CapítuloOcho|Encuentro|

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Dante salió de la habitación de su hermano con una frustración difícil de ocultar. Tanto estaba pensando en esa mujer, ¿qué ahora alucinaba con su voz? Estaba enloqueciendo, definitivamente.

Pero más enloquecería cuando llegase Zara al castillo.

La conocía desde hacía muchos años, había crecido con ella y el sueño de sus padres había sido unirlos para así unificar sus clanes. Sueño que jamás se cumpliría, claro estaba. Zara era una joven bella y coqueta, pero demasiado tranquila para su gusto. Vestía y actuaba siempre con elegancia, nunca diciendo una mala palabra, sonriendo y saludando a todo aquel que captaba su atención.

Sí, Zara en definitiva era lo que todo hombre quería para ser la señora de su clan, pero claro estaba que él era la excepción a la regla.

Nunca le gustó cuando era niño y de hecho Axel era el que socializaba con ella. Jamás habían tenido algún encuentro a solas y en todos esos años las palabras que ambos habían cruzado con el otro eran poquísimas. Sí era cierto que había notado lo mucho que ella le miraba cuando se encontraban en un mismo lugar, pero nunca se había acercado a hablarle y tampoco le hubiese gustado. 

Él siempre había sido así, una persona solitaria que odiaba que irrumpieran en su tranquilidad. Por ello, el hecho encontrarse con esa joven inglesa en el bosque, había perturbado completamente su paz mental al punto de creer escucharla.

¿Pero por qué se sentía tan atraído hacia esa joven tan fuera de lo común? Quizá era eso lo que llamaba su atención, el hecho de que era totalmente diferente al tipo de mujer que conocía. Necesitaba verla una vez más, solo una vez más para disipar sus dudas y decidir qué haría con ella. Necesitaba confirmar el hecho de si era o no prófuga de los ingleses porque si terminaba siéndolo, debía echarla inmediatamente de sus tierras. No volvería a poner en peligro la paz de su clan.

Recorrió el invernadero de su fallecida abuela y observó las pocas flores que aún vivían. El lugar estaba un poco alejado del castillo, por lo que realmente no era una prioridad para él ni mucho menos para la servidumbre del castillo. El invernadero de su abuela era enorme, con cientos de especies de plantas tanto aromáticas, curativas y decorativas, pero que se encontraba prácticamente abandonado, lo cual, era realmente una lástima. Su madre y su hermana jamás se habían interesado por las plantas, ellas eran más de hacer viajes y tener reuniones sociales. 

—¿Qué hace mi señor por aquí?—Dante giró, encontrándose con Beatrice, la curandera de la aldea.

—Recorriendo el lugar. ¿Usted?

—Vine a visitar a mi señora. Hacía mucho tiempo que no venía a verla.

Dante frunció el entrecejo y prefirió no decir nada al respeto. Mucho de decía de Beatrice en la aldea, rumores sobre que era una bruja y que hacía hechizos mágicos, pero él realmente no creía en nada de eso por lo que siempre pasó por alto los comentarios y pidió respeto para la anciana que cuidaba de todos y cada uno en la aldea. La observó caminar entre las plantas y, sin esperárselo ella volteó hacia él. A Dante le pareció como si su ojo blanco le estuviese mirando también.

—Tu agobio aumentará con el paso de los días y sólo terminará cuando encuentres la fuerza que siempre has estado buscando.

—¿La fuerza que siempre he estado buscando? ¿De qué estás hablando, Beatrice?

Ella se posicionó completamente frente a él y le sonrió, luego, miró hacia la salida del invernadero.

—Lamento no poder decirle nada más, mi señor. Su abuela no me lo permite.

Dante salió del invernadero con más preguntas que respuestas. Había ido allí con la intensión de relajarse, pero había salido de allí peor de como había entrado. Bertha decía que su abuela no le permitía decirle nada más, ¿esa mujer estaba loca? Su abuela había muerto hacía más de seis años, por lo que era totalmente imposible.

Por siempre, implacableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora