Perros Musicales: Día (III) - 03/01/21

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—Y entonces yo voy en tercer lugar de como quinientos en total... ¿en una carrera que tiene lugar en mi propia casa?—, preguntaba una voz. —Así es, y mira, ¡incluso pasa alrededor de tu cuarto! ¿No es genial?—, le contestó otra voz, con un notorio entusiasmo en sus propias palabras. Carlos no comprendía qué ocurría ni por qué estaba en su casa con centenares de ciclistas. La confusión estaba en su máximo esplendor cuando de repente, despertó un tanto alterado entre las cobijas de su cama. "Wow, ese sueño sí que estuvo loco", pensó tras observar el teléfono que le indicaba la hora: Las 10:13 horas. Carlos era consciente de que sus vacaciones terminarían en prácticamente una semana, pero no veía motivo para no seguir descansando lo más que pudiera antes de tal calvario. Estaba a punto de levantarse cuando observó cierta novela en su aplicación de lectura favorita que le llamó la atención, así que leyó los primeros pocos capítulos. No habían pasado más de 10 hojas cuando los protagonistas ya se estaban demostrando mucho amor entre sí, lo que hizo que el joven Carlos demorara un poco más en salir de su habitación. A Carlos le llamaban mucho la atención esa clase de historias, pero nunca se lo había dicho a nadie.

11:30 horas. La emoción interna de Carlos fue mayúscula cuando observó los tacos en la mesa de la estancia, donde su abuelo ya tomaba un humeante café. —Buenos días, Carlos, y buen provecho.—, le dijo al pelinegro al observar su mirada depredadora enfocada en aquellos manjares tradicionales de sus tierras. Unos cuarenta y cinco minutos después, Carlos había arrasado con cerca de una decena de ellos, por lo cual se sentía muy satisfecho. Agradeció la comida y regresó a sus aposentos donde se lavó sus manos y dientes para continuar con la búsqueda de algo para hacer que lo entretuviera y aminorara sus sentimientos de soledad. "Ya estuvo bueno. Tengo que regresar propiamente al piano. Si no es ahora, nunca lo haré", resonaba en su cabeza. Era verdad que Carlos había dejado el piano casi por completo y sabía que en el futuro se arrepentiría si no tomaba cartas en el asunto. Por lo que buscó una pieza que desde niño le había gustado, The Raple Meaf Lag, del antiguo autor alemán Schjott Soplinch. Al principio le costó acostumbrarse a la lectura de las partituras en su tableta electrónica, pero tras unos minutos repitiendo la misma frase, finalmente recobró esas nociones y prosiguió con su ensayo. Hacia las 13:40 horas finalmente había logrado dominar la primera de cuatro páginas que componían dicha melodía. Era tanto el entusiasmo del joven que este se propuso: "Hoy no saldré a caminar. Saldré a correr.". No sabía qué tan lejos o qué tan bien le saldría, pero Carlos finalmente había determinado que ese día no habrían más excusas. Lo iba a intentar, costase lo que costase.

Tras ponerse una muda deportiva y colocarse un cubrebocas y sus audífonos, Carlos salió determinado de su casa para recorrer un trayecto más largo que de costumbre, al fin que lo haría trotando y el tiempo empleado sería el mismo que cuando solamente caminaba. Sin embargo, durante los primeros diez minutos de recorrido estuvo convencido de que era una locura y sólo caminó. "No pudiste ni contigo mismo, qué pena", "¿Y así quieres llegar a ser parte del gobierno de tu país? No me hagas reír"... Todos estos pensamientos negativos comenzaban a nublar su mente cuando de repente escuchó algo fuera de la fuerte música en sus audífonos: —¡WOOF! ¡WOOF!— ¿Un perro? Carlos no sabía muy bien qué hacer. Decidió ignorarlos y continuar con su camino, pero no había dado ni cinco pasos cuando sintió que el can había resuelto perseguirlo. Ante la preocupación del joven, este no pensó en mejor idea que correr lo más rápido posible (Sí, Carlos sabía que los perros pueden fácilmente superarlo en velocidad. Carlos es a veces un idiota). Corrió y corrió hasta que dobló en la siguiente esquina y volteó con terror para percatarse de que la amenaza había desaparecido. "Pff, estuve cerca de verme como un idiota si ese perro me alcanzaba". Carlos mentía, él ya se había visto como idiota, pero no lo iba a reconocer. Pero también se percató de algo más: "Un segundo... corrí. ¡Sí, corrí! ¡Toma eso parte de mí que desconfía de mí!", dijo con alegría en voz alta. Así que motivado por este suceso, Carlos trotó el resto del trayecto, llegando a casa antes de lo previsto. Por supuesto, estaba hecho trizas y no sentía las piernas, pero Carlos había experimentado una satisfacción que en algún tiempo no sentía. Se sentía bien consigo mismo. "Y valió la pena totalmente", se dijo para sí.

Iban a ser las 15:30 horas cuando Carlos salió de bañarse para comer. Su abuelo había preparado un guiso de res que, naturalmente, el joven degustaría en compañía de sus ya típicas tortillas para hacer tacos. ¿He dicho ya que Carlos ama los tacos? —Gracias, abuelo. Como siempre tus tacos son los mejores.—, le dijo el pelinegro a su viejo al terminarse su plato. —Ya, sí, no me sobes tanto el lomo, qué bueno que te gustaron.—, replicó su abuelo, quien no gustaba de recibir muchos elogios. Siempre había sido una persona humilde y eso no cambiaría jamás. Carlos admiraba eso de él y estaba decidido a seguir su ejemplo por siempre. Ya de vuelta en su habitación, a eso de las 16:15 horas, el chico recordó lo que hacía antes de salir a correr: "Sí, debería continuar con la práctica", reflexionó al tiempo que se acomodaba frente al piano y su tableta para continuar ensayando. Ensayó hasta el punto en que le dolieron las manos. Hacía mucho tiempo que Carlos no tocaba más de una hora en el mismo día. Definitivamente estaba siendo un gran día. Tras reacomodar asiento y dispositivo, se sentó frente a su computadora y pasó el resto de la tarde viendo videos en la página esa de MeBute, con todo tipo de contenido (Hágase énfasis en la palabra "todo"). A eso de las 19:30 horas Carlos comenzó a aburrirse y la soledad parecía comenzar a hacerse presente. Pero Carlos no lo iba a permitir esta vez. —Sí, ¿bueno, Valentín? Hey, ¿cómo estás? ¿Nos vemos en un rato en el servidor para platicar? Perfecto, ahí te veo.—, dijo con un tono emocionado tras colgar el teléfono. Era su amigo Valentín, a quien conoció al entrar a la preparatoria. Se conectaron en su servidor de videollamadas preferido y charlaron sobre la Navidad, Año Nuevo y sus vidas en los últimos meses. Hacía un rato ya que Carlos y Valentín no charlaban a profundidad. —Pues sí, Malena y yo ya no estamos juntos.—, comentó el pelinegro a su amigo informándole de la ruptura de su última relación hace una semana. —Te entiendo carnal, no te preocupes. Lo importante es que ambos estén bien.—, respondió el otro joven en apoyo al primero. 

Así pasó el rato hasta las 22:30 horas, cuando ambos se despidieron para ir a cenar. Carlos sabía qué cenaría incluso desde antes de comer: Los tacos que sobraron en la mañana. Por supuesto que no dejaría que se desperdiciaran. Tras el aperitivo, se lavó nuevamente manos y dientes, a sabiendas de que tenía una última actividad por hacer antes de dormir: Escribir la entrada de ese día. No sabía inicialmente cómo titularla, pero en honor a aquel can travieso y su regreso triunfal al piano, minutos después pensó en el título perfecto: PERROS MUSICALES - DÍA III.         

365 Días de una Vida Completamente OrdinariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora