Capítulo 6

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ARTURO CASAL
Sentado en la cocina, esa habitación acogedora que le traía tantos recuerdos de su
infancia, Sergio disfrutaba de un copioso desayuno servido por Manoli. Estaban solos,
sus padres y su hermana habían salido temprano para atender sus obligaciones y Marta
había dormido en su casa aquella noche para preparar una vista preliminar que tenía al
día siguiente. No estaba acostumbrado a estar sin ella en sus visitas, normalmente su
novia se trasladaba a Espartinas y compartía con él días y noches, pero en esa ocasión
se hallaba inmersa en un caso complicado y no podía dedicarle su tiempo al cien por
cien como solía hacer. Y él lo echaba de menos. Trataba de decirse que él atendía su
trabajo durante meses, y aunque sabía que ella se quedaba sola durante ese tiempo, no
se ponía en su lugar. Ahora sí lo hacía, pero era consciente de que no podía pedirle que
dejase su trabajo de lado cuando él estaba en Sevilla, porque ella no le exigía a él nada
semejante.
Incapaz de quedarse todo el día solo en la casa, terminó el desayuno y decidió pasar
por el bufete Hinojosa para saludar a Inma y de paso invitar a comer a Marta, si
disponía de un rato libre. Luego, la dejaría realizar su trabajo y volvería a su casa que
ya no estaría vacía para disfrutar de una tarde de piscina en familia. Y confiaba en que
Marta pudiera reunirse con él esa noche.
Manoli fue a servirle una segunda ración de tarta de manzana, su favorita, pero la
rechazó.
-No, Tata, no puedo más.
-Tienes que comer, luego en el barco...
-También como, no te preocupes. Eso del rancho y la dieta pobre es un mito, ahora
comemos decentemente. Hay un menú equilibrado para la tripulación.
-Pero no mi tarta de manzana.
-Eso no -dijo abrazándola con cariño. Se levantó de la mesa, se duchó y cogió el coche de Miriam que esta había puesto a
su disposición durante su estancia en Sevilla y bajó dispuesto a pasar la mañana lo más
distraído que pudiera.
Entró en el bufete donde trabajaban Marta y su madre y la recepcionista le saludó
con simpatía.
-Hola, Sergio. Marta no está, tiene juicio esta mañana.
-¿Tampoco Inma?
-Sí, ella sí. Puedes pasar, está sola.
Sergio empujó la puerta del despacho, ligeramente entreabierta, y asomó la cabeza.
-¿Se puede?
-¡Claro!
Inma se levantó y se abrazaron.
-¡Qué bien te sienta el mar, puñetero! No me extraña que mi hija ande loca por tus
huesos, estás guapísimo.
-Tú, que me miras con buenos ojos.
-Marta está en el juzgado.
-Sí, lo sé. Pero aprovecho para saludarte a ti.
-Siéntate y cuéntame que tal tu última travesía.
Se sentó y comenzaron a charlar.
-Muy tranquila, y demasiado larga para mi gusto.
-Y para el de Marta. Últimamente estaba muy nerviosa, te echaba mucho de menos.
-Y yo a ella. ¿Y vosotros por aquí qué tal?
-Como siempre... Bastante trabajo por el despacho y Raúl nadando contracorriente
en un caso de corrupción política que lo trae de cabeza. Ya sabes que es de los que se
mojan.
Sergio miró a su suegra, a sus cincuenta y tantos seguía siendo una belleza, no quería
ni imaginar cuantos corazones habría roto en su juventud.
-Sí, lo sé.
El padre de Marta era un hombre íntegro, y a él se le hacía muy difícil imaginar al
Raúl que a veces describían sus padres antes de que Inma llegara a su vida y lo
volviera del revés.
Charlaron durante un rato y luego Sergio se despidió y se dirigió al juzgado dispuesto a encontrar a su novia y tratar de que comiera con él.
Cuando llegó y preguntó por ella en información le comunicaron que hacía diez
minutos que se había marchado. La llamó al móvil, pero lo tenía apagado, de modo que
se resignó a volverse a casa solo, con la esperanza de que ella estuviera ya allí,
esperándole. Pero nada más salir, en una cafetería cercana descubrió la rubia y
conocida cabeza de Marta sentada a una mesa. Estaba acompañada por un hombre alto
y atractivo, ya cercano a los cuarenta, con aspecto de deportista. Ambos se inclinaban
sobre el móvil de él, que parecía enseñarle algo, las cabezas tan juntas que se rozaban.
Había algo tan íntimo en aquella escena que Sergio sintió formarse un nudo en su
interior, amargo y doloroso. Y el traicionero aguijón de los celos lo golpeó con fuerza.
Era indudable que tenían mucha confianza, demasiada para tratarse solo de cliente y
abogado.
Por un momento dudó si hacerse ver, entrar para interrumpir aquello, fuera lo que
fuese, pero luego se dijo que no, que si Marta quería hablarle de aquel hombre, ya lo
haría. Dio media vuelta y regresó a su casa.
Miriam estaba en la piscina refrescándose con un baño antes de almorzar y Susana
poniendo la mesa, mientras su padre había llevado a Manoli a su casa.
-Hola, hijo, ¿quieres tomar algo mientras comemos?
-No... gracias mamá, no quiero nada.
-¿Ni siquiera una de tus cervezas? -preguntó extrañada.
-No, no me apetece.
-¿Sabes si Marta va a venir a comer?
-No, ni idea. He ido a Sevilla esperando almorzar con ella, pero no la he
localizado -mintió-. Inma me dijo que tenía juicio y el móvil estaba apagado.
-Bueno, entonces no pongo su cubierto. Si viene, ya lo colocamos.
Sergio salió a la piscina y se sentó en una de las butacas a contemplar cómo su
hermana nadaba de un extremo a otro. Cuando Miriam lo vio, avanzó hacia él y salió,
sentándose a su lado en el bordillo.
-¿No te apetece un baño?
-No, ahora no. Quizás esta tarde.
Tenía calor, pero solo quería hablar con su hermana, tratar de averiguar qué había
entre Marta y aquel hombre. Vio cómo ella escurría la larga melena y la volvía a dejar caer sobre la espalda.
Sergio no pudo evitar preguntarle.
-Miriam... tú sigues siendo la mejor amiga de Marta, ¿verdad?
-Sí, eso creo.
-Y... ¿Hay algo que quieras contarme?
La chica alzó unos ojos llenos de sorpresa hacia él.
-¿Contarte? No entiendo, Sergio. ¿Qué debo contarte?
-No sé... se me ocurrió pensar que yo paso demasiado tiempo lejos y que a lo
mejor ella podría sentirse atraída por otro hombre en mi ausencia.
-¡Estás de coña, ¿no?! Marta está enamoradísima de ti. Lleva colada por tus huesos
toda su vida.
-¿Y lo sigue estando?
-Pues claro que lo sigue estando. ¿Acaso tus sentimientos hacia ella han cambiado?
-No, claro que no.
-¿Entonces, por qué piensas que los de ella sí? ¿Te ha dicho algo o has notado
algún cambio en vuestra relación?
-No... pero uno siempre se pregunta...
-Pues deja de preguntarte tonterías, ¿quieres? Supongo que cuando estás lejos te
asaltan muchas dudas, es normal, pero no te comas la cabeza, que no tienes motivos.
-Vale. No le digas nada de esto, por favor, me sentiría como un tonto.
-Por supuesto que no. Anda, vamos a comer, creo que papá acaba de llegar.
Después de almorzar, Sergio se puso el bañador y se tumbó en una de las butacas de
la piscina a leer un rato, tratando de olvidar la expresión ensimismada de Marta
mirando la pantalla del móvil de aquel hombre.
A media tarde ella le llamó.
-Hola, cariño. Lamento lo de esta mañana.
-¿Qué lamentas? -preguntó sintiéndose descubierto.
-Que hayas venido a Sevilla para nada. Mi madre me ha dicho que estuviste en el
bufete buscándome.
-Sí. Luego me acerqué al juzgado y me dijeron que acababas de irte.
-He almorzado con Arturo, el cliente del que te hablé. Hemos estado trabajando un
poco la línea de defensa, y la reunión se ha alargado más de lo que esperaba. Pero en un rato estoy allí y te compensaré.
La voz de ella sonaba como siempre, alegre y cariñosa. Y Sergio se relajó.
-Te esperaré impaciente, preciosa.
Marta llegó una hora más tarde, casi justo para la cena. Sergio escrutó su mirada con
más intensidad de lo habitual, y ella lo notó.
-¿Qué ocurre? ¿Tengo algo en la cara? -dijo rozándose la mejilla con la yema de
los dedos.
-No, solo estaba mirando lo bonita que eres.
Lo abrazó con fuerza. Lo había echado terriblemente de menos durante todo el día.
Cuando el caso se complicó en la vista previa y Arturo Casal la había invitado a comer
para planear una nueva estrategia, había estado a punto de negarse. La sola idea de
pasar la mayor parte del día sin ver a Sergio le costaba mucho, pero debía ser
profesional. El de Arturo era su primer caso importante, el primero que llevaría sola
sin la ayuda de Inma y el que marcaría su futuro como abogado. Aceptó. Pero para su
pesar, su cliente era un gran conversador, capaz de mantener una charla durante horas, y
pagaba muy bien su tiempo. Aunque intentó apremiarle en varias ocasiones, no lo
consiguió y la reunión para almorzar se alargó hasta la hora del café.
Habían hablado de trabajo la mayor parte del tiempo, la jornada había sido
productiva, sin embargo, Marta era consciente de que podría haber terminado mucho
antes.
Pero al fin estaba allí, dispuesta a poner sus cinco sentidos en compensar a Sergio
por haber llegado tan tarde.
Tras la cena y como era habitual, se retiraron a la habitación de él, y después de
hacer el amor, y aunque se había prometido a sí mismo no hacerlo, Sergio no pudo
evitarlo y le dijo:
-Háblame de tu caso y de tu cliente.
-¿Ahora? -preguntó mimosa. No quería hablar del caso ni de Arturo, solo
deseaba acurrucarse en su hombro y seguir acariciándole.
-Sí, por favor.
Había apremio en su voz, algo que le hizo pensar que él necesitaba hablar de ello, y se resignó.
-Está bien... Arturo se divorció hace tres meses, aparentemente de mutuo acuerdo.
Según me cuenta, el amor desapareció por parte de los dos, eran ya más compañeros de
piso que otra cosa. Él le dijo a su mujer que quería el divorcio y ella no se negó.
-¿Había alguien más?
-Él dice que por su parte, no. Pero que es joven y quiere enamorarse de nuevo.
-¿Qué edad tiene?
-Treinta y ocho.
-¿Hijos?
-No, ninguno de los dos quiso tenerlos.
-Y tú le estás llevando el divorcio.
-Ya están divorciados. Su mujer le ha denunciado por robo porque al parecer han
desaparecido algunos objetos muy valiosos de la casa que tenían en común. Piensa que
él ha podido hacer copia de la llave y entrar mientras ella estaba en el trabajo. La
cerradura no ha sido forzada ni hay ninguna señal del allanamiento.
-¿Y lo ha hecho? ¿Se los ha llevado él?
-No.
Sergio pensó que ese «no» había resultado muy tajante. Marta creía de forma rotunda
en la inocencia de su cliente.
-Pero no tiene una coartada que lo sitúe en las horas en que presuntamente se
cometió el robo en ningún lugar lejos del domicilio de su mujer.
-¿Y a cuánto asciende el valor de lo robado?
-A mucho. Más de doscientos mil euros.
-Uffff, esa es una cantidad más que respetable. Deben ser muy ricos.
-Se enfrenta a tener que devolver el valor de lo robado, y además a una condena de
cárcel. Y tienen mucho dinero, sí, pero no lo suficiente como para hacer frente a esa
cantidad. Algunos de esos objetos eran joyas familiares de esas que se transmiten de
generación en generación, de valor incalculable y no solo económico.
-¿Y cuál es tu opinión?
-Sinceramente, no lo sé. Estoy dudando entre que otra persona pudo llevarse las
joyas y entre que nunca han sido robadas y se trata de un intento de sacar más dinero del
divorcio por parte de la exmujer. No lo sé. -¿Qué otra persona? ¿Alguien más tiene llave?
-Ella dice que no. Arturo piensa que ha podido darle una copia a un miembro de su
familia o a algún amigo. Sale con alguien desde hace un par de meses.
-Entiendo.
-A mí me resulta muy extraño que esta señora sepa exactamente en qué momento se
robaron algunos de los objetos. Yo no miro todos los días las joyas cuando vuelvo del
trabajo para saber si están o no. Y ella afirma que un día estaban y al siguiente habían
desaparecido.
-Es sospechoso, sí. Y él, ¿cómo es?
-¿Arturo? Pues un hombre normal.
-Y rico.
-Sí, puede pagar mis honorarios sin problemas, si es lo que te preocupa.
Sergio pensó que no era eso lo que le preocupaba.
-Estupendo.
-Y ahora, ya basta de hablar de Arturo, de su mujer y de sus problemas. En esta
habitación solo hay sitio para nosotros dos.
«Me alegra oír eso», pensó Sergio mientras la abrazaba de nuevo.

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