ꜰʀᴀɢᴍᴇɴᴛᴏ ᴅÉᴄɪᴍᴏ

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¡Décimo y último día de la BokuAka Week 2020!

No tengo vergüenza, lo sé. Ni siquiera puedo seguir llamando a esto week porque han pasado literalmente cinco meses desde que la week terminó, y yo vengo con mi cara bonita a actualizar por fin los dos últimos días. Sin embargo, es que me negaba a dejarlo ahí, coja, incompleta, lloriqueándome para que la continuase cada vez que abría mi perfil, y me negaba a sacar nuevos proyectos dejando esto abandonado para siempre. Quiero empezar bien el nuevo año, gracias.

Así pues, después de tanto ni siquiera sé quienes seguís aquí, pero os agradezco de corazón vuestro tiempo para leer cada pedacito de esta historia.

En esta última viñeta le doy mil gracias a mi señora Ishtarte por ayudarme a sabiendas de que el arte de escribir este tipo de cosas se me escapa.

Y, ahora sí, os dejo con el último fragmento de un infinito:

Y, ahora sí, os dejo con el último fragmento de un infinito:

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Free day:

𝒞𝒶𝓃𝓃𝒾𝒷𝒶𝓁

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«¿Me quieres?»

«Sí.»

«¿Más que a tu vida?»

«Mi vida ya es tuya.»

Aquella voz, que resonaba lejana camuflada entre las lágrimas ardientes que le recorrían las mejillas, le susurraba verdades amargas que se fundían con la dulzura carmín que relamía de sus propios dedos.

Dulzura, vida, muerte, sangre. Su sangre.

Su sangre, que es todo lo que queda de él pero que a Akaashi parece ahogarlo inmisericordemente en un mar que le grita al oído y se le aferra con sus garras de culpa afilada. Y el corazón le late con ansia de dejarse arrastrar hasta el fondo, de quedarse sin respiración y vivir y morir para siempre en aquel momento eterno.

Se mira las manos, bañadas en rojo, y se pregunta si existe algo más hermoso y más aterrador que aquello. Algo más hermoso y más aterrador que el sonido de la carne desgarrarse bajo la presión de los colmillos, la calidez de la sangre bañando su alma y arropándolo como una macabra canción de cuna; el amor que brillaba en unos ojos dorados sin vida.

Lo quería, lo quería tanto; y por eso se sentía tan bien.

Se pasa la muñeca por la boca, y se limpia un rastro que, Keiji sabe, jamás podrá irse de su piel porque es ahora parte de él. Y el olor lo envuelve y le salivan los labios y le nace un gemido de la garganta; mitad placer, mitad congoja.

Y se acurruca ahí, como un gato herido  o un niño asustado, sobre una mancha fresca de sangre en la moqueta mientras las lágrimas se le confundían en las comisuras de su sonrisa afilada.

«Lo siento, lo siento. No pude parar.»

BOKUAKA WEEK 2020 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora