Capítulo 14. Acercarse

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A altas horas de la madrugada se divisaba a un chico saliendo a hurtadillas de su habitación.

A este joven no le agradaba mucho la idea de salir de su cómodo cuarto, y menos a esas horas, donde la noche atacaba con esas brisas gélidas que te hacían querer regresar al refugio de tu cama.

Para su mala suerte, lo único que había tenido en esos momentos de ropa limpia a su alcance era una mísera camiseta. Por lo que al andar por los pasillos en busca de las escaleras no podía evitar abrazarse a sí mismo en un intento de no tener tanto frío, y chasqueaba la lengua con fastidio cada vez que una ventisca rozaba con su piel estremeciéndolo.

Pero aunque se quejara de estas pequeñeces no retrocedía frente a su objetivo.

Realmente su cerebro quería estallar por la música de sus compañeros, ¿cómo demonios podían estar haciendo una fiesta en ese momento?, las personas necesitan dormir. Lo único que el chico deseaba era poder descansar correctamente, pero los demás miembros de los Toros Negros no se la ponían nada fácil.

Al ver que no pudo hacer nada contra el insomnio decidió invertir su tiempo en hacer figuras de arcilla de su adolatrada hermana, casi ya había llenado un estante de su librería con dichas figuritas pero no se cansaba de repetir el mismo proceso una y otra vez. Para él era bastante entretenido, era una de sus formas para demostrar aquel inmenso amor que tenía hacia la pequeña.

Desafortunadamente al terminar su figura treinta de esa noche notó que se había quedado sin arcilla para moldear y murmurando maldiciones no le quedó de otra que ir a buscar más al ático.

Por alguna extraña razón en ese lugar habían muchas cosas, y curiosamente ya había encontrado arcilla allí antes por lo que no dudó ni un segundo antes de dirigirse hacia allá.

Al empezar a subir las escaleras notó como todavía perduraba el alboroto en el piso inferior y puso una mueca en desagrado.

«Que ruidosos» fue el pensamiento más notorio que permaneció en su mente cual densa neblina.

Tomó el cerrojo de la puerta forzando a su memoria a recordar exactamente donde estaba la materia que necesitaba.

Mas todos esos pensamientos se desvanecieron, remplazándolos por una inseperada sorpresa al abrir la puerta, y descubrir que no estaba sólo.

Una chica se encontraba frente a un viejo espejo, manchado y lleno de polvo por el pasar de los años, pero conservando su reflexión a la perfección. Ella se admiraba a sí misma viendo si le quedaba del todo bien un disfraz que representaba a la vestimenta de las mujeres en siglos pasados. Una peluca de ondulados rizos rubios cubría su cabeza, la cual cayó al suelo cuando la joven notó la presencia del otro.

¡¿Gauche-kun?! —exclamó sorprendida y con la cara completamente roja al haber sido cachada en un momento así.

¿Grey? ¿Qué haces aquí? —inquirió este un poco más calmado que la otra, porque aunque el fondo de su mente formulaba varias preguntas, la indiferencia arrasaba con toda la curiosidad.

La peli-azul solamente cubrió su rostro con las manos sintiendo el humo salir de su avergonzado rostro.

P-pues yo... Ve-verás... —trataba de contestar—. ¿P-por qué estás tú a-aquí Gauche-kun?

El chico ni la miraba ya, había pasado a su lado con desinterés y ahora rebuscaba entre las cajas y cajones del lugar.

¿Eh? Ah, venía por arcilla, se me terminó y ya no puedo continuar haciendo figuras de mi diosa Marie —respondió sin despegar su vista de los distintos objetos que encontraba en su búsqueda.

¡Ese idiota!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora