Epílogo

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-Y nos marchamos a Suiza, el nuevo destino del padre de Amelia una vez que acabó la Segunda Guerra Mundial. Mis padres volvieron a Madrid, el taller siguió funcionando bajo sus órdenes y aumentamos el número de costureras, que trabajaban con los diseños y los patrones que yo dictaba. Nadie nunca supo de nuestra pertenencia al Servicio Secreto Inglés, pero sí que llegó el momento de que mi familia conociera la verdad de mi relación con Amelia y, aunque les costó aceptarlo, se dieron cuenta de que no importaba el sexo de mi pareja si la amaba de verdad. Y precisamente fue en Suiza donde, aunque no se permitía, el padre de Amelia que, al fin y al cabo, es tu bisabuelo, nos ayudó a adoptar a tu padre cuando tenía un año, en 1965. Volvimos a España cuando tenía unos quince años y la homosexualidad se había despenalizado.

Esa fue la última sesión de narración que mantuvimos mi abuela y yo en su habitación de la residencia. Pocos días después, la encontraron inconsciente, entró en coma y no tardó en fallecer.

Sin embargo, ni Luisa Gómez ni Amelia Ledesma ni siquiera los personajes más secundarios de la novela como la marquesa viuda de Madrigales caerán jamás en el olvido. Su historia estaba plasmada en un libro, que presentamos precisamente el día del primer cumpleaños de mi abuela que pasamos sin estar con ella. Fue un día en parte triste por lo que significaba, pero también muy emotivo.

De los personajes del libro estuvieron sentados allí la tía Marisol y, a unas pocas sillas, Marina con sus dos hijos. Aunque Mateo jamás pudo verlo, Marina al fin logró reunirlos tras una ardua investigación. Me pregunté qué ocurriría si todos los personajes supieran de la existencia de este libro: seguro que doña Rosalía o mis bisabuelos estarían muy orgullosos, pero los Crespo y Sarah habrían deseado cortarme las manos. O qué ocurriría si se hubiera publicado toda la verdad, pues Marina nunca sabrá que mi abuela acabó con la vida de su padre.

Al fin y al cabo, sus destinos pudieron ser estos o pudieron ser otros del todo distintos porque lo que de ellos fue hasta ahora en ningún sitio quedó recogido. Tal vez ni siquiera llegaron a existir y fue la mejor obra de ficción elaborada por una persona atacada por un tumor cerebral con metástasis. O quizá sí existieron, pero nadie percibió su presencia. Sí, quizás se mantuvieron siempre en el envés de la historia, activamente invisibles a la espera de que llegase el día en que todo acabase con el único deseo de ser felices en un mundo polarizado que no se lo permitía.

Fin

El día en que todo acabeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora