Capítulo uno

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Si no toma aunque sea una taza de café o se fuma un cigarrillo ahora (Estaría excelente si pudiese tener ambas cosas) entonces sentirá que su cabeza va a explotar junto con la poca paciencia que le queda. Está llegando tarde de la oficina y tiene una reunión importante al día siguiente para la que debe de prepararse, pero los niños no paran de pelear y Ellio, su hijo menor que apenas tiene un año de edad, estaba llorando desde su silla para el auto.

Joder, que los ama pero también hacen que se le suba la presión.

—Edward ¿Puedes dejarle el cabello a tu hermana? —preguntó en un tono cansado, tratando de mantener su mirada en el camino y no en sus ruidosos niños. Edward, el pequeño alfa de seis años formó un puchero con sus labios rosados y miró a su padre con ojos cristalizados.

—Ella comenzó —murmuró mientras se cruzaba de brazos.

—¡No es cierto! —protestó la pequeña Abby, también alfa, con un ceño fruncido y voz exaltada.

Harry contó hasta a diez, estacionó el auto en la cafetería en la que siempre solían comer y casi salta de alegría al ver como sus hijos se olvidaron de su pelea infantil para alegrarse de haber llegado. Se bajó del auto para abrirles la puerta y tomó la silla del bebé después de quitarle el seguro. Ellio había dejado de llorar y lo miraba con sus ojos grandes y grises, iguales a los de su madre.

No quería pensar en ella.

Edward y Abby entraron entre risas haciéndose competencia de quien llegaba primero a la mesa y Harry sólo les llamó la atención para decirles que no corrieran.

El olor a comida y a café logró disipar un poco su estrés. Siempre se decía a sí mismo que no podía estar llevando a sus hijos a comer fuera todo el tiempo o hacer que alguien más les cocine y que debía de aprender a hacerlo él mismo, pero al llegar a esa cafetería siempre terminaba deshechando la idea (Además de que no tenía tiempo para eso).

Ruby, la mujer mayor y omega que atendía la cafetería le saludó con la misma familiaridad de siempre. Es una señora de contextura gruesa, mejillas rojas y largas pestañas que siempre olía a galletas. Sus niños la adoraban y ella a ellos.

—Aquí tienes tu café cariño, le diré a Darryl que ya les de su cena a los pequeños —habló la amable mujer después de saludarle. Muchas veces ella le había salvado la vida con respecto a sus hijos y se lo agradecería siempre.

—Ruby, yo realmente no sé lo que haría sin ti —contestó con una sonrisa mientras tomaba la taza caliente y le daba un sorbo. El amargo líquido pasó por sus papilas gustativas y dio un suspiro de alivio al tragar.

—Rubyyyy, tengo hambreeeee—intervino Edward, colocando sus manos sobre su estómago en un gesto exagerado. Edward y Abby, quienes son mellizos, son su vívida imagen. O al menos eso le había escuchado decir a todo el mundo, y pensaba en que tenían razón.

Ambos tenían el cabello de un rubio cenizo (Mismo color de cabello que tenía Harry a su edad), hoyuelos en las mejillas, ojos verdes e incluso la misma nariz. Pero él había sido un niño tranquilo y serio, a diferencia de sus hijos que eran ruidosos y estaban llenos de vida. Amaba eso de ellos.

Y Ellio, su hijo menor, físicamente no tiene nada de él pero sí todo de su madre. El cabello negro y espeso, sus ojos y las mejillas llenas de pecas.
Ellio a diferencia de sus hermanos se muestra más introvertido y callado, detesta el ruido y llora con facilidad. Así que podría decirse que él si tenía una personalidad parecida a la suya de cuando era un niño.

—¿Ya renunció la niñera?—preguntó Ruby divertida, mientras veía como Harry regañaba a Edward por querer subirse sobre la mesa y a Abby por alentarlo. Él se estaba acercando a la mesa y acomodando la silla para bebés que tenía la cafetería y sentar a Ellio en ella.

i was lost until I met youDonde viven las historias. Descúbrelo ahora