Por una cabeza

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El calor mezclado con la desesperación de todas las que compartíamos aquellos reducidos metros cuadrados ya estaba pasándonos la cuenta.

El miedo se incrustaba en las pupilas de cada una de nosotras excepto en las de la chica de ojos verdes quien solo se mostraba furiosa por lo que estaba sucediendo y no demostraba ningún tipo de temor frente a los hombres armados que nos resguardaban.

El olor de las heces comenzaba a hacer presión en nuestra fuerza interna y la tambaleaba como un castillo de naipes, ya que aquello nos recordaba lo bajo que habíamos caído y cómo con toda probabilidad solo nos sacarían de aquí a golpes y a balazos.

—¿Cuánto llevas de embarazo? —preguntó inesperadamente la mujer de cabellos negros mientras se quitaba la polera color cielo que llevaba puesta, debido a que el calor también se había apoderado del camarín.

La castaña la observó en silencio hasta que una sonrisa marcada en su rostro fue la prueba de que había olvidado cualquier palabra o queja que habían provenido de la chica de ojos verdes en el tiempo que llevábamos como prisioneras.

—Casi 8 meses —contestó con ese tono de voz lleno de amabilidad que me hizo dudar de que fuese de Santiago—, espero —concretó antes de soltar una pequeña risa—, esperamos con mi marido que sea una niña —señaló acariciando su prominente vientre y por su acento marcado en aquellas palabras confirmé mi teoría de que no era de la capital.

—¿De dónde eres?, no pareces de Santiago —manifesté a lo que la morena chasqueó la lengua negando.

—De Talca, llevo un par de años en Santiago por el trabajo de mi marido —apuntó acomodándose de mejor forma a la pared—, ¿ustedes son de Santiago? —asentí mientras que la mujer de cabellos negros negó antes de suspirar.

—Soy de Calama —sentenció mientras ponía sobre sus piernas la polera que se acababa de quitar y se acomodaba a un lado de la pared en ropa interior—, pero vine a Santiago por unos asuntos.

—¿En qué trabajas? —inquirí a lo que la mujer dudó de si nuestra confianza había llegado tan lejos luego de dos días compartiendo la misma escena llena de desgracia, sin embargo, con otro suspiro carcomiendo sus labios se decidió a seguir conversando.

—Soy abogada —soltó frunciendo el ceño—, el partido me regresó a Calama junto a mi hermano para así ayudar en Chuquicamata mientras Héctor se encargaba de la radio local —aclaró mientras cada palabra que nos dirigía se endurecía cada vez más como si intentase sacar fortaleza para poder decirlas—. Me vine a Santiago la semana pasada porque mataron a Héctor —dijo sin más antes de negar—, no quiero seguir hablando de ello.

Ninguna de las tres dijo nada más, pero la castaña no dudó en tomar la mano de la mujer de ojos verdes y apretarla contra la suya en un gesto de sororidad que no había visto con anterioridad en este lugar, debido a que cada una estaba metida en su propio mundo y controlando sus propios miedos.

—Llegará el momento del juicio final donde los que han obrado mal pagarán por cada uno de sus pecados y donde ya no habrá más dolor y nos encontraremos con todos a los que hemos perdido en el camino —comunicó con una sonrisa que contrastaba con lo que estábamos viviendo—, es solo cosa de fe.

Laura rio ante esas palabras mientras un par de lágrimas aparecían en sus ojos.

Esa fue la primera vez se mostró humana, más allá de su propio enojo frente a la vida y lo que estaba sucediendo.

—Espero que ese momento llegue antes de que nos maten a todos —concluyó quitando su mano que estaba junto a la de la castaña y se secó abruptamente sus lágrimas de sal para volver a adquirir aquellas facciones llenas de dureza que le habían precedido desde que había llegado a este lugar.

La despedidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora