❝ 𝘵𝘸𝘦𝘭𝘷𝘦 ❞

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Abrí la puerta del pequeño apartamento temblando, seguramente de miedo, de tristeza, puede que de nerviosismo. 

En las últimas horas había anunciado ante toda mi familia que me independizaría y viviría por mi cuenta. Había sido repentino, mi hermana intentó impedirlo, mi padre se enfadó conmigo por no haberles comentado la idea de irme sola, y mi madre estaba preocupada por el dinero y el lugar a donde iría. La excusa que les había puesto es que la universidad me había ofrecido una beca de residencia, por lo que no debería preocuparme del alquiler o de las facturas, y que me las arreglaría para pagar la comida y el resto de cosas.

La realidad era muy distinta. La universidad no ofrecía ese tipo de becas y yo no tenía dinero suficiente para pagar el gas, la luz, el agua, la renta y todo lo demás. Pero había alguien que sí.

—Acomoda tus cosas. Tienes armarios en tu cuarto. Quiero el teléfono activo las veinticuatro horas, aún no he decidido si te queremos cooperando, alejada o muerta. Ándate con cuidado. —Las palabras de Jay resonaron por mi nuevo hogar, que estaba decorado de una forma minimalista, para nada mi gusto, pero completamente amueblado.

Este capullo me había comprado un apartamento y estaba dispuesto a pagar todas las facturas con tal de que me alejara de mi familia y mis amigas por unos meses. Evidentemente me había negado, pero tuve que aceptar la amable propuesta a punta de pistola (literalmente).

—Te lo pagaré de vuelta. No quiero tener deudas. Y menos contigo.

—No. No soy tu casero. A partir de ahora, soy tu jefe. Y tu primer trabajo es que te quedes aquí, no podrás salir hasta nueva orden. Ah, y toma. —Me tendió un teléfono pequeño, de los de prepago que se utilizaban a principios de siglo. —Dame tu móvil. —Obedecí. —Ahí tienes el número de los siete, llámanos si quieres algo.

—Mis padres...

—Podrás verlos cuando prepare el siguiente movimiento. Recuerda que tenemos las llaves y estamos cerca, así que no hagas tonterías o te corto el cuello. Buenas noches. —Tras un largo monólogo, cerró la puerta con cuidado, dejándome sola en el interior de un piso a las afueras con un móvil prepago e incertidumbre. Mucha incertidumbre.

Recorrí el lugar con la vista, apartando los mechones que caían en cascada de mi flequillo para una mejor visión. Me adentré en la única habitación que había en la casa, detrás de una puerta situada al fondo de la sala de estar. No me sorprendió la simple decoración: las sábanas blancas, la mesa de noche blanca, el armario blanco. Lo que sí me sorprendió fue ver un espejo de cuerpo entero y una mesa con una silla de estudio, y sobre la cama, un oso de peluche rosa que sostenía en sus brazos un corazón blanco muy suave y agradable al tacto.

Me extrañó verlo ahí, destacando entre toda la monotonía de la casa. Quién lo había puesto ahí no era un misterio para mí. No me molesté en guardar mis cosas cuando abrí el teléfono y busqué el contacto agendado bajo el nombre de Jackson, pero no lo encontré. Había siete nombres, y todos parecían seudónimos.

El ruido del timbre me sacó de mis pensamientos. 

Fui a abrir la puerta lo máximo posible, ya que debía ser Jay o alguno de los chicos, puesto que eran los únicos que conocían mi paradero. Al otro lado de la puerta, Jackson me miraba con ojos de cachorrito. Parecía haber estado llorando, pues estaban húmedos y algunas zonas de su cara estaban coloradas, en especial la nariz. 

—¿Pasó algo? Pregunté mientras le incitaba a pasar tirando de su manga. 

Cerré la puerta tras él y lo arrastré hasta el sofá. Me senté a su lado, y le di toquecitos en el hombro para que hablara o me mirara, pero evitaba el contacto visual a toda costa. Finalmente le zarandeé y le obligué a que estuviera cara a cara contra mí. Entonces, rompió a llorar.

Jackson Wang, el chico que todos temerían si estuvieran frente a él, lloraba frente a mí en silencio, como un niño pequeño. No dudé ni un segundo en rodearlo con mis brazos y tratar de consolarlo con palabras bonitas.

—Jack, dime por qué estás así, y te prometo que buscaremos una solución juntos, ¿si?

—No, estoy bien —afirmó levantando su cabeza, que estaba apoyada en mi hombro, y secando las lágrimas que recorrían sus mejillas. —Estoy bien... 

—Eso es mentira, pero si no me lo quieres contar ahora, lo acepto. Hagamos algo juntos y así te animas, ¿vale? —Asintió. —Pidamos comida china.

Sonrió un poquito, pero se sentía forzado. Aún lloraba.

—Pero, me temo que tendrás que llamar tú, porque a mí me da vergüenza hablar por teléfono.

—Me siento culpable por todo esto. Lo último que quería era que tuvieras que pasar por todo esto. Conseguiré que vuelvas a tu vida como era antes de conocerme, solo dame un poco de tiempo. —Cogió el teléfono, marcó el número del restaurante de memoria y pidió algunos platos ignorando todo lo que acababa de decir.

—No te castigues así. No es tan malo. Bueno, quiero decir...

—Ya, sí es tan malo. —Dijo tras una carcajada perezosa. —Cambiemos de tema. Nos hemos visto muchas veces pero no sabes nada de mi, ¿cierto? ¿No tienes mucha curiosidad?

—Ya sabes que sí.

—Hoy me siento generoso. Puedo concederte tres preguntas, y las contestaré todas.

—¿Sea lo que sea?

Asintió.

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⏰ Última actualización: May 17, 2021 ⏰

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half past five : jackson wangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora