no era del todo correcto lo que estaba pasando. Y así fue, abrió un poco uno de sus ojos, parpadeando en más de una ocasión para que la luz se acoplara a sus pupilas, siendo un acto de reflejo que su parte demoníaca se activara entre tanto movimiento de sus pestañas. Todo estaba a oscuras, y por los olores de la tarde que llegaba a su sensible nariz, indicaban que se había pasado una gran parte del día dormido. Talló sus manos contra sus ojos, tratando de acoplarse: realmente no recordaba nada de lo que había pasado antes de dormir, sólo la vaga idea difuminada de que había ordenado a Sebastian quedarse con él esa noche.

Y de pronto lo recordó...

—¿Sebastian? —llamó de golpe, poniéndose de pie y creyendo por una vaguedad sin fundamento que ese demonio lo había abandonado, como en algún momento lo había hecho cuando él era humano. Giró por todos lados, ladeando su cabeza con su cuerpo enderezado, logrando captar al instante como el ser que hasta hace unos segundos buscaba con desesperación, estaba a su lado, durmiendo sin camisa, ¡ah!, todo estaba bien...

¿¡Durmiendo sin camisa!?

Se quedó quieto, sintiendo como la vergüenza se iba eclipsando en su cara y el color rojizo se colaba por toda su cara, tratando de procesar lo que había pasado. Para colmo, sintió frío, logrando entrar en un terrible escalofrío cuando cayó en la cuenta de que tenía desabrochada la camisa que tanto le había costado abotonar, dejando su delgado pecho al descubierto: ¡no podía ser!

—Sebastian, ¡despierta, idiota! ¡Es una orden! —gritó con desespero nada disimulado el menor, tomando su almohada más cercana antes de impactarla sobre el tranquilo rostro de Michaelis, que tenía sus ojos completamente cerrados, con su pecho subiendo y bajando en un compás silencioso y un rostro más atractivo que cualquiera que Ciel haya visto en su longeva existencia de más de cien años.

El mayordomo pareció sentirse amenazado, ya que un gruñido certero se le escapó cuando sintió que se ahogaba por la tela, dando un grito de asombro antes de enderezar su cuerpo, con el espanto en su cara.

—¿Qué ocurre, joven amo? ¿Está bien? —cuestionó, tratando de acoplarse al ambiente. Ciel no dijo nada por unos breves instantes, mirando con consternación sincera el bien formado torso desnudo de Sebastian: no era tan delgado, pero tampoco tan musculoso, era perfecto, ¿por qué él no podía ser así?—. ¿Joven amo?

—¿Por qué no me despertaste? —Se limitó a responder, ofendido por las acciones de su demonio, sacudiendo su cabeza para olvidar los pensamientos envidiosos que había tenido. Trató de evadirle la mirada, pero terminó cediendo a mirarlo a la cara de reojo.

—Mis disculpas, creo que me quedé dormido —cuestionó, pasando una mano sobre sus algo desordenados cabellos azabaches y tiró un suspiro al aire. Ciel soltó un puchero por unos breves instantes y se volvió a tirar a la cama, más tranquilo.

—Pensé que los demonios puros no dormían.

—¿No lo recuerda? Usted me ordenó dormir —contestó su pregunta sin ninguna falsedad o mentira en sus palabras. Phantomhive negó y se tragó un temblor que a su vez lo engulló por todo su cuerpo: era cierto, él le había dicho eso, pero no esperaba que sí lo cumpliera—. Y me dormí —respondió orgulloso, casi dando la sensación de que le salían estrellas brillantes y colores pasteles a su alrededor. Parecía orgulloso por haber dormido.

Ciel mordió sus labios al oír esas palabras, rodó sus ojos con cierta sorna y delineó una sonrisa un tanto divertida.

—¿Por qué no te has parado? ¿Te gustó dormir en mi cama? —aludió con cierto tono burlesco, dando una risa un poco absurda, logrando sacar una sonrisa en Sebastian que jugaba con sus sentidos. No sabía si eran imaginaciones suyas, o de cierta forma ese mayordomo estaba volviendo a ser en cuanto a ánimos y personalidad como cuando él era un humano. De sólo hacerse esa idea, un nudo se formó en su garganta, porque si le daban a elegir entre pasar la eternidad con alguien, posiblemente eligiera a Sebastian, porque él siempre estuvo a su lado, aunque eso estipulaba el contrato.

Pero incluso esa afirmación era mentira, porque tampoco quería ser un egoísta con él.

—¿Recuerda que me ordeno que no podía levantarme de la cama? Pues no lo he hecho, es mi estética como mayordomo, no puedo eludir sus órdenes. —Se contradijo él solo por lo que había pasado la noche anterior.

—Pues ya puedes pararte —renegó Ciel, al recordar poco a poco todo lo que había pasado la noche anterior, al despertarse más de lo que estaba hace unos minutos atrás.

—Está bien, joven amo —aventuró a hablar el mayor, dándose prisa para levantar su cuerpo del mullido colchón y caminar hasta una silla donde había dejado la ropa que no llevaba puesta al dormir.

Ciel sintió un escalofrío al recordar lo que pasó, y volvió a tener la duda de si ese demonio tenía emociones o no, ya que todo parecía indicar que no, no tenía.

Lo vio colocarse su camisa blanca, seguida su corbata. Lo miró de reojo en silencio, con una sonrisa vacía en sus labios. Era un gran avance, antes no sonreía para nada, y aunque no tenía ese toque juguetón cuando eran cazador y presa, al menos había algo. Ciel no sabía cómo lo había logrado, pero había progresado. Eso lo ponía, en lo que cabía, como alguien afortunado, pero tampoco quería encariñarse de un demonio.

Seguía teniendo un enorme nudo en la garganta, como si quisiera llorar.

Eso era una estupidez.

—Le traeré un almuerzo dulce dentro de unos minutos, por favor, le ruego me espere —soltó con elocuencia, antes de salir del enorme cuarto y dejar todo en silencio.

Cuando Ciel se quedó solo, y los pasos de Sebastian se fueron alejando de su agudo oído, logró dejar de contener la respiración, tratando de dejar escapar un suspiro, escapándose un sollozo de sus labios. Con rapidez se tapó su boca, con la sorpresa contenida en sus labios, antes de entrar en un trance enorme del cual fingía no querer salir. Pensó en Sebastian, en su forma humana, con sentimientos vacíos y siendo un simple recipiente, se oía horrible, pero aun así, logró sacar un sonrojo en el de menor estatura. Colocó ambas manos sobre su rostro, tratando de cubrirlo, cubrir todo, hasta los sentimientos que quisieron salirse de su cara.

—La eternidad es demasiado larga —respondió para sí mismo, diciendo que ya no había lugar para retractarse a la idea de dejarlo ir.

Y todo había sido su culpa, porque la noche anterior, le había pedido a Sebastian sentir su corazón.

Y todo había sido su culpa, porque la noche anterior, le había pedido a Sebastian sentir su corazón

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Esos Demonios, En La Eternidad [SebaCiel] | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora