4 | ¿Amigos?

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Ese mismo día me encontraba sentada calmadamente en mi cama viendo el atardecer por la ventana. Era increíble. Simplemente perfecto, no tenía palabras para describir como me sentía en ese preciso momento, era una mezcla de felicidad con emoción, pero había algo más. Una cosa más que aún no descifraba, era confuso sentirlo dentro de mí, pero a la vez agradable; de una extraña manera. Todo estaba ocurriendo tan rápido que me asustaba experimentar este nuevo mundo que mi vida recibía. Totalmente nuevo y aterrador. Había una pequeña parte de mí que estaba completamente horrorizada, por el hecho de estar aquí en Verona. El mismo hecho de estar sola en este nuevo mundo, me dejaba sin palabras, pero a la vez me llenaba de pensamientos vagamente sedentarios, que desearía que desaparecieran.

Me levanté precipitadamente por un pensamiento que llegó a mi cabeza. Agarré mi maleta y abrí el primer cierre. Ahí estaba. Había querido sacarlo desde que llegué, ya que me sentía segura cada vez que lo tenía en mis manos, me sentía "querida" en un raro modo y lo más importante es que me sentía en casa. La Hermana Jude me contó toda la historia de este pequeño pero valioso diario. Ella misma lo escribió y me lo leía todas las noches antes de irme a la cama. Me sabía la historia de memoria, pero nunca me cansaba de leerla una y otra vez. Me lo dio cuando me fui a América, ya que iba a estar sola para seguir mi vida, y de algún modo me hacía sentir confiada, no solo en mí, sino en la vida en sí. En todos sus aspectos, me hacía ver todo de otra manera, me hacía ver todo con ojos llenos de esperanza.

Ese diario que tanto amaba trataba de la vida de la Hermana Jude justo después de la muerte de mi madre, Elizabeth. Escribía todo lo que sentía y todo lo que veía. Ella misma me contó que dos meses después de la inesperada llegada de mi madre, la Hermana Jude se fue a Verona a buscar a mi dichoso padre, ya que ella no podía hacerse cargo de mí, ni criarme, ni darme lo que necesitaba. Ella viajó desde Lienz hasta Verona solo para buscarlo y contarle de mi existencia. Recorrió toda la ciudad, en busca de él. Visitó todos los centros de registros civiles en busca de una señal de fe, y encontró algo importante, pero no lo suficiente. Su nombre. Se llamaba Jacob.

Jacob Baccellini.

No tengo idea como, pero efectivamente lo encontró. Obviamente eso no era suficiente, ya que solo encontró un nombre. La Hermana Jude narraba toda su cansada jornada con nostalgia en sus ojos, diciéndome que se mató buscando a todos los posibles "Jacob Baccellini" pero no encontró a ninguno que supiera de la existencia de mi madre. Así que se rindió y regresó a Lienz a hacerse cargo de mí como mi mamá. Y eso es lo que fue ella para mí, una gran madre. No podía haber pedido a alguien mejor que ella, además estoy segura de que mi madre estaría eternamente agradecida de saber quién estuvo cuidándome todo este tiempo. Recordar todos estos grandes momentos de mi vida hizo que mis ojos se llenaran de lágrimas. Ese diario era una parte de mí y de la vida que me faltaba.

De repente, un pequeño sonido en la puerta llamó mi atención. Automáticamente me limpié las pequeñas lágrimas que se habían derramado y escondí el diario debajo de mi almohada.

-Pase- dije raspándome la garganta al hablar.

Nastasia apareció detrás de la puerta con una sonrisa en su rostro.

-¿Se puede saber que estás haciendo?- comentó entrando al cuarto y echándose en la cama junto a mí.

-Ordenando- mentí sabiamente.

Sus ojos inspeccionaron alrededor de mi cuarto.

-Todo parece bastante ordenado- dijo cautelosamente- Verona, me pregunto que harás cuando estás sola...

Mis ojos saltaron en asombro por lo que dijo, y mis mejillas empezaron a ruborizarse.

-¡Nastasia!- reclamé mientras la veía ahogarse en su propia risa- ¡Eso es asqueroso!

VeronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora