Borrón y Cuenta Nueva

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Creo que la vida es indudablemente muy misteriosa, mas nunca injusta. En ese mismo sentido, la vida te lleva por muchos caminos y te invita a tomar decisiones en todos esos trayectos. Cuánto quisiera sentirme orgulloso por haber tomado siempre las mejores decisiones en cada opotunidad que se me presentara, pero nunca podré hacerlo. Parte de la personalidad que constituye a un ser humano resiliente, valiente y empático implica reconocer cuando se han cometido errores y comprometerse a intentar no volverlos a cometer en el futuro. Claro, si de reiteraciones y promesas se trata, vale la pena enfatizar aquí que el compromiso es con el intento y no una apócrifa garantía de perfección en el porvenir, pues bien es sabido que el ser humano es el único animal que cae dos veces con la misma piedra (no sé qué tan cierto sea eso; ayer observé al gato de mi hermana tropezarse dos veces con el mismo juguete en cinco minutos o menos).

En un par de meses habrán transcurrido tres años desde la última vez que actualicé este intento sin pies ni cabeza de diario. En ese entonces, de lo único que se hablaba era el ahora cuento viejo de la COVID-19. Recuerdo todavía aquellos días pandémicos en los que no había mucho que se pudiera hacer en los confines de nuestras propias alcobas. En retrospectiva, debo de confesar que extraño esos tiempos; mi faceta introvertida, esa que siempre había estado ahí pero que siempre negaba por algún motivo, terminó de desarrollarse ampliamente para convertirme en una persona que gusta de los espacios reducidos y los "cuadros chicos" sociales. Incluso ahora que tecleo estas palabras al tiempo que observo a algunas pocas personas posar para fotografiarse frente a las montañas, no puedo evitar desear que se fueran a otra parte y me dejaran disfrutar de mi soledad al menos por unas cuantas horas. 

Tras terminar la escuela preparatoria, me fui de intercambio universitario al viejo continente pensando que emprendería una nueva vida por aquellos rumbos. Regresé al poco tiempo por un cúmulo de circunstancias desafortunadas que, por otra parte, me abrieron nuevas puertas para seguir creciendo como ser humano (omitiré al menos en estas próximas líneas la faceta profesional y académica de mi vida). Ya de vuelta en mi tierra, decidí vivir mil vidas en un lapso de seis meses; jugué a ser prácticamente todo rol laboral y social imaginable en una sociedad moderna como la que habitamos en la actualidad.

Quiero dejar por escrito que para mí es extremadamente complicado escribir estas líneas. En realidad, existe una única razón por la cual he decidido abrir parte de mi vida en un medio público pese a que siempre he odiado la idea de permitir que la gente pueda averiguar tan fácilmente por Internet más sobre mi persona. Esa razón tiene nombre y apellido. Se trata de una persona a quien decidí soltar y, al paso de las semanas, me percaté de que había sido el peor error que pude haber cometido en los últimos veinte años de mi vida. Se trata de una de las personas más bondadosas y nobles que conoceré en todo lo que me reste de existencia (ojalá sea todavía un rato considerable). Por una inseguridad mía totalmente irracional, falta de empatía y un desconocimiento absoluto de la importancia que tenía esa persona en mi vida, opté por cerrarle mis puertas de la noche a la mañana. Lo más triste es que yo era para esa persona alguien demasiado importante en su vida. ¿Cómo pude simplemente cegarme frente a esa obviedad y huir? Me fui de ahí como un cobarde y ahora me doy cuenta, a través del dolor de mi corazón y la pesada nostalgia, que no fue en lo absoluto la decisión correcta.

Me encantaría decir que fue la única vez que eso sucedió. La realidad es que no lo fue. La realidad es que fue la enésima ocasión que atravesamos ese melodrama juvenil poco propio para una relación de varios años que prácticamente contaba con todos los elementos de una estabilidad emocional para toda la vida y que carecía, únicamente, de la formalización de mi parte para con la otra persona. Por ahora, no puedo dejar de pensar en ello y decirme a mí mismo: "Qué estúpido, mi estimado. De verdad que nadie te entiende y ni nada ni nadie te satisface". 

Pensaba hace varias semanas, cuando el dolor emocional comenzó a inundar mi ser, que jamás podría perdonarme semejante pérdida. Sin embargo, la parte adulta en mí me hace reflexionar en que hay todavía mucha vida por delante y que hemos todos de perdonar y seguir buscando nuestra propia felicidad. Me arrepiento infinitamente de no haberme tan siquiera propuesto alguna vez buscar la mía junto a esa persona, pero no puedo atarme a ese error, dejar que el tiempo transcurra y sentirme mal toda la vida. Tengo que seguir adelante y esa persona tiene que seguir adelante también. Sé que lo hará porque es de las personas más fuertes y resilientes que he conocido, superándome con creces en ese y muchos otros rubros que tienen más importancia que la mera capacidad de memorizar datos, fechas y fórmulas.

Dicen en mi tierra que no debe uno "hacerse loco" cuando del elefante blanco en la habitación se refiere. Sí, en parte comienzo nuevamente estas entradas con la finalidad de pedirle perdón a esa otra persona y hacerle ver que estoy bien, esperando que se encuentre también bien de su lado. Eso sí, no soy tan melodramático para escribir con un tono hiperbólico y hacer creer al lector que estoy luchando por mi vida (denme una década más y entonces hablaremos al respecto). Hablo desde lo que me gustaría pensar que es la madurez emocional. Soy consciente de que nadie es dueño del tiempo ni de los intereses ni de las decisiones de nadie más. Ya he pedido muchas oportunidades yo y todas las he desperdiciado. Ya me han dado una infinidad de oportunidades para vociferar el tan obvio y evidente amor que sentía por la otra persona y decidí ignorar, con conciencia, alebosía y ventaja, todas y cada una de esas oportunidades. Por desgracia, a veces tenemos que perder lo que tanto dábamos por hecho para reconocer verdaderamente la falta que nos hacía. Parafraseando a Alejandro Fernández, me queda claro que me dediqué a perderte y que no me di cuenta cuando tus ojos comenzaron a mirar diferente. 

(Me gustaría reconsiderar un poco lo antes dicho sobre mi melodrama. Posiblemente esté más adelantado a mi edad de lo que me gustaría reconocer.)       

Lo dicho, lo de caballeros es reconocer que uno se ha equivocado y que dejó ir a la persona que menos debía permitir que se alejara. Con estas palabras me permitiré vivir mi duelo y avanzar más allá de la negación en las etapas de dicho proceso. No me gusta pensar que existe tal cosa como un cúmulo de seres supranaturales, el karma o cuestiones sin evidencia empírica demostrable. Soy un hombre de ciencia, pero he comenzado a permitirme ciertos lujos que antes me tenía totalmente prohibido (hoy, por ejemplo, me compré unas galletas en el supermercado). Así entonces, sólo diré que reitero las primeras palabras de esta entrada: la vida es muy misteriosa. Me permitiré creer que, si debe existir algo más entre ambos, las circunstancias serán las necesarias para que diga lo que tenga que decir en el momento indicado.

Habiendo cubierto este tema que tanto me quemaba vivo por dentro de mis emociones, quisiera retomar esta linda actividad de contar con un diario abierto para quienes pudieran sentirse identificados en el futuro y acompañados en esta aventura llena de incertidumbres que llamamos "vida".  Nos vemos entonces en la siguiente entrada con alguna nueva tragedia y/o anécdota de un servidor. 

365 Días de una Vida Completamente OrdinariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora