Capítulo 2

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Aún ahora me cuesta llevar la cuenta de las cosas que cambiaron. Habíamos sido arrastrados por una ola agresiva que nos empujaba cada vez más al fondo, revolcándonos. Por más que intentáramos ir arriba el agua nos hundía. Curioso, tampoco es que nos tragara por completo, así que no lográbamos morir. Al menos no físicamente.

Daniel decidió relevar a Ztefy Khary de sus servicios para conmigo, puesto que su empatía hacia nuestro dolor era nula. Ellos tenían una amistad que se había formado desde mucho antes de mi nacimiento, así que en honor a ello el Zethee simplemente le delegó algo más de lo que encargarse, pero fuera de Montemagno.

–¿No crees que exageras?– le pregunté cuando le prohibió entrar en nuestros aposentos –Sé que nunca le agradó Eli... Pero tal vez esté buscando apoyarnos.

–Celebró cuando lo supo– zanjó.

No le di crédito a mis oídos.

–Miguel Angelo me lo dijo– prosiguió –Era de esperarse. Más de una vez me hacía comentarios totalmente fuera de lugar.

–¿Ztefy?– repliqué, un segundo antes de reconocer que no era tan descabellado.

–Acostumbraba interrumpir mis ocupaciones para preguntarme cuando mataría a la esposa de Diego.

Enarcó una ceja pero su semblante era triste. Fue la primera vez que le vi esa expresión, imaginé que la mía no sería mejor.

–¿A dónde la enviarás?– quise saber.

–Trabajo de campo, rastreando cazadores.

–¿Quién tomará su lugar?– me limpié la cara, se había vuelto habitual que mis lágrimas corrieran sin darme cuenta.

–Estaba pensando en Andmeé. No sé si estarás de acuerdo.

Andmeé... la esclava que nunca llegó a ser flor y que amaba a Daniel. Al igual que Thyaret, ella tampoco había dejado Montemagno.

–Supongo que está bien, podríamos ver que tal funciona– convine, esperando que no fuera una decisión equivocada.

Hasta ese momento en mi vida nunca había experimentado la pérdida, era raro para mí que cualquier cosa me trajera algún recuerdo de Elizabeth y volviera a escocerme por dentro, haciéndome llorar. Durante el día era muy incómodo pues debía ocultarme de Mary Angelle para que no me viera así.

Para mí fue muy difícil volver al cementerio. Daniel empezó a visitar la tumba desde el día siguiente al sepulcro, una nueva rutina a la que fue fiel cada mañana por varios días hasta que se propuso dejarlo atrás.

–No quiero repetir lo que hice con Ellie– me dijo, partiéndome el corazón al demostrarme como se sentía al respecto –No puedo volver a vivir así.

Yo no había ido con él ni una sola vez. Pero cuando Adrián volvió a caminar y quiso despedirse de Elizabeth, decidí acompañarlo. Daniel no lo haría. Como dije antes, lo único que mi hijo obtuvo de su padre además de la paliza fue indiferencia.

Y la visita a la tumba fue más dura de lo que creí.

Yo me había detenido en la entrada del cementerio, después de cruzar el puente. Me faltaba valor. Adrián tomó mi mano, entrelazando nuestros dedos para hacerme caminar entre las muchas esculturas mortuorias. Mi cara ya estaba mojada para entonces.

Elizabeth reposaba en un mausoleo vecino al de Ellie, y de estructura similar. Victoriano y elegante, rodeado de flores que perfumaban hasta calar hondo en los pulmones. Una esclava hermosa y bien adornada quitaba las hojas secas entre las rosas mientras otra regaba las que ya estaban limpias, al vernos dejaron sus tareas y se apartaron con gracia del lugar tras dedicarnos una sencilla reverencia. Entre mi hijo y yo reinaba el silencio. Por él me forcé a entrar.

Corona de Sangre  | Libro 7Donde viven las historias. Descúbrelo ahora