III.

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Lorena tiene un mal vicio. No deja de fumar. Dice que es eso o las uñas y, como es una chica coqueta, prefiere lo primero. Ya sabes. Los pulmones no salen en las selfies de Instagram.

Cruza el pasillo con el paquete de tabaco en la mano y lo zarandea enseñándoselo a Muhammad.

—Anda, acompáñame —le pide con voz melosa.

—¿Qué pasa? ¿No puedes ir sola?

Muhammad, al que sus compañeros llaman Moha, está repanchingado en su silla, con los pies encima de la silla contigua y leyendo una novela rosa titulada Obsesión.

Ante su negativa, Lorena mira al fondo de La Plataforma, a la débil luz azul que señala la salida en la penumbra, valorando la idea de irse sola. El patio interior en el que puede fumar está bastante lejos, al final del pasillo, cruzando la puerta de emergencia. Aunque lleva más de un año trabajando en ese turno y la única vez que se ha cruzado con un desconocido fue una noche en la que encontró al conserje en horas extra... le da miedo.

—Que no puedes, ¿no? —se autocontesta Muhammad.

Marca el libro doblando la esquina superior de la página, lo deja encima de la mesa, pulsa el botón de descanso en su centralita y se levanta de la silla, mientras Lorena le recibe con una sonrisa de oreja a oreja.

Caminan juntos pasillo abajo.

—No te va a pasar nada, ¿qué cojones te va a pasar? —reprocha Moha.

—Eso no lo sabes —dice Lorena.

—Claro que lo sé. El edificio está cerrado y lleno de cámaras, por eso tienes que salir fuera cada vez que fumas. Que por cierto, es muy a menudo.

—Qué te importa. Además, nunca se sabe. ¡Cómo se nota que no eres una mujer!

—Ya empezamos...

—Es verdad. ¿No has visto el TikTok ese de la chica a la que se le cuela un loco por el balcón de su casa mientras está grabando un baile? ¡Era un tercer piso!

—Esas cosas están amañanadas, Lore, que te lo crees todo. Sería un montaje o algo así. El primo, el novio, el hermano, yo qué sé.

—¡Que no! Que salió en las noticias. Pasó de verdad.

—¿Un tercer piso? —Lorena le asiente—. Pues ya tenía que estar buena la chica para que al loco le diera por trepar hasta un tercer piso.

—¿Estás insinuando que eso justificaría que trepara?

—¡Yo no... —Moha se calla, se muerde el labio, baja la mano que había levantado a modo de aspaviento y le pregunta a Lorena—: ¿Verdad o Mentira?

—Vale —contesta ella, parándose en el pasillo y alzando el mentón. Le dedica a Moha una mirada desafiante y una sonrisilla.

/* La primera semana de trabajo de Moha, uno de ellos hizo un comentario desafortunado basándose en prejuicios racistas. Del debate / discusión que tuvieron por el tema, surgió un juego personal al que llaman Verdad o Mentira. Cuando uno acusa a otro de un rasgo o actitud relacionado con su personalidad, con su intimidad, con su apariencia, con su cultura o con su ideología, invoca el Verdad o Mentira. El que lo invoca explica una anécdota sobre su vida relacionada con el prejuicio y el desafiado tiene que adivinar si es Verdad o Mentira. Quien pierde, paga el desayuno del otro. */

—Cuando tenía dieciséis años tuve que decidir si la chica que me gustaba, a la que no conocía de nada, merecía la pena lo suficiente como para trepar dos pisos. Decidí que sí, estaba muy buena, así que escalé por una tubería y salté a su balcón.

Lorena abre los ojos, la sonrisa se amplía y enseña un poco los dientes.

—Eso es mentira —decide apostar.

—Verdad —contesta Moha orgulloso.

—¡Oh, no, mierda! —se lamenta Lorena. Retoman el camino a la salida de emergencia—. ¿Cómo que es verdad? ¿En serio te colaste en la habitación de una chica?

—Yo no he dicho eso —replica Moha—. He dicho que tuve que decidir si merecía la pena subir hasta su balcón. Era una fiesta tonta del pueblo donde vivían mis primos, una versión rara de la noche de reyes. Los adolescentes salen a la calle por la noche y le dejan un nabo a la chica que les gusta en la puerta de su casa. Como ella vivía en un segundo pues...

—¿Un nabo? —se ríe Lorena. A carcajadas—. ¿Si te gusta le dejas un nabo?

—Sí, un nabo. —Ella se sigue riendo y a Moha se le contagia—. ¡Y yo qué quieres que le haga! ¡Me tenía que integrar! —Y por eso siempre le pide a él que la acompañe. No sabe cómo lo consigue, pero solo necesita cinco minutos para hacerla reír—. ¡Es así la fiesta!

—Un poco falocéntrica —dice Lorena limpiándose con el dedo una lágrima del ojo, intentando recuperar la compostura.

—No creas, las chicas también salen a dejar una col. Es un follón cuando dos grupos se juntan, acaba la calle llena de...

Moha está abriendo la puerta de emergencia cuando escuchan pasos rápidos a su espalda y se giran para encontrar a una Sandra jadeante corriendo, que se para delante de ellos, apoya las manos en las piernas, se encoje un poco cogiendo aire y cuando recupera el aliento levanta la cabeza y les mira aterrorizada.

—Tenéis que volver —les dice Sandra resollando.

Moha y Lorena se miran el uno al otro algo confusos y después la vuelven a mirar a ella, preguntándole qué pasa.

—Os lo cuento ahora, pero tenéis que volver. Es importante.


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