Al salir de Burela, decidí echar gasolina. No quería que en Barres me tuviesen diez o quince minutos esperando o llegase algún conocido de mi marido…Pasaban de las dos, cuando llegue a casa. Prepare algo frio, para no sé llenase mi cabello a olor a aceite y otros vapores. Tras un yogur y un café, con su cigarro me fui al baño. Comencé a depilarme, tras terminar, con unas tijeritas recorte mi vello púbico, que llevaba mas de un lustro sin recortar. ¿Para que? Si llegaba a oscuras y metía sin ni siquiera acariciarlo… Haciendo hincapié en los bordes, apurando mas el corte para que no sobresaliese nada por fuera del pequeño tanga. Quedó un triangulito bonito y recortado, desde la zona baja a tres dedos por encima de mi clítoris. Con el agua flojita, sujetando la alcachofa de la ducha me fui duchando con cuidado de no mojar mi nuevo peinado. Me pinté las uñas con un rojo un poco mas oscuro que el vestido. Al terminar las veinte, encendí un cigarro mientras se secaban. Sentada en la tapa del váter me di cuenta que estaba fumando mas de lo normal. Conté los que llevaba y este era ya el quinto cuando lo normal eran siete u ocho en un día normal. Me disculpé a mi misma diciéndome que eran los nervios. Cuanto más se acercaba la hora más los notaba. Ya secas, usando también un poquito el secador. En la habitación con el conjunto puesto y los zapatos rojos de diez centímetros de tacón. Me vi tan sexy que me hice una foto de frente y otra girándome un poco para que saliese el costado y el trasero. Me sucedió lo mismo con el vestido a demás de elegante y repetí las fotos. Me sentía guapa y sexy. El vestido se acoplaba a mi cuerpo. Dejando mis hombros desnudos y un poco escote sin ser excesivo y no se viese el sujetador. Ajustado a mi pecho cuerpo y muslos quedando a poco mas abajo que la mitad de estos, con un pequeño corte en el lado izquierdo para facilitar el caminar a la vez que mostraba algo mas del muslo. ¡Esperemos te guste el rojo tanto como el negro Abe! Dije en voz alta. Abriendo el joyero a sabiendas bien de lo que buscaba. La gargantilla de piedras rojas, imitación de rubíes y sus pendientes a juego, una de las piedrecillas en el lóbulo tras otras tres que colgaban una encima de la anterior. Pinté las pestañas y la raya del ojo, con un poco de sombra verde suave que resaltaba mis ojos, un poco de colorete para dar color a mi blanca todavía piel y los labios del mismo color que las uñas. Unas gotas de mi colonia favorita en el cuello, tras las orejas y las muñecas. Me gusté y volví a la habitación a hacerme otras fotos. El reloj marcaba las 4:15. Calculé veinte minutos a la gasolinera. Me puse el abrigo de verano de tres cuerpos abotonado casi hasta el cuello. Mis gafas de sol y el bolso con lo imprescindible. Una vez encendí el coche di una perdida a Abelardo como habíamos acordado. Salí por el camino de arriba para no bajar por el pueblo era de tierra pero no me importaba. Ya en la autovía encendía otro cigarro. Conducía despacio, no estaba acostumbrada a hacerlo con tacones tan altos. Al llegar al puente “Dos Santos” mire al rio, ¡ahí estaba la bonita frontera de mi barquero leones! Llegué a la gasolinera, aparqué tres metros después de la entrada. Al bajar del coche vi el coche granate de Abelardo, parado al lado de la salida. Entré, pedí un paquete de caramelos de menta. Sin subirme al coche con la puerta abierta, saqué el abrigo y lo lancé al asiento trasero, subí y abriendo el paquete me metí uno en la boca, el no fumaba y el caramelo camuflaría un poco mi aliento. Al acercarme a su coche, puso el intermitente y lo imité a la vez me incorporaba al la carretera, conducía siguiéndolo. Sacó la mano por la ventanilla saludándome y le respondí con dos ráfagas de luces. Tras unos siete minutos, volvió a poner el intermitente y yo con él. Íbamos por una carretera estrecha rumbo al bosque que se veía al fondo, al poco volvió otra vez a avisarme para girar esta vez a la izquierda. Si la otra era estrecha, por esta no cogía mas que una furgoneta o tractor pequeño. Un risco de hierba por el centro anunciaba hacía mucho no recibía asfalto, junto con los arbustos de sus orillas. Seguíamos subiendo entrando cada vez más en el bosque. Hasta que por fin llegamos a una nave. Un portón grande descascarillado y las paredes algo descolchadas de azul clarito. Bordeó la nave hasta llegar a la parte trasera donde la hierba iba comiendo terreno al cemento. Una puerta pequeña, del color del portón delantero. Al echar el freno de mano, trague saliva al tiempo que engullía mi ya, diminuto caramelo. Salió de su coche, mostrando una sonrisa, acercándose al mío con un andar seguro. Abrí la puerta.

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EL BARQUERO DEL EO
Любовные романыSolo para románticos/as que les guste leer sin prisas algo mas que mete y saca... Historia de amor que comienza en un chat... Espero que les guste y dejen su voto!