Capítulo 8

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Mientras la vida de mi abuelo se iba apagando poco a poco como una vela, una nueva surgía en el vientre de mi madre.

La última vez que pudimos abrazar a mi padre fue días antes de que acabara el verano, aún en 1938, y me daba la sensación de que no lo habíamos hecho con la suficiente fuerza. Mientras que sus compañeros habían sido capturados, él pudo reunirse con nosotros a través de un salvoconducto. Tuvo que marcharse pronto, pero fruto de aquel reencuentro, mi madre quedó embarazada de la que sería la cuarta Gómez.

Había seguido trabajando en el edifico con la misma fuerza con la que lo había hecho desde que entró allí a servir, pero cada vez eran mayores los síntomas del embarazo. Sus náuseas y tobillos hinchados, por no hablar de lo que le había crecido la barriga en las últimas semanas, no le permitieron continuar con su faena, de la que yo misma me pasé a ocupar. Por desgracia, eso me alejó de Amelia, ahora sería mi madre quien llevase a mis hermanas al colegio, pero me acercó a Marina.

En un primer momento, sus padres me ordenaron que su habitación fuese la única que no limpiase, pero Marina era muy inteligente. Solo tuvo que fingir que se le había caído el vaso de agua durante la comida para que su madre me enviase a limpiarlo y así entregarme dos notas. En una me pedía expresamente que acudiese al penal de Alcalá de Henares para entregarle la otra a Mateo, aunque su principal miedo era que ya no hubiese nadie a quien dársela allí...

Me asusté. No sabía qué iba a ser de mí si iba hasta allí. Nunca antes había estado en una cárcel. Busqué ayuda en Amelia, que, como de costumbre, me tranquilizó con sus palabras. Me prestó su bicicleta después de estar toda una tarde enseñándome a montarla, me entregó una fiambrera con una sopa de fideos y me aconsejó que fingiera ser alguien de su familia, su hermana, por ejemplo.

Guardé en una cesta de mimbre la fiambrera y, con el poco valor que en aquel momento tenía, me subí en la bicicleta para ir hasta el penal. Nada más llegar me pararon dos guardias:

-Buenos días.

-Bue-buenos días-dije bajándome de la bici.

- ¿Qué hace una mujercita como usted camino hacia el penal?

- Quiero ver a mi hermano.

- ¿Quién es?

-Mateo, Mateo Ordóñez.

- ¿Qué llevas en la cesta? – preguntó el otro guardia, que, hasta el momento, había permanecido callado.

-Una fiambrera con fideos.

Quedaron en silencio.

-Pueden comprobarlo.

-No hace falta-dijo uno.

-Sí, claro que hace falta-dijo el otro.

Me arrebató la cesta con brusquedad y la lanzó a unos metros de allí después de sacar la tartera. A continuación, abrió esta, la olisqueó y dejó que cayese toda la comida que Amelia había preparado frente a mí, manchándome los zapatos. Comenzaron a reír.

-Lo mejor será que me vaya-dije.

-Tú no te vas a ninguna parte.

El día en que todo acabeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora