Peter ve en Lily lo que ella no ve en su cuerpo: El arte que expresa, en cada curva y con esos kilos de más que ella odia. Durante dos años, Peter no ha podido parar de dibujarla, yendo cada día sin falta a la cafetería donde trabaja, aprovechando a robar desde la mesa más cercana a la barra cada momento de distracción, mientras ella prepara un café o lee un libro, pero han sido tantos días que ese deseo inocente del artista se ha convertido en algo más ambicioso. Ya no quiere solo admirarla desde la lejanía, quiere poder dibujar a su musa sin sentirse como un ladrón, y poder trazar su cuerpo sin nada de por medio; ni una mesa, ni una prenda. Sin embargo, hay demasiadas razones que se lo impiden. Muchos secretos que lo envuelven, y muchas inseguridades que invaden a su musa. Sería imposible, al menos eso cree él. Pero es que Lily tampoco encuentra manera de sacarse de la cabeza al chico del café con crema y el cuaderno de dibujo.
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