VII.

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—Qué emocionante —dice Lorena.

Es surrealista. La forma en la que anda, dando saltitos como si fuese una niña de cinco años o Dorothy en el Mago de Oz.

—¿Sabes qué? Creo que se ha puesto celosa.

—¿Quién? —le responde seco David, pensando: «¿A quién le importa algo así ahora?»

 A Lorena.

—¿Cómo que quién? —se indigna ella—. ¡Pues Sandra!

David piensa que es ridículo. Ha escogido salir con Lore por el maldito tabaco. Una coartada, una excusa viable, un motivo creíble. Una escena que se repite al menos cinco veces cada noche y que no levanta ninguna sospecha. No es como si fuese un caballero de armadura plateada eligiendo con qué doncella casarse al final de la obra. Lorena interpreta su mueca como si no tuviera ni puñetera idea de que Sandra siente atracción por él.

—Tú eres tonto.

—No —niega David—. Me parece que no.

Cuando pulsa el botón de bajada del ascensor se oye un pitido y se abren las puertas. Era bastante obvio, si no lo ha cogido nadie, que tenía que estar parado en su planta. Se apuran a entrar y David pulsa el botón de la planta baja. 

La garita del vigilante está en la puerta de entrada. Ousmane, que es como se llama, tiene como máxima responsabilidad asegurarse de que nadie ajeno a la empresa entra al edificio. Los trabajadores tienen una tarjeta para abrir los tornos de la puerta principal y él una lista de números de identificación para permitir el acceso desde el parking. Desde su garita/recepción, ya que hace los dos trabajos en uno, como buen inmigrante explotado, tiene controlado todo el edificio. David se asomó un día para preguntarle si le habían dejado unas llaves y pudo ver más de cinco televisores pequeños debajo del mostrador. Seguramente, piensa David en el ascensor, es imposible que tenga controlado todo el edificio. Por muchas veces que cambie la cámara, solo tiene dos ojos y un cerebro. Bastan esos cinco minutos de salir a fumar, porque Ousmane también fuma, o la cantidad de veces que mire el teléfono, porque Ousmane es su propio supervisor y puede hacer lo que le dé la gana, para que alguien se haya podido colar y el senegalés no se haya dado ni cuenta.

No le extraña que la garita esté vacía cuando se abren las puertas del ascensor.

—Vale —dice Lorena.

Ambos se quedan ahí, dentro del pequeño ascensor, mirando la garita vacía.

Puede no estar por diversas razones, razona David. Puede haber salido a hacer la ronda, por ejemplo, que es una cosa muy digna de un vigilante de seguridad. O puede estar cagando. Todo el mundo tiene necesidades y ya se sabe que cuando aprieta, aprieta. O también puede estar dándose motivos lógicos para evitar la realidad por parecerle estrafalaria: Que sí hay un asesino en el edificio y que sí se ha deshecho del vigilante de seguridad.

Si Ousmane muere ahora, por no haber obedecido la orden de ese loco, ¿será enteramente culpa suya?

David pulsa otro botón en el ascensor. El del segundo sótano. 

Las puertas se cierran.




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⏰ Última actualización: Dec 28, 2020 ⏰

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