Volver a Quebec a la casa de mi abuela desde Manitoba fue la mejor decisión que he tomado en la vida. Después de tantos años de soporte de miradas criticonas y burlescas en el instituto y de por fin marcharme de casa, siento que soy libre. Y así era: tengo a Hayde, mi amiga de Quebec; empezaba a hacer buenos amigos, la gente no me miraba con tanto desprecio, tengo a toda mi familia, me siento como nunca antes... Al menos, hasta que él apareció por casa. Dallas Barkley, chico que llega después de unas vacaciones en Suiza y que me entero que es uno de los inquilinos de los que mi abuela suele tener temporalmente en su casa. Sobran habitaciones. Se mete conmigo por haberme olvidado de mi idioma natal, me dedica miradas de superioridad, me toca cuando le da la gana la puerta para hacerme preguntas tontas, se pone a fumar en el balcón cuando yo estoy tranquila, me llama aprovechada por ser la única de la casa que no paga alquiler solo por ser mi abuela la dueña del piso... No lo soporto, al menos, hasta que descubro que, tras esa fachada de chico malo y bravucón, hay alguien con el corazón más puro que uno pueda llegar a tener.
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