DOS

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De pie delante del espejo, Naru estudiaba la foto que tenía en la mano: ella a los dieciocho años. Luego miró la imagen que le devolvía el espejo y se fijó en cuáles eran las diferencias. El cambio más obvio era que ahora tenía pómulos afilados en lugar de mofletes. También el pelo: antes, unas greñas que apenas le tapaban las orejas, mientras que ahora lo llevaba recogido en una espesa trenza que le llegaba hasta la cintura. Lo único que no había variado eran los ojos, azul oscuro. Sin embargo, siempre podía ponerse gafas de sol cuando pensara que cabía la posibilidad de que se cruzara con Sasuke y, de ese modo, ocultarle indefinidamente su identidad.

Había considerado el asunto desde todos los puntos de vista posibles y había decidido que no podía confiar en la buena disposición de Sasuke. Este era impredecible, volátil. Lo mejor sería evitarlo siempre que fuera posible e intentar que Kakashi no la presentara ante su propio marido como «una antigua amiga de tu pueblo».

Al parecer, Sasuke iba a acudir a la revista esa mañana. El día anterior habían dejado caer la noticia de la venta de la revista: Sasuke Uchiha había dejado su trabajo de enviado especial y a partir de ese momento dedicaría su tiempo y su talento a la prensa escrita de actualidad, aunque ocasionalmente todavía elaborara algún reportaje para la televisión. Los periodistas veteranos se sentían de repente incómodos, hojeaban su currículum, revisaban sus trabajos y los comparaban con el estilo periodístico de Sasuke, directo y mordaz. Y si Naru no había oído comentar cien veces a las mujeres de la redacción lo guapo que era Sasuke Uchiha, no lo había oído ninguna. Incluso compañeras que estaban felizmente casadas se sentían emocionadas ante la idea de trabajar con Sasuke. Era algo más que un buen periodista: era un famoso.

Naru ya estaba cansada de todo aquel revuelo. Lo primero que haría esa mañana sería ir a ver a Kakashi para que la mandara a cubrir una noticia, lo que fuera, hasta que las cosas se hubieran calmado. Ya llevaba tres semanas sin que le asignaran ningún reportaje, así que a nadie le parecería raro que estuviera impaciente por marcharse. Faltaba más de un mes para el baile benéfico de Sakarya, y no sería capaz de quedarse tranquilamente sentada a su mesa tanto tiempo.

De repente se dio cuenta de lo tarde que era. Echó una ojeada apresurada a su imagen en el espejo: una figura delgada, de aspecto pulcro y competente, con pantalones azul oscuro y una camisa de seda del mismo color. Llevaba el pelo hacia atrás, recogido en una coleta y, como toque final, se había puesto unas gafas de sol. Respondería a quien le preguntara que le dolía la cabeza y la luz le hacía daño en los ojos. Las gafas no eran tan oscuras como para no poder trabajar con ellas puestas si hacía falta.

Tenía que darse prisa. Como el ascensor de su edificio era bastante lento, bajó las escaleras de dos en dos y llegó a la parada justo cuando el autobús acababa de cerrar sus puertas. Empezó a vociferar y a aporrear el cristal, y el conductor le sonrió.

-Me preguntaba dónde estabas -aporreadora.

Era cierto, era de las que siempre aporrean las puertas de los autobuses.

Consiguió llegar a la revista justo a la hora y se dejó caer en su silla, asombrada de seguir con vida. Al cruzar la calle, habían estado a punto de atropellarla al menos en seis ocasiones. El pulso le latía a toda velocidad y sonrió: ¡si su método habitual para llegar al trabajo a la hora empezaba a parecerle emocionante, era que necesitaba un poco de acción!

-Hola Kitsune- saludo Gaara-. ¿Deseosa de conocer a El Hombre?

-Deseosa de que me manden a alguna parte -replicó-. Llevo demasiado rato pegada a la silla, me están saliendo telarañas. Voy a hacer una visita a Kakashi en su guarida para ver si me da algo que hacer por ahí fuera.

-Estás loca -le dijo Gaara con franqueza-. Hoy Kakashi está acelerado, mejor que esperes hasta mañana.

-Tentaré a la suerte -contestó ella alegremente.

Una vida propiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora