VII. Todo sobre ti

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"Los monstruos más temibles, son los que se esconden en nuestras almas"

Edgar Allan Poe

A pesar de ser completamente diferentes y provenir de lugares para nada parecidos, el humano y el ángel se las habían arreglado para convivir, de modo que su rutina se iba haciendo cada vez más natural.

Aunque todavía seguían teniendo sus diferencias; Yuta no terminaba de soportar el mal genio de Taeyong, y el pelinegro no podía concebir que alguien fuese tan positivo como el ángel. Pero, a fin de cuentas, el humano intentaba ser más amable con Yuta, y al parecer, el ángel lo notaba.

Por las noches, Taeyong hacía tiempo cerca de la sala, donde Yuta arreglaba el sofá para dormir; una vez que todo estuviera listo, el pelinegro le daba un último vistazo al ángel para asegurarse de que todo estuviese bien, luego se retiraba a dormir.

Yuta se dio cuenta de que a Taeyong le encantaba experimentar con su cabello, a veces cambiaba algunos mechones de color, o lo recortaba. Al ángel le impresionaba la creatividad del humano y que siempre terminaba luciendo bien. Pero debido al brazo fracturado del humano, le era difícil arreglar su propio cabello; al notar eso, Yuta comenzó a ayudar al humano. No se atrevía a cortar su cabello, pero para Taeyong, el que lo pintara era más que suficiente. Con el paso de los días, el humano tuvo más movilidad en el brazo, tanto como para poder hacer algunas cosas por su cuenta, pero, aun así, Yuta seguía siendo, y con mucho orgullo, el encargado de teñir el cabello del humano.

Había una cosa que tanto Yuta como Taeyong habían notado, pero no se atrevían a admitir, y era que, en algunas ocasiones, como entre las comidas o en momentos donde no se dirigían la palabra, buscaban con la vista al otro.

El primero en hacerlo fue Yuta, le causaba mucha curiosidad todo lo relacionado con Taeyong, de una u otra manera lo terminaba sorprendiendo. En una de las ocasiones donde se dedicó a analizar su puntiaguda nariz y su mandíbula afilada, fue descubierto por Taeyong. Un sentimiento desconocido abrumó su pecho, cuando la mirada color obsidiana choco con los ojos atónitos del ángel.

A Taeyong no le gustaba ser observado por nadie, pero el saber que Yuta lo veía le hacía sentir una clase de superioridad que no había experimentado, pero le gustaba. Le gustaba tanto que fue imposible esconder una sonrisa. A partir de ese suceso, Taeyong llegó a la conclusión de que tenía el mismo derecho que Yuta tenía para verlo, y no tenía nada de malo.

Así que, con toda la razón del mundo, Taeyong comenzó a observar detenidamente al ángel: le gustaba como la luz alumbraba sus largas pestañas cafés, le gustaba la manera en la que Yuta admiraba incluso las más pequeñas cosas, incluso le gustaba la manera en que el ángel respiraba, tan tranquila y delicadamente. Pero en cuanto Yuta se daba cuenta de la presencia de Taeyong, la vista del humano huía a toda velocidad.

Ese tipo de miradas secretas acompañadas de sonrisas entre suspiros, eran nuevas tanto para el ángel como para el humano. Ninguno tenía idea de lo que estaba pasando, pero podrían acostumbrarse a eso.

♦ ♦ ♦ ♦ ♦

—Te espero abajo —exclamó Taeyong después de carraspear nervioso por la invitación que le había hecho a Yuta. Sin si quiera esperar una respuesta, el humano salió de su apartamento casi corriendo.

Por el otro lado, el ángel estaba petrificado. Durante el desayuno, Taeyong le preguntó: "¿Quieres ir al supermercado conmigo?". Yuta nunca había sido invitado a algún lugar, cuando visitó años atrás el mundo de los humanos, había visto que iban a "citas". ¿Eso contaba como una cita?

El ángel intentó guardar la calma, y asintió mientras intentaba contener una sonrisa, aunque estaba seguro de que las comisuras de los labios lo habían delatado.

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