CAPÍTULO TRES

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C a p í t u l o    t r e s

2:30 p.m.

Sus manos temblorosas se aferraban al cuero del volante desgastado en el auto de sus padres, mientras que los parabrisas trataban a toda costa de borrar los rastros de lluvia despavorida que caía como cascada sobre el vidrio y no le permitía ver hacia donde iba, a pesar de que la realidad era que hacia varios minutos que su casa había dejado de ser el destino principal. Era una locura, quería hacerse a la idea pero mientras más lo pensaba más se desconocía a sí misma. Por supuesto, en el fondo sabía que era una completa locura, pero su instinto en la superficie la incitaba a seguir y en aquellos momentos era lo único a cargo. No ella, ella ya no estaba ahí.

Su estómago rugía por comida, casi podía oler el caldo de pollo recién hecho de su abuela, era una buena excusa para ceder, mas no lo suficiente. Daba vueltas a la misma cuadra, siendo la pescadilla que se muerde la cola, girando y girando, tratando de dar un significado con otro. Dando vueltas sabía que ni la cuadra ni sus ideas cambiaban por más vueltas que le daba. En aquellas calles aprendió a manejar; no pasaba ni un alma. El semáforo descompuesto de la esquina que proyectaba una luz roja todo el tiempo, las grietas en el piso provocando que se zangoloteara cada dos minutos. Pero ciertamente ese viejo de barba canuda fumando afuera del supermercado por el cual ya habia pasado unas cuatro veces, comenzaba a incomodarla.

—Es ahora o nunca...

A cuánta sarta de chascarrillos habrá dado vida aquella frase, se preguntó con ironía. Y cuántas veces se encontraría ante aquella para buscar dársela a sí misma.

Pisó el acelerador, que si lo repetía dos veces se lo pensaría y terminaría en el mismo círculo vicioso, de nuevo, y arrepintiéndose... de nuevo. Sus pequeñas ventanas del alma apenas alcanzaron a reflejar el letrero deseándole un buen viaje al salir de la pequeña línea fronteriza de Otangate. Su pueblo. Su hogar. Estaba tan nerviosa que decidió encender la radio, pensó que si de verdad iba a hacerlo no bastaba con su propia compañía, necesitaba de otra que la reconfortara y más que nada la entendiera; no solo era música, era todo lo que la hacía sentir cuando casi nunca sentía nada. Que no fuera hambre, claro.
No comenzó su canción favorita, de hecho, ni siquiera era una de las conocidas, pero sus oídos se deleitaban por el ritmo y su cuerpo parecía encantado meciéndose de un lado a otro; su pie izquierdo repiqueteaba una y otra vez al lado del freno y los nervios... ¿Porqué era que estaba nerviosa? Sin querer se encontró a si misma sonriendo. Ella conocía ese sentimiento, no podía sonreír sin percatarse de ello. Una risa que apenas se alcanzaría a percibir por el volumen de la música se le escapó. Su pecho se vio oprimido y una parte de su ser se estremeció al ponerle un alto invisible al tiempo en su cabeza y plantar bien fijos los pies en su presente, en ese momento nada más, no más vueltas. Y es que por un momento ni siquiera escuchó el ruido de la lluvia que ya comenzaba a convertirse en una simple llovizna, o el sonido del parabrisas, ni a si misma. Era como estar, verdaderamente... y es que uno existe y tan pocas veces está. En ese simple instante existía y estaba consciente de esa existencia.

—Hoy no...

Cerró sus ojos por un segundo, lo hizo con la confianza de saber que no había autos transitando, no había gente a su alrededor. La radio seguía a todo volumen y su pie aún pisaba el acelerador aunque con menor fuerza que antes. O eso sentía ella. Al abrir sus ojos todo transcurrió en cámara lenta, vaya memoria la suya ese día. Con razón sentía profundamente que le faltaba algo, sus lentes estaban en su mesita de noche, pero si su vista no le estaba jugando una broma le parecía ver un punto negro en medio de la autopista que mediante más se acercaba más grande se hacía. Y que rápido se acortaba la distancia. Su entrecejo fruncido se relajó sintiendo la tensión acumulada por quien sabe cuanto tiempo, sus ojos se abrieron a su máxima capacidad cuando llegó a una distancia en la que finalmente pudo visualizar lo que era; se quedó sin aliento. Frente a ella yacía un cuerpo tirado en medio de la carretera y dio gracias al cielo porque había encontrado un poco de consuelo, su llanto echo lluvia casi había cesado, de no ser así le hubiera pasado encima. Su atuendo completamente negro camuflaba su cuerpo con el pavimento de la carretera. Pisó el freno con todas sus fuerzas y su torso se fue hacia el frente como si la gravedad tirase de ella. Valla frenon que había dado, el auto había quedado tan solo a escasos centímetros del cuerpo, centímetros que la diferenciaban de una chica ordinaria de una homicida.

Vale, quizás exageraba. Pero estaba que se cagaba de miedo.

Permaneció inmóvil en su asiento debatiendo si debía bajar o marcar desde su auto al servicio de emergencias. Tantas variantes, ¿Qué tal si era una broma? A punto de bajar del auto se detuvo.

—Oh no, he visto ya demasiadas series de vampiros y hombres lobos, todas comienzan con la chica estúpida que se baja del auto en medio de la nada... Pero qué tal si si está herido... Oh, al carajo.

Abrió la puerta del auto de una dejando entrar la rafaga de aire y chispas de agua al interior; antes de salir tomó del guantero lo primero que encontro para defenderse: el pesado manual del auto. Con cautela, con el libro entre sus manos como si sostuviera un bate de beis, caminó hasta llegar al frente del auto donde había visto el cuerpo, casi le da un infarto cuando se encontró con que ahí no había nada más que un celular estrellado contra el suelo. Lo levantó con cautela pero no servía de nada, estaba hecho pedazos y aún más por la lluvia. Bajó el libro, sintiéndose entre decepcionada y aliviada a la vez mientras tiraba de nuevo el móvil en el asfalto. Nunca había estado parada en medio de la carretera, se sentía en una película de terror; era apenas más de medio día y parecía que oscurecería en cualquier momento. Una atmósfera sombría se apoderaba del lugar y tanta tranquilidad la incomodaba, el único ruido provenía de entre los árboles y pinos a sus costados, cuando el viento se colaba entre las ramas. Se encontraba en la carretera que te lleva a cruzar por el puente Staur, un puente de concreto que se eleva sobre una laguna que cada año parece disminuir su volumen y que aún así, no deja de tener dudosa profundidad. La famosa carretera de 16 kilómetros, 23 minutos en auto que separa y une a su vez dos pequeños puebluchos con historia enemiga. Otangate y Nolerom. Neblina se extendía más allá de donde sus ojos con miopía le permitían observar, por encima del puente y sobre la laguna.

—Casi podia jurar que... ¡Ahhhhh!

Gritó como si su vida dependediera de eso, pero estando donde estaba, no había quien escuchase. Una mano, fría como un hielo, la había tomado por uno de sus gemelos. Como acto reflejo movió su pierna enseguida y sin pensarlo le arrojó el libro a quien le había propiciado tremendo susto.

La persona se retorció de dolor, su quejido provenía de una voz masculina y se encontraba tirado boca abajo. Adria estaba atemorizada, sin embargo, al sujeto se le notaba indefenso y vulnerable. No podría estar más aterrorizada de lo que seguramente estaba él. No parecía ser una broma a pesar de que a simple vista no se le veía un solo rasguño. Sabía que no había sido su imaginación. Y de cualquier forma estaba contenta de que estuviera vivo.

—¿Hola?

Se puso de cuclillas a una distancia razonable esperando una respuesta cuando el tipo dejó de moverse. Adria entro en pánico. Rompió la distancia que los separaba y de rodillas a su lado lo volteó boca arriba, cuidando su cabeza, para palparle el pulso.

Nada... nada...

¡Ahí!

Podía respirar de nuevo. Tan solo se quedó ahí, observándolo. Era dueño de un rostro que nunca había visto en su vida. Ni por el rabillo de su ojo. Su piel era blanca o quizás comenzaba a perder color, sin embargo sus mejillas estaban enrojecidas por el frío; su cabello parecía castaño pero al estar empapado lucia negro y estaba corto a los lados casi al ras de su cuero cabelludo; tenía unas pestañas largas que conducían hacia unas cuantas pecas dispersas bajo sus ojeras. El chico era atractivo, joven, de unos diecinueve quizás, pensó Adria. Con apenas unos cuantos pelos en la barbilla. Después de revisar su cuerpo, no parecía estar herido, y Adria no tenía ni la menor idea de porqué un chico podría estar tirado, desmayado en medio de la carretera, bajo la tormenta y sin tener un solo rasguño. Tampoco había ningún auto a la vista, no había nada. Solo él y luego ella.

Era tan extraño.

No fue un viernes o un sábado por la noche, no era una fecha importante ni día celebre, era un simple martes de agosto por la tarde. No era nuevo ni incluso el hecho de que estuviera lloviendo. Y ahí estaba él, frente a ella o ella frente a él. Dos personas cualquiera en un día cualquiera con el poder potencial de serlo todo. Solo que aún no sabían sus nombres y apenas descubrían su propia existencia.

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