Si los ojos fueran las puertas del alma, aquel universo de miradas soberbias y rabia encarnizada que nos observaban como enemigos y no como compatriotas, serían la prueba más fidedigna de que cualquier toque de humanidad había sido exiliado por orden de la junta militar.
Los colores del miedo no tardaron en apoderarse de nuestras pupilas mientras los gritos provenientes de aquellas sombras carente de toques humanos nos dirigían a través de golpes e incertidumbre hacia nuestro destino lleno de desesperanza, ya que, aunque no lo quisiéramos aceptar, el fin envolvía el aire y lo hacía cada vez más denso.
Cada vez más irrespirable.
Cada vez más mortífero.
La muerte se respiraba en cada centímetro de la pequeña habitación donde nos gritaban una y otra vez nuestros pecados, mientras el calor comenzaba a sentirse en nuestras pieles, sin embargo, aquel calor nunca llegó a producir nada más que terror y desesperanza.
Pasos inseguros, lágrimas consumadas, miradas perdidas, sueños rotos, siluetas que con toda probabilidad desaparecerían a través del olvido, eran custodiados por un puñado de hombres que defendían su cobardía con un arma en mano.
Mordí mi labio una, dos, tres hasta quizás diez veces ante la lucha incesante de mi ser de gritarles sus verdades, no obstante, hasta mi alma revolucionaria sabía que eso sería un error que me costaría un tiro en la sien, por lo que con un par de suspiros ahogados y la sangre tocando mis labios decidí tomar el celibato del silencio. Esperando que aquello me diera un par de minutos más de vida.
Sonreí ante lo irónico que era pensar que hace tan solo un día atrás había creído que era eterna entre los brazos de un tango de Gardel y aquella mujer que se había robado todos mis sueños y pesadillas para hacerlos propios.
Su olor característico a lavanda llegó a inundar mis recuerdos con un diluvio de sensaciones que mi piel había bautizado como la llegada al paraíso, mientras que, como efecto colateral de aquel diluvio, por un par de segundos no me vi en aquel lugar lúgubre, sino que lo hacía en su cuerpo delineado por cada uno de mis besos y mis caricias llenas de pecado.
Su cabello negro rizado rozando mis pechos, sus manos enredándose en mi pelo claro, sus labios colándose en cada palabra que tomaba voz y la luna inquieta tratando de iluminar aquel evento interestelar que era que dos estrellas fugaces lograsen estar juntas en un universo donde aquello era imposible.
Un par de lágrimas acariciaron mis mejillas en un intento de calmar mis nervios frente a todo lo que había perdido en tan solo un día.
Mi cordura me pedía a regañadientes que no me quebrara ante todo lo que estaba pasando mientras que la locura comenzaba a tomar fuerza dentro de mí ante la ausencia de aquel cuerpo acariciando cada uno de mis territorios.
—Ro —susurré como si aquel nombre necesitase mantenerse presente en aquel momento de mi vida acompañándome como ella siempre había hecho, mientras el miedo tomaba un soplo de vida ante la posibilidad de que lo último que quedara de ella fuese su nombre perforando mi alma.
Cerré con fuerza mis ojos mientras que la presión de sentir la muerte en cada parte de mi ser me insistía en que dejara de pensar en aquellos ojos azules porque lo hacía todo más difícil, pero también era consciente que era imposible pedirme no pensar en aquella musa cuando sabía que ya no me quedaba nada más que las raíces de su recuerdo.
—Ro, solo quiero que sepas cuánto te amé, te amo y te amaré —pensé mientras mis esperanzas de volver a verla se marchitaban ante la realidad que nos golpeaba en el rostro a cada uno de los rojos que nos encontrábamos en aquel lugar.
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La despedida
Historical FictionFernanda Abarca no sabía que su color favorito pasaría a ser el tono azulado de esas pupilas salvajes hasta que conoció a Rosario Peralta. Tampoco sabía que Argentina se quedaría con una gran parte de sus recuerdos mientras que su tierra no dudaría...