31. Volviendo.

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—¿Y como está Antonio? —Gabriel hizo una mueca pero siguió tomando de su café.

—Realmente tenías que empezar con esa pregunta —se quejó añadiendo más azucar a su bebida.

—Es tu hermano y algo que tenemos en común —Gabriel sonrió y sacó su celular de la bolsa de su pantalón.

—Bien, está casado desde hace cinco años para la sorpresa de absolutamente nadie —explicó y me mostró una fotografía en donde se encontraba Antonio, una mujer de cabello castaño y una pequeña niña en los brazos de Antonio —Ella es su esposa Melody, y la pequeña Emma de cinco años —cuando vio que levanté una ceja solo negó con la cabeza —No me preguntes como sucedió, solo sé que de un día para otro mi hermano estaba comprometido y esperando un bebé, así que sí, al parecer esa es nuestra vida.

Eso no sonaba mucho como Antonio, pero nuevamente el tiempo cambiaba a las personas. Y yo no podía dejar de ver la sonrisa radiante en el rostro de Antonio. Estaba tan feliz por él que la alegría no me cabía en el pecho.

—Es muy linda, se parece por completo a ustedes —exclamé señalando a la pequeña niña de ojos verdes y cabello negro.

—Sí, aunque tengo que decir que de personalidad es igual a su madre. Es la niña más intimidante e inteligente que conozco, y obviamente es la mujer de mi vida —respondió y no pude evitar que mi corazón se derritiera un poco ante esta declaración.

—Amaría poder conocerla —dije sin pensarlo muy bien. Estaba segura que conocer a la familia de Antonio sería algo sumamente incómodo de presenciar. Sin embargo Gabriel sonrió casi como si estuviera entusiasmado.

—Estoy seguro que ella tambien te amaría.

—¿Y tú tambien ya estás casado?

—Para nada, hace meses que no salgo con alguien. ¿Qué hay de ti?

—Pasé años viviendo en un pueblo alejado de la mano de dios, peliando con mi padre porque no aceptaba salir con hombres que pensaban que el mundo iniciaba con ellos, terminaba con ellos y giraba alrededor de ellos —respondí rodando los ojos —Al menos en la ciudad, todos sabemos que somos insignificantes y altamente remplazables.

—Ouch Abby, te has vuelto muy pesimista.

—Realista querrás decir, soy enfermera. He tenido en mis manos la vida de incontables personas, en los años que llevo de carrera he visto prácticamente de todo y la vida es tan frágil y tan corta que se va en un parpadear.

—Vaya, ser abogado solo te enseña que todas las personas en general son unos hijos de puta.

—No se necesita ser abogado para saber eso Gabriel.

Seguimos hablando un largo rato, de cosas del trabajo y de cosas que habían pasado en nuestras vidas en los años en que no nos habíamos visto las caras. Intercambiamos nuestros numeros aunque nadie prometió llamar al otro. Nadie se comprometió a invitar al otro a cenar o buscar alguna excusa para vernos otra vez. Nos despedimos y aunque se sintió casi de manera amistosa, tenía miedo de que esta vez finalmente fuera una despedida.

Pasé el resto de la tarde preguntandome si aún estaba enamorada de Gabriel Rickman. Sabía que no importaba cuanto tratara de autoconvencerme de que  no, la respuesta era lo más obvio del puto universo. Tanto como que el agua moja y después del otoño sigue el invierno. Lo cual, si la respuesta era tan sencilla—aunque completamente irracional—al menos estaba consciente de ello. Y no me encontraba en negación como los primeros años en donde visitaba el perfil de Gabriel casi compulsivalemente.

¿Puedes guardar un secreto? (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora