Capítulo 7

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Desplomado, así encontramos mis hermanas y yo a mi abuelo en la parte superior de 'El Asturiano'. María se lanzó a socorrerlo nada más encontrarlo, pero no podía hacer nada: era solo una niña que amaba a su abuelo. Recordé entonces el motivo por el que mi madre había llegado la noche anterior tan tarde a casa: había estado adecentando la casa de los Novoa al máximo para poder recibir allí con todo tipo de comodidades al doctor Martos, quien atendería el embarazo de doña Rosalía. Sin pensármelo dos veces, tomé a Leonor en brazos y me dirigí corriendo hasta el edifico.

Carolina, la portera, me acompañó hasta la primera planta, donde la familia residía. Toqué ansiada la puerta y resultó ser mi madre quien la abrió. Le expliqué el estado del abuelo y doña Rosalía, que desde el salón pudo escucharlo todo, pidió al doctor que nos atendiese, ofreciéndose ella misma a pagar sus servicios.

El diagnóstico fue crudo: mi abuelo tenía neumonía a causa de lo mal condicionado que estaba nuestro sótano convertido como se pudo en vivienda. Solo se atrevió a decirnos a solas a mí y a mi madre que probablemente no le quedaría mucho tiempo, pero el abuelo lo sabía. Tenía claro que moriría en unas semanas, sin poder volver a mirar a los ojos a su hijo.

Amelia siempre estuvo ahí para ofrecerme consuelo. En ese momento Marina no pudo hacerlo. Sus padres habían descubierto por una carta que tenía un romance con un chico y, aunque no sabían que se trataba de un rojo como Mateo, pudieron entrever por sus líneas que habían mantenido relaciones sexuales en alguna ocasión. Pusieron el grito en el cielo y la tuvieron encerrada en su habitación, a la espera de saber si la enviarían o no a un convento.

En cambio, Amelia estaba totalmente libre de ataduras, parecía compuesta de diversas partes del mundo. Siempre tenía algo que contar, una última palabra para hacerme reflexionar. La vez que me invitó a comer a su casa, una buhardilla encima de la escuela, le tuve que pedir que no continuase hablándome sobre la importancia de los derechos de las mujeres. Lo entonaba al igual que mi abuelo, ojalá se hubieran podido conocer y cumplir su sueño de hondear la bandera de la República por toda la Plaza de los Frutos cuarenta años después. Lo era todo: eran sus pantalones, su bicicleta, sus discos de música tan moderna, su lenguaje tan culto... Para mí conocer a Amelia fue toda una aventura, desconocedora de a la que tendría que enfrentarme días después...

El día en que todo acabeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora