Capítulo 11

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Me senté en el escritorio que formaba parte del mobiliario de su habitación, enfrentado a una ventana, como ella me había indicado, y abrí el libro por la página que ella también me indicó. Me di cuenta de lo acostumbrada que estaba a dar órdenes y a que éstas fuesen acatadas de inmediato, nadie le llevaba la contraria y yo no iba a ser la primera en hacerlo.

Levanté la vista y pude deleitarme con la exquisita decoración que adornaba la estancia, definitivamente Cate tenía buen gusto. Además, no pude evitar fijarme en una estantería llena de libros, principalmente antiguos; me sorprendió que leyese tanto a pesar de ser una mujer dedicada a la ciencia.

—¿Me está escuchando? —preguntó ella con un deje de desesperación en su voz.

—Si, si, discúlpeme —contesté girándome para volver la vista a ella, ya que me encontraba de espaldas, pero aquello fue un error porque volví a distraerme con su cuerpo, perfectamente entallado por la tela del camisón.

—Por tanto, la ley de gravitación universal de Newton sigue vigente para la mayoría de cálculos gravitatorios a este nivel —dijo ella concentrada, acercándose a mi por la espalda y cogiendo un bolígrafo de su propio lapicero, que se encontraba en la esquina de la mesa. Cate se puso justo detrás de mi y agarró un post-it para apuntar algo en mi libro. Su cabeza quedó al lado de la mía, sobre mi hombro derecho y sus brazos pasaban cercanos a mis costados, además su pecho, únicamente cubierto por la fina tela de seda color vino, llegó a quedar pegado a mi espalda cuando se agachó a escribir, provocándome una repentina y fuerte sensación de falta de aire.

—Esta es una regla mnemotécnica que yo utilizaba para recordar la fórmula cuando estaba estudiando —me dijo tan cerca de mi oído que sentí como la piel de la nuca se me erizaba; me limité a dirigir la vista al frente porque sabía que si miraba hacia su lado nuestras narices chocarían por la cercanía a la que se encontraba. Pegó la nota adhesiva de color amarillo en mi libro y comenzó a escribir algunas palabras que le daban sentido a aquella engorrosa fórmula; una vez despejada todo era más fácil, pero ciertamente mi atención no estaba puesta en sus garabatos. Cada vez que su mano se movía sobre el papel, su pecho provocaba una deliciosa fricción contra mi espalda y mi mente ya se encontraba a mil años luz de aquella habitación.

—¿Lo ha entendido? —preguntó ella separándose de mí. De pronto un inmenso vacío se apoderó de mi cuerpo cuando sentí su calidez alejarse.

—Perfectamente —contesté intentando sonreír.

—Claro que lo ha entendido, si ya sabe todo lo que debe saber y más —dijo ella con una sonrisa de lado mientras caminaba en dirección contraria al escritorio.

—¿Cómo? —pregunté confusa. Su carácter era tan volátil que nunca sabía qué reacción seguiría a la presente; su actitud había vuelto a cambiar por enésima vez.

—Me han facilitado su expediente académico de su instituto de Seattle —dijo ella ladeando la cabeza, sabía perfectamente que me había pillado y que me tenía exactamente donde ella quería, acorralada—. Lo que me pregunto es por qué tanta insistencia con las clases cuando es usted un pequeño genio de la física.

—Yo... no sé —me había quedado en blanco, no sabía qué responder, pero tampoco quería que pensase que había estado abusando de su confianza y desperdiciando su valioso tiempo—. Quiero ser ingeniera aeroespacial, de verdad necesito toda la ayuda posible.

Recordé cómo le contestaba cuando la conocí, con una mezcla de superioridad y descaro, en esos momentos aquello me parecía una tarea de valientes, o más bien de suicidas. No había pasado tanto tiempo, pero por alguna razón todo parecía tan lejano. El día que llegué, las drogas, las fiestas, el síndrome de abstinencia, Cedric... Incluso él parecía haberse esfumado de mi mente, era como si perteneciese a otra vida.

Before I leave (profesora y alumna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora