Cuatro |10 de septiembre de 2014|

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Tenías un sentido del humor inteligente y me encontré riendo de tus palabras sinceras. Hice que rieras de cosas que me habían pasado y que había compartido contigo como tu habías compartido las tuyas conmigo.

Aprendí que tu nombre era Julieta, como la de la trágica historia de amor, solo que tú eras una persona mucho más inteligente y mandarías de paseo a cualquiera que te obligara a hacer algo que no te gustara. Cuando te pregunté si te considerabas como la Julieta de la historia me dijiste que nunca saldrías con un idiota que no se atreviera a enfrentar a sus familias por tu amor.

Tenías un espíritu libre y el tatuaje de un trébol de cuatro hojas detrás de tu oreja izquierda, lo descubrí cuando recogiste tu cabello en una coleta. Creo que nunca fue tu intención que yo lo viera era más como un secreto que querías mantener oculto por eso nunca lo mencioné.

También aprendí que tu color favorito era el verde y que te gustaba cantar pero que no lo hacías muy bien, según tú. Aprendí que vivías con tus padres y que ese sería tu último año en la universidad. Me dijiste que un día querías conocer el mundo y me emocioné cuando dijiste que estabas soltera. También me dijiste que vivías en el interior del país y que era la primera vez que conocías el mar. Te conté que venía de Londres y asentiste con la cabeza aprobatoriamente, después me preguntaste cosas sobre mi hogar.

Te llevé a cenar esa noche. Fuimos a McDonald’s porque yo no era una persona muy original. Sin embargo no protestaste porque habíamos ido a un lugar sin categoría. En realidad, estabas algo así como emocionada. Pedimos una “Triple BigMac” con gaseosa y papas extra grandes cada uno. Quisiste pagar tu parte pero hice una cara y hablé con una determinación que no demandaba discusión. Accediste pero me hiciste prometer que tú comprarías los helados.

Conversamos sobre idioteces como el clima del lugar de donde tú venías y del clima en casa. También hablamos sobre las películas que nos gustaban y sobre los nombres que les habíamos dado a nuestras primeras mascotas.

Me dijiste que te gustaba cuando caminábamos hacia el hotel. Las calles estaban teñidas de brillantes colores y podía oír a lo lejos la feria del puerto. Te tomé de la mano y te dije que también me gustabas. Tus mejillas se tiñeron de rojo y me sonreíste mostrando todos tus dientes.

Cuando llegué a mi cuarto, luego de dejarte en el tuyo con un beso en la mejilla, le tomé una foto al recibo de nuestra primera cita.

Nunca te dejé pagar por los helados, y aun hasta ahora me lo sigues reclamando. Y creo que me voy a arrepentir de habértelo recordado.

Polaroids |Niall Horan|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora