Capítulo 8

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La resaca me podría haber matado perfectamente aquel fin de semana, pero desgraciadamente no lo hizo, mi cuerpo simplemente decidió castigarme con aquel insoportable e inmerecido dolor de cabeza. Las horas seguían pasando aburridas, largas y dolorosamente lentas acompañada de Becca, la cual seguía con un malestar que comenzaba a ser sospechosamente destacable.

—Voy a salir a dar una vuelta Beccs, que me de un poco el aire —dije realmente cansada de estar encerrada entre aquellas cuatro paredes.

En lugar de vestirme como cualquier persona con dos dedos de frente, decidí ponerme una sudadera y unas deportivas encima del pijama y salir así, ni siquiera tuve la decencia de peinarme. Además, el pantalón desgastado del pijama empezaba a resbalarse por los bordes de mis caderas, ya puntiagudas por todo el peso que había perdido en los últimos meses, pero aquel sentimiento me generaba un extraño estado de paz mental.

Los fines de semana eran tranquilos en Dinmore, sobre todo después de una fiesta tan grande como la del día anterior. Nadie quería salir de su habitación y tanto alumnos como profesores dedicaban sus días libres a pasar tantas horas tumbados en la cama que terminaban con el cuello engarrotado.

Echaba de menos Seattle en cierto modo, las calles abarrotadas de gente a todas horas, el agua rodeando cualquier pequeño rincón de la ciudad, por minúsculo que fuese; las cafeterías, el metro, las tiendas de ropa y las fiestas. No echaba de menos a nadie en especial, ningún amigo a parte de Becca que considerase imprescindible y mucho menos ningún miembro de mi familia. Sin embargo, las cosas en Dinmore seguían otro ritmo muy diferente, más pausado, como si la vida se estuviese ralentizando solo para que yo pudiese saborearla un poco más. Algunos lo verían como una oportunidad, otros como una tortura.

—Ya veo que no soy la única despierta —dijo la inconfundible voz de la profesora Wingrave a mis espaldas.

Casi sin darme cuenta, sumida en mis pensamientos, había paseado por el jardín hasta llegar al invernadero al que mis amigos y yo solíamos ir a fumar y a pasar el rato. La voz de Cate, suave y aterciopelada, consiguió sacarme una sonrisa que ella no pudo ver, pues aún le estaba dando la espalda.

—¿Resaca? —preguntó entre risas. No era habitual conocer esa faceta de la profesora Wingrave: relajada, divertida e incluso se estaba permitiendo bromear conmigo.

—Algo así —contesté haciéndome la ofendida por la escenita que me había montado en la fiesta.

Ella decidió no seguir insistiendo y se sentó en aquella butaca de mimbre en la que Cedric me pidió ir a la fiesta de San Valentín, pero la imagen era muy distinta en aquella ocasión, mucho más distinta de lo que me podría haber imaginado entonces.

—¿Quiere? —preguntó Cate levantando la cabeza hacia mi, mientras sacaba un paquete de tabaco del bolsillo de su pantalón. Sus manos eran delicadas y sus dedos largos y finos, no temblaban ni un milímetro. Una imagen fugaz de la profesora Wingrave siendo cirujana, con su pulso de acero, cruzó velozmente por mi cabeza y no pude evitar sonreír ante mis pensamientos delirantes. Aquella mujer me estaba haciendo perder la cabeza, definitivamente.

—Gracias —contesté simplemente intentando no rozar su pulgar cuando agarré el cigarrillo que me tendía desinteresadamente; sabía lo que pasaba cuando su piel y la mía entraban en contacto, aunque en el fondo moría por sentir sus manos tocándome.

Los minutos pasaron y ninguna de las dos dijo nada, solo fumábamos en silencio mientras algunos pequeños rayos de sol entraban por el techado de cristal, subiendo la temperatura del invernadero. Ella se quitó el abrigo, quedando en una camiseta negra de tirantes y unos joggers grises que parecían ser bastante cómodos; en mi mente Cate parecía unos diez años más joven cada vez que la veía llevando ese tipo de ropa informal.

Before I leave (profesora y alumna)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora