Capítulo 21

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Cumpleaños de Marta

Marta se despertó sobresaltada cuando le sonó el móvil algo antes de las ocho de la
mañana. Era su 29 cumpleaños y una vez más iba a pasarlo sin Sergio; pero no tenía
ninguna duda de que esa llamada era suya, no sabía desde dónde. Se sacudió el sueño y
escuchó su voz alegre a través del pequeño aparato.
—Buenos días, preciosa. Felicidades —le había dicho.
—Gracias, marinero.
—Disculpa la hora, no sé si te he pillado dormida aún.
—Un poco. Hoy no tengo que estar en el juzgado hasta las once.
—Y mi pequeña dormilona aprovecha hasta el último minuto en la cama.
Ella se echó a reír. Sergio era más bien madrugador, probablemente debido a los
horarios del barco, y a ella le gustaba quedarse acostada hasta tarde siempre que podía.
—Sabes que sí.
—Te pido perdón, pero luego lo voy a tener complicado para llamarte. Aparte de
que quería ser el primero. Lo he sido, ¿verdad?
—Me temo que no. Mi padre me felicitó anoche a las doce en punto.
—A él se lo perdono.
—¿Dónde estás? ¿Cuándo vienes a casa?
—Estoy mucho más lejos de lo que me gustaría, no tengo muy claro dónde en estos
momentos. Y lo de ir a casa… espero que pronto. Te echo mucho de menos.
—Y yo a ti. Cada día que pasamos separados, se me antoja interminable.
—¿Qué planes tienes para hoy? ¿Alguna fiesta de cumpleaños?
—No, una fiesta sin ti no me apetece. Si alguna vez mi cumpleaños coincide con una
visita tuya, entonces la celebraré.
—Lo intentaré para cuando cumplas los 30.
—Eso es el año que viene.
—Lo sé. Aunque no te puedo asegurar nada.
—No te preocupes, si no puede ser, me conformaré con que me despiertes al
amanecer para felicitarme.
—Entonces, si no hay fiesta, ¿cómo lo vas a celebrar? Prométeme que no te vas a
quedar en casa.
—Voy a cenar fuera con mis padres. Al parecer han abierto un restaurante nuevo y
carísimo al que están deseando llevarme.
—Algún día seré yo quien te lleve a cenar por tu cumpleaños, te lo prometo.
—Te tomo la palabra.
—Bueno, cariño te tengo que dejar. Me espera un día muy ajetreado hoy. Que pases
un feliz cumpleaños. Un beso muy fuerte
—Gracias, para ti también. Y cuídate.
La comunicación se cortó y Marta se levantó con una sonrisa radiante. El día no
podía haber amanecido mejor. Hacía ya una semana que no tenía noticias de Sergio y
había dudado de que pudiera ponerse en contacto con ella.
Salió al salón donde su padre terminaba de arreglarse la corbata antes de salir para
el juzgado.
—¿Ya levantada?
—Sí, me acaba de llamar Sergio.
—Entonces hoy no estás de mal humor por el madrugón.
—No, hoy no.
—Tampoco es tan tempano —protestó Inma—. Yo me levanto a las siete todos los
días.
—Ya, pero a mi niña le gusta dormir.
—Tu niña está a punto ya de entrar en los treinta… —volvió a decir Inma divertida.
—Y luego en los cuarenta y en los cincuenta, pero no por eso dejará de ser mi niña.
Marta sonrió. Siempre sería la niña mimada de Raúl. Desde pequeña había
escuchado a su madre recriminarle que la malcriaba y él respondía invariablemente que
para eso estaba ella, para contrarrestar el efecto.
Pero Inma no había sido una madre dura ni excesivamente estricta. Al contrario,
había sido una amiga la mayoría de las veces, pero capaz de meterse en la piel de madre cuando era necesario.
—Me marcho —dijo Raúl dándoles un beso antes de salir—. Comeré fuera, y nos
vemos esta noche. Ponte guapa, cielo, que aunque yo no sea tu novio, me gusta que te
arregles para mí.
—Me pondré guapísima, te lo prometo.
—Yo también me voy, Marta. Hasta luego.
—Adiós, mamá.
Aquella noche hizo lo prometido. Se arregló para su padre, el segundo hombre de su
vida. Había ido a la peluquería, donde le habían hecho un recogido con una trenza que
le recorría la cabeza de lado a lado y se había puesto uno de los escasos vestidos
elegantes que tenía. Y hasta se había calzado unos tacones, en la seguridad de que iban
a ir en coche.
Lo único que desentonaba entre tanta elegancia era la pulsera de conchas, de la que
nunca se desprendía.
Inma sonrió al verla.
—Estás preciosa, nena, realmente espectacular.
—Faltaría más. El segundo hombre de mi vida me ha pedido que me vista para él y
no puedo defraudarle. Tú también está guapísima mamá —dijo mirando el vestido
sobrio y elegante de Inma, que conservaba su figura esbelta y juvenil.
—Yo me he vestido para el primer hombre de mi vida, que también me lo ha pedido.
También nosotros tenemos hoy algo que celebrar… ¡Hace veintinueve años que somos
padres!
Raúl apareció, guapísimo y elegante también con su traje oscuro.
—Esta noche voy a ser muy envidiado… —dijo paseando la mirada de una a otra. Y
se acercó a besarlas a las dos
—¿Podéis hacerme una foto para mandársela a Sergio?
—Por supuesto.
Mientras Inma le sacaba una foto del brazo de Raúl, Marta se sentía muy afortunada
por todo lo que la vida le había regalado. Por sus padres, por su novio, aunque en aquel
momento estuviera lejos, y también por su familia adoptiva, que habían estado
llamándola por teléfono durante todo el día para felicitarla. Incluso Javier la había telefoneado desde Maryland para desearle un feliz día de cumpleaños.
Iba a proponerles a sus padres hacerles una foto juntos cuando sonó el timbre del
portal. Raúl se acercó a abrir y volvió sonriendo.
—Al parecer se trata de un paquete para ti, Marta. Mejor que lo recibas tú.
—¿Para mí? ¿A estas horas? Debe ser cosa de Sergio, seguro —dijo acercándose a
la puerta.
—Yo voy a terminar de retocarme el maquillaje —dijo Inma dirigiéndose al cuarto
de baño—. Tu padre me ha besado con demasiado entusiasmo.
Él la siguió.
—Ya que te lo vas a retocar, ¿puedo estropeártelo antes un poco más?
Marta sonrió contemplándolos mientras se dirigía a la puerta del piso. Cuando sonó
el timbre, abrió. Al otro lado estaba Sergio medio oculto por un enorme ramo de flores.
—Feliz cumpleaños, preciosa.
Ella se abalanzó sobre él sin pensar en las flores que se aplastaban y le abrazó con
fuerza.
—Dios, Sergio… ¡Está aquí!
Él sonrió con picardía y la rodeó con el brazo que tenía libre.
—Este año no te va a tocar celebrar sola tu cumpleaños. Ni el mío.
—¿Te quedarás muchos días?
—Los suficientes.
Ella se separó un poco, y cogió las flores algo tronchadas por el efusivo abrazo,
para ponerlas en agua.
—Deja que te vea… —susurró él mirándola con adoración—. Estás preciosa.
—Mi padre me pidió muy especialmente que me arreglase para él… ¿O era para ti?
—Para los dos —dijo con un guiño.
—Ellos lo sabían.
—Sí, han sido mis cómplices; yo he llegado esta mañana. Han reservado en mi
nombre y me han ayudado a prepararlo todo.
—¿Cuándo me llamaste ya estabas en Sevilla?
—Estaba a punto de coger el tren.
Marta le lanzó una mirada apreciativa y cargada de deseo.
—Tú también estás guapo, marinero… Mucho. Tanto que casi me gustaría saltarme la cena.
—De eso nada; tengo la noche perfectamente planeada y no vas a conseguir que
cambie ni un segundo de ella. De modo, señorita impaciente, que por una vez te toca
dejarte llevar y obedecer.
—A la orden, capitán, pero como bien has dicho, por una vez. No te acostumbres —
dijo ella aludiendo al reciente nombramiento a capitán que había tenido.
Inma y Raúl salieron en aquel momento. Ambos abrazaron a Sergio con cariño.
Marta les observada pensando en que no habría podido soportar que sus padres no
aceptaran a su novio, pero ellos lo adoraban casi tanto como ella.
—Vamos a comer los cuatro juntos, ¿no?
Raúl negó con la cabeza.
—No. Sergio nos ha pedido tenerte en exclusiva esta noche y nosotros lo
comprendemos. Además, ya sabes que tu madre y yo tenemos nuestra propia
celebración.
—De acuerdo —dijo aceptando la explicación. No le desagradaba en absoluto la
idea de una cena romántica los dos solos.
Se despidió de sus padres y salió, seguida de Sergio. Ambos se acomodaron en el
coche de Susana aparcado en la puerta. Al sentarse, el vestido corto de Marta ascendió
por el muslo y Sergio no pudo evitar alargar la mano y acariciarle la rodilla. Ella se
estremeció. Hacía dos meses y medio que no estaban juntos.
—¿Seguro que no quieres saltarte la cena? Mis padres se van, ya les has oído.
Él la miró a los ojos con intensidad.
—Seguro.
—Entonces prométeme que comeremos deprisa.
—Hoy no. Hoy vamos a tomarnos nuestro tiempo para todo. Cenaremos despacio,
disfrutaremos de la charla y tras los postres abrirás tu regalo.
—¿Otro regalo? Sabes que el mejor que puedes hacerme es tenerte aquí.
Él sonrió enigmático.
—No lo sé… creo que el que viene después te va a gustar más.
—¿En serio?
—Sí.
—¿No vas a decirme que es?
—No.
—Pero me darás alguna pista.
—Si quieres… a eso puedo llegar.
—¿Grande o pequeño?
—Mediano.
—¿Se puede guardar en una caja?
—Está guardado en una caja.
El juego le recordó la niñez, cuando la impaciente Marta era incapaz de esperar los
regalos de cumpleaños o de Reyes sin intentar averiguar su contenido. Casi nunca
acertaba, él se las apañaba para despistarla más que acercarla a la verdad.
—¿Se pone? —siguió preguntando.
—No.
—¿Se disfruta?
Él sonrió.
—Mucho.
Marta acarició con suavidad la pierna de su novio desde la rodilla hacia el muslo en
un gesto insinuante.
—¿No me lo puedes dar antes del postre? A lo mejor podemos disfrutarlo esta
noche…
Sergio frunció ligeramente el ceño.
—¿Qué te hace pensar que es para disfrutarlo juntos?
—Porque te has relamido al decirlo.
Sergio trató de ocultar una nueva sonrisa. Sabía que ese gesto que había hecho
adrede la despistaría.
—Hemos llegado.
Marta no se dio por vencida.
—¿Tiene una concha?
—Hay una concha dentro del paquete, sí.
—¿No vas a…?
Sergio le cogió la cara con ambas manos y la besó con intensidad, aun a riesgo de
arruinarle el maquillaje. Le importaba un bledo, de todas formas más tarde se lo iba a
quitar todo a fuerza de besos. Luego se miraron a los ojos.
—Ahora, a cenar.
Entraron en el caro y exclusivo restaurante en el que nunca antes habían estado. Los
dos preferían los sitios íntimos y de comida abundante más que los restaurantes de lujo,
y nada más entrar Marta supo que aquella velada se trataba de algo más que de celebrar
su cumpleaños. En cuanto se sentaron, le preguntó:
—¿Es esta una noche especial?
—Por supuesto que lo es. Es tu veintinueve cumpleaños y estamos celebrándolo
juntos. ¿Hay algo más especial que eso?
—No, la verdad es que no.
El camarero se acercó, eligieron en silencio el menú y Sergio encargó vino en lugar
de la cerveza que solía preferir. Marta era consciente de que estaba tomándose
muchísimas molestias aquella noche, de que había algo distinto en la mirada de él, en
esos ojos castaños que la acariciaban en silencio y brillaban de anticipación.
Trató de dominar su impaciencia y disfrutar de las exquisiteces que ofrecía la carta
con calma, sin engullir la comida para terminar cuanto antes y llegar el postre. Dejando
aparte el regalo, aunque sentía curiosidad, de lo que de verdad tenía ganas era de
retirarse con Sergio ya fuera a su casa o a la de él y olvidarse del mundo por unas
horas. Tenerle a solas y sin ropa era el mejor regalo que podía desear, pasar la mano
por el cuerpo musculoso y bronceado y calmar el deseo que llevaba conteniendo desde
hacía más de dos meses.
—Sé lo que estás pensando… —dijo él divertido, justo antes de meterse un trozo de
pescado en la boca.
—¿Tan transparente soy?
—Mucho.
—¿Y no vas a hacer nada por remediarlo? —preguntó quitándose el zapato y,
deslizando el pie por debajo de la mesa, lo introdujo dentro del pantalón y le acarició
la pantorrilla con la punta de los dedos.
—Todavía no. Voy a aguantar estoicamente hasta el final de la cena, hagas lo que
hagas.
—Me estás haciendo sufrir.
—Yo también estoy sufriendo, preciosa, pero hoy nada de prisas.
—De acuerdo, tú ganas. Intentaré aguantar hasta el final de la noche.
Terminaron de cenar, incluido un delicioso postre, en medio de una agradable
conversación sobre los dos últimos meses de la vida de ambos, y cuando al fin los
platos estaban vacíos, Marta reclamó.
—Ya hemos cenado, ahora mi regalo. Creo que me lo he ganado.
—Todavía no.
—¿No? Me prometiste…
—Que tendrías tu regalo después del postre, y lo tendrás. Pero no aquí.
—¿Dónde entonces?
—He reservado habitación en un hotel. Esta noche nada de la casa de nuestros
padres, quiero total intimidad. Completamente solos los dos.
—Me parece genial; así podré gritar si me apetece.
—Te haré gritar, cariño —dijo guiñándole un ojo—, te lo prometo.
A continuación, se levantó de la mesa. Marta le siguió pensando en que pronto
estarían solos y el regalo quedó completamente olvidado.
Sergio condujo hasta uno de los mejores hoteles de la ciudad y sin pasar por
recepción se encaminó a los ascensores y a la habitación que tenía reservada. Extrajo la
tarjeta del bolsillo y abrió, haciéndola pasar a una habitación espaciosa con una enorme
cama de matrimonio.
Apenas la puerta se cerró tras ellos, Marta le echó los brazos al cuello para besarle,
pero Sergio la apartó suavemente.
—Antes el regalo.
—¿Ni siquiera un beso? Me muero de ganas de besarte, capitán. Nunca he besado a
un capitán de barco y estoy loca por hacerlo.
—Este capitán, si te besa, no va a poder contenerse y el regalo tendrá que esperar a
mañana.
—A mí no me importa.
—A mí sí. Primero el regalo.
Ella hizo un mohín y añadió:
—¿Sabes que te has vuelto muy mandón con el nombramiento? No sé si prefería al
simple piloto. De acuerdo, dame el regalo y pasemos a lo importante —dijo
extendiendo la mano.
Él abrió el cajón de la mesilla de noche y extrajo una caja de madera pulida de unos veinticinco centímetros de largo y unos diez de alto. Marta la cogió intrigada y
comprobó que era muy ligera, apenas pesaba. La abrió y encontró un papel banco
enrollado y atado con una cinta azul.
Miró a Sergio y le encontró la mirada chispeante y picarona de cuando iba a hacer
una travesura. Con mano nerviosa desató la cinta y desenrolló el papel grueso. Nada
más abrirlo comprobó que era un documento oficial y en él se concedía un determinado
puesto al Capitán Sergio Figueroa Romero.
No terminaba de entender, o quizás no quería hacerse ilusiones, por lo que
mirándole fijamente, le preguntó:
—¿Qué significa esto?
Él tragó saliva antes de hablar, emocionado.
—Es la concesión del traslado que he pedido para desarrollar mi trabajo en el
puerto de Cádiz. Se acabaron las largas ausencias, Marta, no voy a volver a
embarcarme, salvo en vacaciones.
Los ojos de ella se llenaron de lágrimas mientras Sergio continuaba hablando.
—A partir de ahora cumpleaños, navidades, alegrías y tristezas las viviremos juntos.
Ella permanecía muda, consciente del enorme sacrificio que Sergio acababa de
hacer.
—¿Estás seguro? —preguntó con voz ronca.
—Jamás he estado más seguro de nada, salvo de que te quiero.
—Pero el mar es tu pasión, tu vida…
Él se acercó más y le quitó el papel de las manos, que le temblaban.
—Tú eres mi pasión y mi vida, y ya te he tenido abandonada demasiado tiempo. Se
acabaron las despedidas y las largas ausencias. El mar seguirá estando ahí y tengo…
tenemos un barco para salir a navegar siempre que lo deseemos.
—Yo no quiero que renuncies…
Sergio alargó las manos y le cogió la cara entre ellas.
—No voy a renunciar a nada, solo he llegado a un punto de mi vida en el que tú eres
lo más importante. Y te quiero a tiempo completo. Trabajaré en Cádiz y regresaré a
Sevilla cada tarde para estar contigo.
La besó y Marta le rodeó el cuello con los brazos y se apretó contra él. Pudo sentir
la emoción de Sergio en sus labios. Las manos de él temblaban en su cara. El beso duró mucho, reflejo de la larga ausencia que acababan de soportar.
Cuando al fin se separaron, Marta empezó a desabrochar los botones de la camisa.
Al fin llegaba el momento que había estado esperando toda la noche. Pero de nuevo,
Sergio le apartó las manos.
—Aún no.
—¿Qué pasa ahora? —dijo impaciente.
—¿No echas en falta nada en el regalo?
Marta sonrió.
—La concha…
Él le devolvió la sonrisa.
—En efecto… la concha —dijo sacando del bolsillo del pantalón una caja pequeña
que había estado sintiendo junto a la pierna durante toda la noche, y que estaba
deseando entregarle.
—Ten… tu concha.
La abrió, y contra lo que esperaba, dentro no había una concha con un engarce para
colocarla en la pulsera como las anteriores, sino un anillo. Encima del aro de oro
blanco había una pequeña concha del mismo material con una perla dentro.
—Sergio, esto es…
Él sonrió.
—Un anillo, sí. Marta Hinojosa… ¿Quieres casarte conmigo?
Ella sintió un nudo de emoción subirle del pecho y atascarse en la garganta.
—Por supuesto, marinero.
Sergio cogió el anillo y se lo puso en el dedo. Y después la besó, alargando una
mano hacia la cremallera del vestido de Marta, impaciente también por tenerla en la
cama. Por celebrar juntos el fin de una etapa y el comienzo de otra.
Había vivido varios años de intensa navegación y lo había disfrutado, pero era
consciente de que había descuidado su relación con Marta. El mar seguiría estando ahí
para disfrutarlo en vacaciones, los fines de semana e incluso las tardes. No necesitaba
estar navegando durante meses, pero había renunciado demasiado tiempo a Marta. No
quería que llegara el día en que descendiera del barco y ella ya no le mirase con sus
azules ojos llenos de amor y de deseo.
Había llegado el momento de dormir junto a ella el resto de su vida, de llevarle el desayuno a la cama y de formar una familia. No más despedidas ni incertidumbre, solo
ellos y el amor que siempre se habían tenido el uno al otro.
Se desnudaron mutuamente con una emoción nueva, y un deseo diferente, y por
primera vez en ocho años se acariciaron sin prisas, sin la sensación apremiante de tener
que aprovechar cada minuto de estar juntos, porque luego les faltaría. Tocando, besando
y acariciando con lentitud, y al fin hicieron el amor mirándose el uno al otro con una
intensidad nueva y más amor que nunca.
Después, Marta se acomodó contra el costado de Sergio y deslizando la mano por el
ligero vello del pecho, susurró:
—¿Hace mucho que tenías pensado pedir el traslado?
—Desde que nos apresaron. Un compañero dijo que su mujer había dado a luz
mientras estaba en alta mar y en ese momento tomé la decisión de que eso no nos
pasaría a nosotros. Que el día que nazcan nuestros hijos yo estaré a tu lado, cogiéndote
la mano, ya que no puedo hacer otra cosa. No quiero perderme embarazos, cumpleaños
infantiles ni partidos de fútbol. Voy a ser un padre cercano, como los nuestros, de los
que ponen biberones y cambian pañales, no un señor que viene de visita de tarde en
tarde.
Marta alargó la mano y se miró el anillo. Lo notaba extraño en el dedo, pero se
acostumbraría.
—Me iré a Cádiz a vivir contigo, no quiero que estés todos los días en la carretera.
—¿Y tu trabajo?
—Existe Internet… y los teléfonos… no es necesario que esté en Sevilla para
trabajar. Iré solo cuando tenga un juicio.
—¿Y vas a dejar tu Sevilla querida para venirte a Cádiz?
—Por supuesto. Mi casa está donde estés tú, Sergio. Tú has dejado el mar por mí, es
justo que yo también ponga de mi parte.
—Por ti no, por nosotros. Y por nuestros hijos.
—Muy padrazo estás tú hoy. Tu sobrina te tiene babeando, ¿eh?
—Es que es preciosa la pequeña María.
Marta le pellizcó con suavidad un pezón.
—Pues de momento te vas a conformar con ella. Yo te quiero para mí sola una buena
temporada, tengo que resarcirme de mucho tiempo de ausencia.
—Todo el que tú quieras, preciosa. Prometo que te resarciré de todo eso. Y que los
hijos vendrán cuando tú los desees.
Ella se restregó mimosa contra el pecho de él, y susurró:
—Puedes seguir resarciéndome otro poco ahora, si te parece.
Él alargó los brazos y la colocó sobre su cuerpo, para besarla de nuevo.

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⏰ Última actualización: Jan 03, 2021 ⏰

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