Rose había llegado a la ciudad hacía tres semanas, después de pasar cuatro años en el extranjero junto a sus padres. Ellos habían tomado la difícil decisión de llevársela para someterla a un tratamiento especializado, o al menos eso era lo que siempre le habían dicho. Todo ocurrió después de un accidente que le arrebató por completo la memoria.A pesar de ello, Rose había conservado sus habilidades, especialmente aquellas que siempre le apasionaron, como las matemáticas. Sus padres creían que con el tiempo podría valerse por sí misma, y por eso la animaron a continuar con su vida. Fue así como Rose estudió durante tres años en la universidad para convertirse en maestra y, finalmente, fue seleccionada para hacer sus prácticas laborales en su ciudad natal, el lugar del que no recordaba nada.
Era un jueves por la mañana como cualquier otro. La nieve caía lentamente, cubriendo la ciudad con un manto blanco. Rose caminaba con las manos en los bolsillos de su chaqueta, buscando protegerse del frío que parecía inundarlo todo.
Llegó al edificio donde realizaría su práctica profesional: una escuela prestigiosa conocida como Net Land. Aunque Rose había sido una alumna brillante que se graduó con honores, ese día no se sentía como la chica perfecta que todos veían. Era el comienzo de una vida independiente, una que esperaba construir por sí misma, aunque el peso de no haber recuperado su memoria la acompañara constantemente.
Al cruzar las puertas de la escuela, una extraña sensación la invadió. Era un déjà vu, una certeza inquietante de que ya había estado allí antes. Su corazón y su mente le gritaban que aquel lugar le era familiar, pero no lograba recordar absolutamente nada. Sacudió la cabeza para despejar sus pensamientos y avanzó hacia el mostrador de recepción.
—Buenos días —saludó, apoyando las manos en el mesón mientras miraba a la recepcionista.
—Buenos días —respondió la mujer, mirándola con cortesía antes de continuar—. ¿Puedo ayudarla?
—Sí, vine por mi práctica laboral.
La recepcionista asintió y comenzó a teclear en la computadora, buscando en el sistema.
—Veamos... Aquí está. Por lo que veo, sí, usted está registrada como nueva ingresada. ¿Es usted Rose Brown?
—Sí, soy yo —confirmó Rose con una sonrisa leve.
—Perfecto. Necesito que coloque su dedo índice en el detector de huellas, por favor.
Rose obedeció, pero la pantalla mostró un mensaje inesperado: error.
—Disculpe, parece que hubo un problema. ¿Podría intentarlo de nuevo?
—Claro —repitió Rose, colocando el dedo otra vez.
El mismo resultado.
—Esto es extraño... Déjeme revisar. Quizá el sistema está fallando.
Rose trató de mantenerse tranquila, aunque un nerviosismo inexplicable empezaba a apoderarse de ella. Pero entonces, la expresión de la recepcionista cambió. Su rostro se transformó en una mezcla de confusión y horror mientras miraba la pantalla.
—Señorita Brown... —comenzó a decir, vacilante—. Esto es muy extraño. Usted no está registrada como Rose Brown. Aquí aparece como... Magdalena Russel.
Rose sintió que el aire le faltaba.
—¿Qué? No, debe ser un error. Yo soy Rose Brown —insistió, negando con la cabeza.
La recepcionista dudó, pero giró la pantalla hacia Rose para que pudiera verlo por sí misma.
Allí estaba. Su foto. Su rostro. Pero el nombre que aparecía era Magdalena Russel. Más abajo, otra revelación estremecedora: el acta de defunción de esa persona.
—Esto no puede ser... —susurró Rose, sintiendo cómo su respiración se aceleraba.
—Lo siento mucho —dijo la recepcionista, ahora visiblemente preocupada—. Puedo revisar nuevamente. Quizá se trata de un error en el sistema.
Rose no respondió de inmediato. Sus ojos permanecieron fijos en la pantalla, en aquella imagen que confirmaba lo imposible. Sus manos comenzaron a temblar mientras se aferraba al mostrador. La fecha del acta de defunción era exacta: cuatro años atrás, un jueves por la mañana, el mismo día que estaba comenzando sus prácticas laborales.
Todo lo que le habían dicho, todo lo que había creído, se tambaleaba. Magdalena Russel. Ese nombre. Ese pasado. Las piezas comenzaban a encajar, y Rose sintió cómo el peso de las mentiras que la habían rodeado durante años caía sobre ella.
Por primera vez, el vacío en su memoria ya no parecía algo natural. Era un muro deliberado que ahora comenzaba a resquebrajarse.
El frío de aquel jueves no era nada comparado con el frío que se apoderaba de su pecho al darse cuenta de que su vida no era lo que creía.
Algo había quedado atrás. Y todo apuntaba a que era su verdadera identidad.
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Mientras soñaba tu nombre
RomanceMagdalena Russel es una mujer exitosa en el mundo empresarial, cuya vida da un giro inesperado tras un trágico accidente. Al despertar en el hospital, descubre que ha perdido completamente la memoria. A medida que intenta reconstruir su vida, empiez...