VI.

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Cristina se quita los cascos con deliberada lentitud. Está exactamente donde le gusta estar. Rodeada de expectativa.

Los deja sobre la mesa delicada y cuidadosamente. Estira la impaciencia. Cruza los brazos sobre su vientre, apoyando los antebrazos en los brazos de la silla e inspira hondo, dejando salir el aire con un toque exasperado.

Ladea la cabeza con desprecio a su izquierda.

—No se puede negar que le echáis imaginación.

Suena una centralita y Cristina da dos palmadas.

—Venga —apremia ante la incredulidad de sus subordinados—. A trabajar.

Todos titubean, pero el que más es Javi, ya que la llamada es para él. Mira confuso alrededor, mira confuso a Raúl. La centralita sigue sonando. ¿Y si es él?

Javi se acojona.

—¡Como se pierda una sola llamada —anticipa Cristina, elevando el índice como amenaza—, por la tontería esta del psicópata, os juro que no cobráis ni uno de los pluses de este mes! ¡Ninguno!

Y para los de atención no serán tantos, porque tienen su sueldo fijo y un porcentaje muy pequeño de las ventas cruzadas, pero para los de ventas significan más de medio sueldo. Por eso Raúl asiente muy rápido a Javier y Moha le apura con la mano para que corra a atender al dichoso cliente.

Javi cede, corre hasta su sitio y le da a descolgar sin llegar a sentarse, bajando el micro.

—Buenas noches, le atiende Javier, ¿en qué puedo ayudarle?

Les hace un gesto con la mano:

—Sí, ahora mismo Rubén. Deme un segundo que acceda a su ficha.

El corro se forma en el pasillo de atención a los pocos minutos. Raúl y Moha les miran desde su sitio en ventas, temiendo levantarse por las posibles represalias de Cristina. Moha por encima de su libro, Raúl aparentando estar con su partida de cartas.

—¿Y ahora qué hacemos? —susurra Sandra a David.

—Tendríamos que haber llamado a la policía —apunta Lorena.

—No lo entiendo, ¿por qué... —se pregunta María.

—Porque es Cristina —le dice Sandra—. Una zorra integral.

—El asesino se planta aquí con el cuchillo y sale llorando, te lo digo yo —complementa Lore.

—Hay que joderse —dice David—. Pero puede tener razón.

—¿Qué? —dicen las tres chicas a la vez. Bueno, María no lo dice. Solo lo piensa.

—Quiero decir que igual es mentira, ¿no? —racionaliza David. Mira a Javi, consultando una factura con alguien insomne al otro lado—. Puede ser una broma, o un farol. ¿Qué coño vamos a tener nosotros que quiera un loco, si ni siquiera nos conocemos?

—Los bolos —dice Lore.

El grupito la mira como si hubiese dicho una tontería. Ella se encoge de hombros.

—¿Qué? ¡Es lo único que tenemos en común! —chilla en voz baja.

Entre ellos cae una bolita de papel y cuando miran al pasillo de ventas encuentran a Moha señalando una hoja en la que ha escrito: «¿Qué hacemos?» Tilde incluida. La cabeza de Raúl asomando tras su espalda.

El grupito se encoge de hombros de tres formas distintas. María no hace nada. Solo mira.

—Lo primero sería verificar si nos ha dicho la verdad —propone David. Javi desvía la mirada porque ha escuchado eso—. Ver si el vigilante está en su sitio.

—Esa idea es buenísima —corre a decir Sandra.

—Pero el asesino ha dicho que nos quería a... —Intenta decir María.

—Lore, coge el Malboro —David se levanta de la silla.

—¿Qué? —espeta Sandra. Pero antes de que ella se levante, David y Lorena están saliendo de la fila y cruzando por detrás de Cristina en dirección al ascensor.

—¿Adónde vais? —les mira con recelo la supervisora.

—A fumar —responde David con una sonrisa—. A la calle. —Lorena le enseña el paquete y Cristina vuelve a su trabajo, revisando a saber qué en su ordenador.

—Muy astuto —piensa Moha en voz alta. Pero baja.

—¿Por qué? —le pregunta Raúl—. ¿No queda más cerca el patio?

—Van a la planta baja —le responde Moha mirándole a los ojos. Raúl no dice nada—. A la planta baja —le repite. Sin respuesta—. La puerta. El guardia.

—Aaaaah —contesta al fin Raúl—. Sí —y mira hacia la puerta que da al ascensor, tras la que han desaparecido, pronunciando esto último con voz más áspera—. Muy astuto.




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