Capítulo 1

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Abrí los ojos sintiendo como un dolor punzante taladraba mi cabeza. Miré a mi alrededor, definitivamente estaba en el suelo del baño principal. Intenté agarrarme del lavabo para levantarme, pero volví a caer sobre mi espalda, no tenía suficiente fuerza en los brazos.

Mezclar alcohol y MDMA no había sido buena idea. No sé cuántas veces había podido repetirme esa frase en los últimos meses.

Volví a cerrar los ojos resignada, escuchando la música que seguía sonando con fuerza en el exterior y las voces de la gente que en la lejanía sonaban como murmullos agolpados. La fiesta seguía en pie y yo estaba tirada en el suelo del baño, me enfadé conmigo misma. Volví a despertarme, probablemente media hora después, encontrándome mucho mejor que la primera vez. Ahora sí, me levanté tambaleante y me miré al espejo, las ojeras ocupaban más parte de mi cara que mis propios ojos enrojecidos por el humo, el alcohol y las drogas, pero no le di demasiada importancia.

Me disponía a salir del baño cuando, de un momento a otro, escuché, a lo lejos, el estruendoso sonido de un cristal romperse con fuerza, las voces de mucha gente gritando y la puerta del baño en el que me encontraba, abrirse. Me quedé paralizada, sobrepasada por todo lo que acababa de ocurrir; en mi cabeza, aún embotada, todo seguía dando vueltas.

De frente, vislumbré a mis padres moviendo la boca en forma de gritos, pero yo ya no podía oír nada, parecía como si me hubiese quedado sorda de la impresión. A través de la puerta, que recientemente había sido abierta por mi madre, la gente pasaba corriendo en dirección a la salida.

Negro.

Volví a despertarme por tercera vez esa noche. Pero, en esta ocasión, la superficie no era dura como el mármol que hacía las veces de suelo en el baño de mis padres, era blanda, pero no demasiado, quizá un colchón de mala calidad al que de vez en cuando se le saltaba algún muelle. Aún sin abrir los ojos, con miedo a que la claridad de la luz artificial pudiese quemar mis retinas, noté por el olor de la sala químico y estéril que probablemente me encontraba en la habitación de un hospital. Tras hacer ese descubrimiento me quedé con menos ganas aún de abrir los ojos, me podía imaginar lo que se me venía encima.

—Ya no puedo soportarlo más, Grace —dijo mi padre confirmando mis sospechas—, esta actitud es realmente insostenible.

—Henry, ya lo hemos hablado, lo hemos probado todo con ella, solo hay una cosa que... —contestó mi madre dubitativa.

—Lo sé, no sigas —dijo él dando la conversación por finalizada.

La sala se quedó en un silencio sepulcral, por un momento pensé que podía escuchar los movimientos de las vigas de las paredes, resentidas por el frío que enero había traído a Seattle. Con mis padres todo había sido siempre así, mi padre hablaba y mi madre callaba cada vez que se le ordenaba, nunca supe si por el poder del dinero o de la figura del hombre.

Intenté mover un dedo del pie para comprobar que todo seguía en orden y, efectivamente, lo estaba. Según mis cálculos pasaron apenas unos cinco minutos, en los que seguí intentando darme cuenta de lo que pasaba a mi alrededor solo con el oído, pero finalmente decidí darme por vencida y abrir los ojos, aun sabiendo las consecuencias que eso me traería.

—¡Enfermera! —gritó mi madre al darse cuenta de que ya estaba consciente, y aquella chica joven llegó lo más rápido que pudo al lado de mi cama, me alumbró con una luz intensa en cada ojo, comprobó mis constantes y me hizo algunas preguntas algo estúpidas, supongo que para saber si seguía recordando o sufría de amnesia. Por un momento me sentí tentada a mentir para que mis padres pensasen que no recordaba nada de lo que había pasado.

La mirada de mi padre sobre mí pasó de preocupada a enfadada en cuestión de segundos y pude ver a cámara lenta como sus expresiones se transformaban.

Before I leave (profesora y alumna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora