Capítulo 14: Juicio.

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- Su hermano, Alejandro, tiene dos opciones: quedarse paralítico de las piernas o morir. El estado en el que usted lo trajo es deplorable; su hermano está en un nivel alto de anemia, y los cortes que sufrió en su cuerpo han dado paso a algo peor: leucemia. Afortunadamente lo hemos detectado a tiempo, pero los doctores temen que por su estado crítico de anemia no soporte la quimioterapia y transfusión de sangre y muera en el proceso.

Dijo, escogiendo con sumo cuidado las palabras. Escuchaba un sonido agudo pitar en mis oídos y me sentía mareado: puede perder las piernas o morir. Yo quiero que se quede conmigo, que viva y que vivamos juntos por lo que queda de nuestras vidas. Miré a la enfermera, quien me miraba con profunda tristeza reflejada en sus ojos.

- ¿Puedo entrar a verlo?

Pregunté, mi voz sonaba como si perteneciera a otra persona. Ella asintió e hizo un movimiento con la cabeza, indicándome que la siguiera. Caminamos por una serie de pasillos que se me antojaban idénticos, todos blancos y monótonos. Se escuchaban pláticas entre doctores en voces apagadas y el olor a alcohol quirúrgico impregnaba el aire.

Entré a la habitación de mi hermano y sentí mi corazón partirse en pequeños trozos. Estaba en la camilla, pálido y demacrado, con múltiples curitas en el rostro y vendas más grandes en el resto de su cuerpo. Al verme entrar sonrió de una manera que haría llorar a cualquiera: con alivio, agradecimiento y añoranza. Caminé hacia él, con la intención de abrazarlo, pero me recordé que habían cosas importantes.

- Hermano, ¿Estás dispuesto a dar tus piernas para quedarte conmigo?

Pregunté. Según la enfermera él ya había sido informado de su situación, pero que simplemente se negaba a dar respuesta. Él me miro y vi algo reflejado en sus ojos: terror, miedo y una pizca dolorosa de desesperación.

- Los doctores dicen que sufre un trauma; lo más probable es que no vuelva a hablar.

Dijo, mirándolo con ternura. Mi Alex, una parte de mi corazón, ¿Jamás volvería a oírlo hablar? Su sueño siempre había sido cantar, y cantaba de una manera que hacía que tu corazón brincara. Acaricié su mejilla, extrañando aquellos días en donde vivíamos solos con nuestra madre, unos meses después de que el pobre diablo de mi padre nos abandonara, cuando Alex cantaba mientras que yo tocaba la guitarra y cantaba con él los coros, la manera en la que mamá aclamaba como si fuera un público de mil personas. Todos aquellos recuerdos son solo eso; recuerdos. Nuestras vidas jamás serán iguales, y ambos lo sabemos. Él asintió, dejando que un poco de su cabello castaño, que ya estaba algo largo, cayera en su frente. Las lágrimas anegaron mis ojos, y lo abrasé, rezando a dios para que sobreviviera a las quimioterapia.

- Él ha accedido a la quimioterapia.

Informé, tratando de ocultar mi preocupación. Alex sabía las complicaciones que acceder le traerían, y aun así decidió tomarlas para quedarse conmigo. Besé su mejilla y frente, aparté su cabello de su frente y me salí de la habitación. La enfermera me indicó el camino para llegar con Jane, quien, según los doctores, había despertado por fin.

Al abrir la puerta sonreí tímidamente. Llevaba puesta una bata de hospital, la cual no disimulaba o escondía las quemaduras de los brazos. Su mejilla izquierda seguía quemada y cambiaba un poco sus facciones, pero para mí seguía siendo tan hermosa y radiante como el sol. Ella, al verme sonrió y me indicó que me acercara.

- Gracias por salvarnos.

Dijo, mirándome a los ojos y con gran alegría. Lucía una expresión de exhausta alegría, haciéndola ver dormilona. Su expresión cambió a una triste y avergonzada, y con una mano se cubrió el rostro.

- Soy un monstruo, ¿No es cierto?

Dijo, mirándome a travez de una pequeña ranura de sus dedos. Sus hermosos ojos azules brillaban con mayor intensidad en la obscuridad. Con ternura y delicadeza bajé sus manos y contemplé su bello rostro. Ella se sonrojó y trató de mirar a otro lado, la tomé del mentón y la besé de lleno en los labios. Sentía miedo de lastimarla, así que lo hice con mucho cuidado.
Nos apartamos por falta de aire, y antes de que ella dijera algo, la interrumpí.

- Jamás dejarás de ser bella para mí.

Dije, peinando su sedoso cabello con los dedos. Ella puso una mano en mi mejilla y me miro con los ojos ligeramente anegados en lágrimas. Sonreí y la besé en la frente.

- Te conseguiré a un buen abogado, para que te ayude en el juicio venidero.

Me dijo, adoptando seriedad. Tenía razón: necesitaría un buen abogado si quería ganar el juicio. Traté de ocultar la preocupación y la recosté con mucho cuidado.

- Has pasado por mucho en un día, descansa.

Le dije, y caminé fuera de la sala.

Al estar a unos cuantos pasos de la puerta del hospital mi celular timbró con un mensaje. Al abrirlo me llevé una sorpresa: era del juez, diciendo que habían suficientes testigos y que el juicio se llevaría a cabo en tres días. Suspiré y caminé a mi auto.

Un amor de pandillaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora