Capítulo 4

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Las nubes grises cubrieron los cielos del Sengoku anunciando que pronto la lluvia llegaría. El clima era algo frío; excepto para dos personas que estaban muy ocupadas e intentaban pasar desapercibidas tras un árbol:

-Muy bien, pequeña... lo haces... ahh... excelente... no te detengas, preciosa. -El monje se mordió los labios y dejó caer su cabeza hacia atrás; con los ojos cerrados y apoyado en el árbol, disfrutaba del placer que la joven exterminadora le brindaba al lamer y chupar su miembro con avidez.

La mujer introducía en su pequeña boca, el prominente y duro pene del monje, una y otra vez. Se apartó un momento y lamió desde la base hasta la punta dejando ver un hilo de su propia saliva -Miroku se estremeció- luego ella masajeó con su mano el miembro en un ritmo lento, así pudo hablar sin detener su labor:

-Sólo esté atento de que nadie venga aquí, Hoshi-sama. O lo haré sufrir en vez de gozar -advirtió con una sonrisa maliciosa.

-S-sí, tranquila preciosa... - dijo con la respiración entrecortada-, estoy atento. -Miró a ambos lados como prueba de ello. Sin embargo, estaba tan excitado que le costaba trabajo concentrarse en vigilar. No obstante, debía hacerlo, pues no estaban en un lugar muy privado que digamos. Pero... todo había surgido muy repentinamente... a tan solo unos metros de la casa de Kaede; había salido a respirar el aire matutino cuando la observó limpiando su Hiraikotsu, vestida con su habitual Kimono en tono rosa. Como siempre, su silueta lucía sexy y ella se notaba tranquila; el monje no aguantó las ganas de acercarse y apretarle su redondeado glúteo. Ella se asustó y dio un saltito, pero no se inmutó en confirmar que era él. Pues estaba segura de que así era, esa mano era inconfundible; su trasero ya la reconocía.

Miroku apretó los ojos esperando recibir la bofetada habitual, pero para su sorpresa; eso no sucedió. Por primera vez la mujer no le respondía con un golpe. Por el contrario, se quedó quieta y se dejó hacer... dejó que las manos de ese monje perverso la tocasen a merced. Porque la verdad, es que hace ya bastante tiempo que la traía deseosa de él. Sus acercamientos eran cada vez más intensos; cuando la abrazaba más de la cadera que de la cintura, cuando rozaba sus muslos en una insinuante caricia al montar en Kirara, y los tantos agarrones de nalgas, en que solo lo golpeaba por su indiscreción frente a sus amigos, porque lo cierto era, que no le molestaba para nada; sólo se ponía nerviosa... Sí, y es que además, ese monje libidinoso se la comía con la mirada; lo había visto en reiteradas oportunidades desnudarla con esos azulinos ojos, y aquello la excitaba sobremanera. Por eso, cuando Sango sintió aquel apretón en su glúteo, y sabiendo que estaban solos, (era muy temprano y no había gente merodeando por la zona, ya que la mayoría aún dormía), no dudó en permitirse el desliz.

Miroku no lo pensó dos veces; enterado de la receptividad de su atractiva matademonios, agradeció mentalmente a cual sea la divinidad que dirigió su destino esa mañana, y que había puesto a aquel ángel en ese lugar; solo para él.

Mientras calibraba el tamaño de ese firme glúteo; con la otra mano despejó el cuello de la chica, y lo besó con sensualidad. Avanzó ascendiendo con pequeños besos hasta el lóbulo de su oreja; lamió, suave y lentamente. Ella se estremeció al sentir el cálido y húmedo tacto de su lengua.

-Sango... -habló en su oído con voz ronca-, ¿sabes cual es mi mayor pecado? -Los dedos del monje bajaron parsimoniosamente hasta la cintura de la mujer, hizo lo mismo con la mano que acariciaba el glúteo, pero en forma ascendente. Sango respiró hondo al sentir ahora las dos manos del monje rodeando su cintura y atrayéndola hacia él. Dejó de limpiar su arma y bajó los brazos a ambos costados de su cuerpo, intentando relajar sus nervios y dejarse llevar.

Travesura permanenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora