Capitulo 14

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- ¡GRACIAS ELO! ¡Ha sido fantástico! Me has dejado completamente vacío. cariño.

- ¡Gracias a ti Abe! Experiencia no tengo. Pero ganas de hacerlo bien, le puse todas. Deseo que disfrutes tanto como yo corazón. Me gustó mucho hacértelo y ver que disfrutabas con migo cariño.

- ¡Disfruté muchísimo Eloísa ! He sentido un placer inmenso. Mientras veía tu hermoso rostro y el reflejo de esos preciosos ojos.

Me abrazó y nos besamos al tiempo que desaparecía la poca luz que quedaba. Al igual que la luz. La temperatura iba menguando. Notó mi piel fría y mientras se ponía los pantalones y los zapatos me pidió que esperase dos minutos.

Volvió con una mochila oscura, una pequeña y delgada mantita, junto una chaqueta colgada del hombro. En su mano izquierda, un farolillo de gas meciéndose al ritmo de sus pasos. Atrancó la puerta de nuevo y acercándose a mi, me puso la chaqueta sobre los hombros, con toda la delicadeza y cubrió mis piernas con la mantita.

Sentados, frente a frente. Sacó unos refrescos. El suave sabor a limón calmó mi sed. De un pequeño tupper, dos sándwiches de lechuga tomate y atún, que devoramos con dos plátanos, mirándonos y sonriendo del hambre que teníamos. Al terminar, disfrutamos de unos cafés que todavía el termo mantenía tibios. Por fin tomábamos aquel café que tantas veces me había invitado y yo rechazado. Me lo reprochaba y yo reía.

Al terminar, después de una muy agradable charla. Echó mano dentro de un bolsillo de la mochila, extrayendo un bolsita que albergaba una pastilla azul y se la trago.

- ¿Eso es lo que creo Abe?

- Si. Dijiste que no tenias prisa en marcharte y una ayudita para alargar un poco mas la noche.

- La noche y otra cosa… jajaja ¿A ver si te va sentar mal? ¿Las usas a menudo? No necesitabas eso. Estoy mas que satisfecha en ese sentido. Al igual que en lo demás cariño.

- Tranquila. Es la tercera que tomo en mi vida. Solo en ocasiones muy especiales y mas especial que esta, no sé si encontraré.

Veinte minutos mas tarde, comenzábamos de nuevo a hacer el amor y follar como posesos. Unas dos horas estuvo con el mástil erguido donde recorrimos casi todo el camasutra, vaciándome en cada postura… Hasta que apoyando mis pechos sobre la mesa de hormigón, mientras mi mano agarraba con fuerza uno de los tornillos, Abelardo me penetraba desde atrás agarrándose a mis hombros, mientras mis piernas perdían el suelo con cada una de sus embestidas, hasta lograr derramarse con toda su furia a la vez que mi vagina soltaba sus últimos flujos. Tumbados y abrazados sobre la manta, descansábamos de semejante esfuerzo y agotamiento, sintiendo nuestras respiraciones volviendo a su ser y sus cortos besos en mi cuello.

El reloj marcaba la una y veinte. Después de vestirnos y ayudarle a llevar todo a su coche, llego la difícil despedida. Mirándonos a la vez que acariciaba mi cara me dio un beso en la frente y otro en mi nariz. No pude evitar las lagrimas, que contagiaron a las suyas. Entre besos, caricias y abrazos, vigilados solo, por la media luna. Ninguno de los dos quería separarse. Me acompañó hasta la entrada del puente, a orillas de nuestro Eo. Que parecía brillar en la noche. Dimos las ultimas ráfagas de luces y su claxon anuncio el triste adiós. El camino a casa fue mezcla de alegría y tristeza. Mirando mis rosas sobre el salpicadero. Pensándolo en mi cama después de una necesitada ducha. Donde logre dormirme, mas por cansancio que por deseo.

El sonido del teléfono me arrancó de mi sueño y descanso. Miré la hora y al ver las doce y diez y que era mi marido quien me llamaba, el corazón empezó a acelerarse. Notó mi voz dormida y reaccione, que un dolor de cabeza me había tumbado en el sofá. Iba llegar un paquete por la tarde y debía firmar la entrega. Respiré al colgar y sacando los pies de cama para encaminarme al baño. Tuve que agarrarme a la pared para no caerme. Mis piernas no podían con mi cuerpo, unas agujetas horribles en las rodillas e ingles a la vez que un escozor en mis partes. ¡Hijo de p…! Dije riendo, mientras ayudándome de la pared, caminando como si estuviese una semana seguida montando a caballo, logre sentarme en la taza. Una ducha con esfuerzo, una pomada para rozaduras y al poco tomaba un café en la cocina repasando cada segundo vivido con Abelardo. Me reía sola recordando, a la vez volvía asombrarme de cosas que me había dicho y echo. Para pasar a la tristeza y otra ves a la risa.

EL BARQUERO DEL EODonde viven las historias. Descúbrelo ahora