CapítuloCinco|Sassenach|

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Cuando despertó la mañana siguiente por los continuos toques a su puerta, a penas y sintió que había dormido un par de minutos. Se sentía tan cansada y somnolienta que lo último que quería hacer era colocarse de pie.

-¡Billie, apresurate!

Al oír esa voz, rápidamente la reconoció. Era Dellmont, el hombre que le había curado el brazo. Colocándose de pie, abrió la puerta no sin antes darse un vistazo en el espejo de la cómoda. Tenía el gorro cubriendo su cabello y aún tenía tierra en el rostro.

Al abrir, el viejo hombre le miró con cansancio.

-Tengo más de diez minutos tocando a la puerta, ¿por qué no abrías?

Ella se encogió de hombros, no podía responder y él lo sabía.

-Andando, tienes trabajo que hacer. Deberás ordeñar conmigo, hombresito.

¿Qué demonios era eso?

Billie levantó las manos en señal de que le esperara, por lo que Dellmont se alejó un paso y éste le cerró la puerta en la cara. Nerviosa, se miró nuevamente en el espejo antes de salir por la puerta. Recorrió el pasillo y salió por la puerta trasera luego de pasar por la cocina. Se encontró rápidamente con la mirada fastidiada del hombre y prosiguió a montarse en la carreta en la que él estaba. Recorrieron un tramo relativamente corto en el que Elizabeth aprovechó de maravillarse con la belleza que el paisaje le proporcionaba. Poco después, Dellmont se detuvo y ella bajó. Caminaron junto al caballo que cargaba la carreta hasta llegar a una larga fila de madera y vio cómo el hombre abría una parte del cercado que mantenía encerrado al ganado y lo siguió hasta las vacas. Se quedó estática cuando él se colocó de cuclillas frente al animal, colocó una de las vasijas que cargaban en la carreta debajo de..., ¿los pechos de animal? Y comenzaba a apretar hacia dentro y hacia afuera y la leche comenzaba a brotar por las puntas. No podía dejar de mirar tal demostración, jamás había visto algo como eso en su vida

De repente, el hombre giró y frunció aún más su ceño.

-¿Qué mierda crees que haces? Tienes que ordeñar también.

Entonces, ordeñar... ¿era sacarles la leche a las vacas? ¿Cómo diablos ella podría hacer eso?

-¿Vas a quedarte ahí mirando? ¡Muévete, hombre! Tenemos que terminar con todas estas vacas antes de que termine de amanecer.

Ellie brincó ante el grito y asintió enérgicamente. Se acercó temerosa al animal y sonriendole con amabilidad. Intentó acariciar a la vaca y se asustó cuando el animal se echó hacia atrás, alejándose de ella. Intentó un par de veces más intentar ordeñar, pero le fue imposible porque la vaca no se quedaba quieta. Era una tarea difícil y se sorprendía al ver como aquel hombre, aproximadamente una hora después, ya había terminado con casi todo el ganado pendiente.

-No puedo creer que me hayan mandado a alguien tan inútil.-objetó el hombre de espaldas a ella mientras seguía ordeñando-. No has podido siquiera ordeñar una sola, maldita sea.

Billie se encogió de hombros e hizo un ademán con sus manos y gruñó. Quería darle a entender a ese hombre que no había tenido opción de hacer nada. Ese animal no se dejaba, no la quería. Fue a por otro a probar suerte, pero fue la misma historia. Todos los animales no dejaban siquiera que se les acercara porque rápidamente se colocaban a la defensiva con ganas de corretearla por todo el campo.

No había podido ayudar en absolutamente nada y eso no le gustaba. Odiaba sentirse inútil y más cuando se lo reprochaban con tanto ímpetu.

-Termina de montar todas las vasijas en la carreta.

Por siempre, implacableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora