Capítulo 2

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El día siguiente amaneció algo más tibio y despejado. Algún pequeño rayo de sol se colaba por los salientes de las cortinas y el ambiente no era tan helado como la noche anterior, cosa que agradecí porque si no nunca habría sido capaz de salir de la cálida cueva que había formado con el edredón mientras dormía.

Rebecca abrió los ojos algunos segundos después, despegando la mejilla derecha de la almohada mientras bostezaba. Su boca se abrió tanto que por un momento pensé que se le desencajaría la mandíbula, pero en su lugar, volvió a cerrar los ojos tapándose hasta la barbilla y se hizo un ovillo nuevamente entre la manta y el colchón.

—Ni se te ocurra Becca, levántate — dije aclarando mi garganta seca e irritada por las bajas temperaturas de la noche —, como lleguemos tarde el primer día nos pasaremos el resto de nuestra vida en este sitio y no hemos hecho más que llegar.

Mi técnica pareció funcionar de inmediato, pues pude comprobar como mi amiga salía de la cama lentamente, atemorizada por la sorprendente exactitud de mis palabras.

El tiempo que tardamos en vestirnos transcurrió en silencio, probablemente porque ambas estábamos bastante asustadas por el comienzo de nuestra nueva vida. Después del accidente ocurrido en la fiesta solo me dio tiempo a hacer las maletas mientras mi padre reservaba un vuelo en el primer avión que saliese con destino a Birmingham, estaba que echaba humo por las orejas y yo no fui capaz de contradecirle, mi madre mucho menos. Lo único que supe antes de subirme en ese avión fue que tenía una plaza en una de las escuelas más remotas de Reino Unido, que viviría en una estancia cercana a ella y que mi mejor amiga —verdadera causante de todo ese desastre— vendría conmigo.

Becca se pasó las manos por la cabeza alborotando cada uno de los espesos mechones de su melena, oscura y ondulada; tenía esa extraña obsesión con parecer intencionadamente despeinada, en cierto modo me recordaba a su padre. Ellos dos no parecían gotas de agua, ni mucho menos, pero la nariz fina y recta del señor Tumbler se podía ver claramente reflejada en su hija, al igual que su despeinada y negruzca cabellera.

El señor Tumbler jugaba al golf con papá un par de domingos al mes, hablaban sobre vino francés y negocios, aunque pensándolo en retrospectiva supongo que también hablaban de nosotras, sino no habríamos acabado en aquel sitio.

Una de tantas veces en nuestra corta vida, volvíamos a llegar tarde y como tampoco teníamos tiempo de desayunar, decidimos bajar directamente a la recepción para intentar descubrir cómo llegar a la escuela desde allí.

Vimos a un par de personas en bicicleta por el camino que conectaba el jardín con la carretera que salía de la propiedad y recordé cuando mi padre me enseñó a montar en bici. Por aquel entonces era tan pequeña y asustadiza que no era capaz de agarrar el manillar, ya que pensaba que si lo hacía, mi padre pensaría que estaba preparada para ir sola y soltaría la parte trasera del sillín que él estaba sujetando para mantenerme en equilibrio. Una vez aprendí a llevar aquella vieja chatarra, monté, con la ayuda de mi padre, una bicicleta rosa con una pequeña cesta de mimbre al frente que había llegado a casa en una caja desde Alemania. Aquella bicicleta y yo nos volvimos inseparables, Becca y yo recogíamos margaritas de un campo cercano al barrio en el que ambas vivíamos antes de mudarme y llenábamos las cestas de flores para nuestras madres. Aún recordaba vívidamente como el viento estiraba mi pelo a su paso acariciándome las mejillas, era una sensación que quería volver a disfrutar, pero ya no tenía seis años.

—Podéis usarlas —dijo un hombre que, por su atuendo, pude deducir que sería el jardinero—, son de nuestra propiedad para el uso de los residentes.

Sin pensárnoslo dos veces cogimos un par de bicicletas que estaban ancladas a bastidores y comenzamos a pedalear siguiendo las indicaciones que el señor Dagger nos había apuntado en un mapa de Hope under Dinmore, condado de Hereforshire.

Before I leave (profesora y alumna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora