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Me gustaban esos momentos de fantasía que sosteníamos juntos.

Cuando entrelazabamos nuestras manos juntas.

Satisfactoriamente cálido y reconfortante en el invierno,

para olvidar el frío albergado en nuestros pechos.

También, lo suficiente armonioso en el verano.

Como para olvidar que quizá hacía demasiado calor como para presionar tan vehemente nuestras palmas juntas.

pero, siempre haciendome sentir seguro.


Fantaseé profundamente sobre el camino largo de nuestro destino,

algo que lucía siempre sin final.

Demasiado perdido en resolver los asertijos de tu enigmática personalidad.

Demasiado perdido en ese par de ojos brillantes.

Que incluso me perdí a mí mismo.

«¿Recuerdas ese ridículo baile?»

Reímos juntos esa tarde,

mientras te tomaba entre mis brazos,

y no balanceabamos al ritmo de de nuestro propio tempo.

Nuestros celulares siempre a punto de apagarse.

«Prioridades.»

Reías mientras forzabas el poco porcentaje de batería restante,

e incluso lo último de tus datos móviles.

Solo para bailar al son de una melodía.

En ese,

nuestro lugar secreto.

Alejado de todo y todos,

con la fuerte brisa pegando fuerte contra nuestros rostros.

Entonces yo haría el mismo «sacrificio»,

camino a casa en el mismo bus de siempre.

Apretujados al final de toda la fila de asientos.

Ignorando que iba casi desbordando de personas.

Concentrado en la calidez de nuestros hombros presionados juntos.

Mientras nos dejabamos llevar,

por esa tan conocida melodía.

En esas noches,

yo olvidaría todas mis barreras por tí,

y esa somnolienta mirada

que me invitaba a amarte.

Dejaría que tus dedos se entrelazaran con los míos de forma discreta.

Algo así como un secreto;

ocultos de las miradas curiosas.

Quizá, también en un intento de ocultarlo de nosotros mismos.

Fue ese día,

cuando me sentí perdido.

Esa tarde en particular,

donde noté que me hacías falta.

Cuando dejaste el asiento a mi lado vacío,

y me contuve de correr tras de tí.

«Ve a casa con cuidado, cariño»

Dijiste elocuente,

con ese par de ojos cálidos.

Algo enigmático,

como siempre.

Parte del misterio que formabas parte

—y al que quizá me resigné en mi profunda ceguera—.

E incluso si no quise dejarte ir,

esperé con ansias la mañana siguiente.

Porque, quizá, así podría verte

y sentirme vivo una vez más.

Esa misma tarde descubrí que te habías vuelto la medicina a mi rara demencia.

Algo más como un intento de cordura,

que había empezado a pesar en mi pecho.

«Todos estamos dementes, Jeno.»

Confesaste una noche camino a casa.

Era tan tarde que cerca de la última parada ya no había nadie sentado cerca.

Entonces, mientras mirabas directo a mis ojos,

delineaste mi rostro con la yema de tus dedos

en lineas finas que se sentían como un hechizo.

Y confesaste una verdad más;

«Solo fingimos cordura, para intentar encajar; y en reflejo al temor de descubrir quienes somos en realidad.»

Así que,

«¿Es esta demencia quien realmente soy?»

Tus comisuras se alzaron en una sonrisa y besaste mi frente.

«Así es, cariño.»

con tu palma presionada contra mi pecho,

y yo tembloroso por la cercanía.

«Este eres tú,»

Soltaste como una relevación para mí,

con tus dedos tirando de los míos,

y colocando mi mano sobre tu pecho.

«y este soy yo.»

No debía esconderme jamás.

«Así que no debes esconderte jamás.»

Porque estarás junto a mí.

«Porque estaré junto a tí.»

Contra mi volundad o no, te volviste mi lugar seguro.

Y aunque estaba tan asustado,

tu eras la única fuente de paz a mi delirio constante.

El único capaz de estabilizar mi paso irregular,

y los temblores ansiosos que agitaban mi corazón.

-J e n o

Frágil; noreminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora