ꜰʀᴀɢᴍᴇɴᴛᴏ ᴄᴜᴀʀᴛᴏ

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𝒞𝓁𝑜𝓉𝒽𝑒𝓈 𝓈𝒽𝒶𝓇𝒾𝓃𝑔

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Akaashi huele a lavanda, y Koutaro se encuentra a si mismo con la sonrisa boba de niño inocente con la nariz escondida en los pliegues de la bufanda, el invierno silbando en su oído pero el corazón caliente y tranquilo. Akaashi huele a lavanda y a atardecer de primavera, y sus nudillos fríos le rozan las mejillas cuando le envuelve la tela al rededor del cuello y los hombros, como una madre o un ángel o demasiado para él.

—Te vas a resfriar si siempre sales tan desabrigado, Bokuto-san.

—¡Pero si Akaashi siempre me deja su bufanda favorita!

Y se siente grande, importante, insuperable, cuando Akaashi le sonríe en una mueca pequeña y las mejillas arreboladas por el frío y por verse descubierto, leído con la facilidad de un libro para colorear. Otro niño, uno con una travesura que no ha terminado de salir bien. Es porque luego huele a ti.

Bokuto huele a hierba recién cortada y un poco al rocío de la mañana. Un nosequé fresco que cala hasta lo más hondo y reverbera entre las costillas y el estómago, como un remolino. Lo sabe porque se ha llevado horas enteras respirándolo, a él y a su rocío sobre el césped. Tiene su olor impregnado en su bufanda y en su ropa y en él mismo, acunándolo —a él, a Akaashi, el que huele a lavanda— y sonrojándole las orejas.

"Toma" le dice, y Akaashi lo ve quitarse uno de sus guantes de lana gris, esos que tienen gastados la yema de los dedos porque tienen ya bastantes inviernos encima. Akaashi la toma con inseguiridad, como temiendo que fuera a desaparecer en cuanto pudiese tocarla. "¿A que son calentitos?" Y Akaashi está a punto de decirle que sí, que se le ha calentado el corazón de golpe cuando lo ha visto sonreír de esa manera, como un trozo de verano entre la nieve. Pero solo asiente porque no le bastan las palabras.

Y se mira la mano enguantada con curiosidad innata, preguntándose cuanto tiempo podría durar ese cosquilleo que nace en las yemas de sus dedos. Pero entonces de las cosquillas emerge una chispa y todo prende y arde y se consume cuando su otra mano, esa que aún saluda al invierno, es atrapada por la de Koutaro, que enreda y entrelaza y aprisiona sus dedos y le da calor, y los funde a los dos en primavera dentro del bolsillo de su abrigo.

Akaashi huele a lavanda y Bokuto a hierba recién cortada, y sus olores se entremezclan entre el agarre de sus manos —y en la bufanda y en los guantes— y les pica en  la nariz y les arranca sonrisas. Se les calienta el cuerpo y le adormecen las preocupaciones.

Sigamos así un rato más.

BOKUAKA WEEK 2020 [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora