-¡Ayuda!- gritó desesperadamente.
Oscuridad era todo lo que ella veía y lo que menos necesitaba. Ni un poco de luz se asomaba por la solitaria calle, ni un sonido que le permitiera tener alguna referencia de donde se encontraba, ni una pista de que hubiera algún ser humano presente para ayudarla.
Porque necesitaba ayuda lo más rápido posible, antes de que todo se desmorone y su vida se rompa en pedazos tan pequeños que nadie nunca sería capaz de arreglar.
Pero eso no era fácil.
Mucho menos cuando no veía a ninguna alma a su alcance. Frente a ella se encontraba un ambiente tétrico y aterrador que cualquier persona racional hubiera evitado sin pensarlo dos veces. Con éxito logró ver a lo lejos una serie de casas posiblemente abandonadas con estilo rural mientras que el olor a peligro divagaba en el aire cada vez mas.
Respiró agitadamente debido a los diez minutos que había estado corriendo sin parar, pero sin éxito, ya que ella aún lo escuchaba viniendo detrás de ella. Escuchaba sus pasos llenos de odio y rencor, su respiración entrecortada debido al largo camino que venía persiguiéndola tratando de seguir su ágil ritmo y por último escuchaba su temible voz en su cabeza diciéndole que ya no tenía escapatoria.
-¡Necesito ayuda!- Volvió a gritar, pero con más fuerzas.
Empezó a aumentar el paso, sin correr, porque el dolor que había estado sintiendo aumentaba cada segundo para lo inevitable.
Siempre se había imaginado este día. Ella lo había esperado con tantas ansias desde que era niña, pero completamente diferente. Ella se había imaginado que estaría feliz junto con el hombre que ama, pero su situación era completamente opuesta, pues el hombre que amaba se encontraba muy lejos de ahí, y ella se encontraba corriendo por su vida a medianoche por unos lugares que ni ella imaginó pisaría alguna vez.
De repente, ella vió una luz.
Una luz llena de esperanza, pensó.
Al final de la calle pudo ver algo que captó su atención. Esta vez no dudó en correr.
Una señora de mayor edad estaba parada con una mirada muy preocupada en su rostro. Al acercarse más, se dió cuenta de que no era una señora cualquiera, sino una humilde monja; y también que se encontraba al frente de una pequeña y antigua iglesia.
Su corazón dió un salto. Aún habia esperanza.
-¡Jesús! ¿Se encuentra bien?- exclamó la monja al ver de cerca su aspecto. Enseguida se colocó a su lado y la ayudó a entrar, pero ella sólo negó con la cabeza.
-No..no puedo entrar- dijo muy calmada, que era completamente lo contrario a como se sentía- Sólo necesito que me ayude con esto.
La monja puso su mirada en donde había señalado y soltó un sollozo.
-Ahora no tiene opción a decir que no- dijo la monja desesperada- Es mi deber ayudarla; a usted y a la criatura en su vientre que está a punto de venir al mundo.
La monja agarró su fría mano y empezó a arrastrarla adentro de la iglesia cuidadosamente.
-¡Usted no entiende!- gritó al borde de la desesperación- ¡El!¡El está viniendo! Y si entro por esa puerta, usted puede estar segura de que ninguna de nosotras saldrá viva.
La monja solo la miró por unos segundos que parecieron horas hasta que finalmente, con una mirada seria y protectora, dijo:
-¿Cuál es su nombre?- soltó de improviso.
-Elizabeth- dijo confundida por la irrelevante pregunta.
-Bueno Elizabeth- empezó hablando con un tono de voz muy tranquilo- Déjeme decirle que por ninguna razón en el mundo, incluyendo el riesgo de mi propia muerte, dejaría a una jovencita ensangrentada, asustada y embarazada. NUNCA. Yo solo no me lo perdonaría. Así que por favor, déjeme ayudarla. Usted sabe que lo necesita.
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Verona
Genç Kurgu¿Qué sucede cuando llegas a una ciudad totalmente desconocida con un propósito prácticamente imposible de cumplirse con tan solo dieciocho años? Eso mismo se preguntaba Verona al sentirse atrapada en los aires veraniegos de la mágica ciudad del amor...