Capítulo 5

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Tres días de clase habían pasado desde mi pérdida de consciencia y el síndrome de abstinencia me estaba matando poco a poco. Insomnio, temblores, sudores fríos, dolor muscular, vómitos, ansiedad, alucinaciones, pérdida del apetito —si, más aún— y unas ganas terribles de volver a consumir. Nunca antes había tenido un mono tan fuerte, supuse que se había exacerbado con el pensamiento de que en aquel sitio no iba a poder encontrar ningún tipo de droga y tendría que esperar durante un año para poder volver a probarla.

Miré el reloj que descansaba sobre la mesita de noche que Becca y yo compartíamos y marcaba las dos de la madrugada, resoplé. Me revolví en la cama durante un par de minutos e intenté cerrar los ojos para volver a dormir, pero ya era demasiado tarde, mi ansiado sueño había vuelto a desaparecer.

Aunque no se debía rondar la residencia pasada la medianoche, el señor Dagger no solía estar vigilando a esa hora, por lo que decidí salir a dar una vuelta en un intento de que el cansancio se apoderarse nuevamente de mi cuerpo. El pasillo estaba tan oscuro y silencioso que por un momento sopesé la idea de volver a la habitación, pero no quería volver a tener un ataque de ansiedad en la cama, así que continué caminando a pesar de la desconfianza que aquel ambiente me producía.

Escuché unos tenues murmullos a lo lejos y, como un reflejo entre todo ese silencio, decidí seguirlos hasta que di con ellos. Sandra y Cate estaban fumando en un pequeño balcón que salía de la sala común, tan calmadas y serenas, no había rastro alguno inquietud en las líneas de expresión de sus facciones.

Desde el día que había tenido que cuidarme, Cate no me había vuelto a dirigir la palabra, su mirada era dura, sentenciosa y yo estaba tan avergonzada que no era capaz de acercarme a ella, simplemente me limitaba a asentir cabizbaja cuando pasaba lista en la clase de física y a evitarla tanto en el comedor como en los pasillos de Dinmore.

—Espero que sepas lo que estás haciendo, es muy joven —escuché como Sandra hablaba con Cate y ella seguía fumando sin hacerle mucho caso a lo que le decía.

Nunca había visto a la señora Wingrave así, su pelo estaba revuelto en una coleta mal hecha y sus expresiones relajadas. Llevaba un pantalón vaquero que, aunque no debía ser ancho, le quedaba algo grande por la delgadez de sus piernas; unas zapatillas deportivas de color blanco y un jersey violeta de cuello vuelto, también holgado. Estaba apoyada con los codos en la barandilla de hierro que rodeaba aquel balcón —algo oxidada por la humedad de Dinmore y el paso de los años— y, a la vez, su cabeza estaba sujeta por la palma de su mano izquierda, mientras fumaba con la derecha.

La quietud de la escena me sacudió, Cate parecía un ser humano igual que el resto y no esa especie de ser superior, perfecto y sin sentimientos, que se empeñaba en mostrar al mundo. Envidiaba a sus amigas por poder conocerla en esos momentos de sosiego y naturalidad, yo solo podía hacerlo espiando mientras ellas fumaban a las dos de la mañana.

Estaba tan centrada en su aspecto que di un paso en falso y acabé colándome en la sala, era imposible que no se hubiesen dado cuenta de mi presencia, me habían visto, estaba aterrorizada, así que decidí actuar con naturalidad y acercarme a hablar con ellas, como si nada hubiese pasado.

—Buenas noches —dijo la señorita Jessel—, un día duro ¿eh?

Señaló mis ojeras y no pude evitar reírme, pero ella se notaba preocupada.

—¿Cómo estás? —preguntó de nuevo Sandra y por su expresión pude deducir que se refería al escándalo que había formado unos días antes, no sé por qué no se me había ocurrido pensar en que Cate se lo habría contado a todo el mundo. Me sentí decepcionada, pero era lo que merecía.

—Estoy mejor, gracias por preguntar —dije en un susurro agachando la cabeza avergonzada, poco había tardado en cambiar mi risa por una cara de tonta humillada.

Before I leave (profesora y alumna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora