Capítulo Uno.

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• Capítulo uno •

Era un día muy frío en el palacio de hielo, la nieve llenaba los muros exteriores como de costumbre, parecía que el verano era algo inexistente en ese lugar.

Armelia caminaba por los patios con su abrigo enorme encima del vestido, su corona de color plateado brillaba bajo la luz del débil sol que se veía a través de las espesas nubes.

De pronto sintió que algo le olfateaba los zapatos, miró hacia abajo y encontró a su hermoso lobo blanco, Tinnier.

– Tiny, ¿qué haces aquí? Te va a dar un reesfrío. – el cachorro la miró con sus ojos bicolores – se que eres un lobo pero aún así no es seguro que estés aquí, sabes que si sigues afuera deberé ponerte un chaleco.

El animal aulló en respuesta, odiaba esos horribles chalecos.

Con las mejillas sonrojadas por el frío acarició a su mascota y se dirigió al castillo.

Sus pies se hundían en la nieve, la joven resopló, sus pies estaban cada vez más fríos.

– ¡Princesa! ¿Qué está haciendo afuera con este frío? Vamos, entre, le daré una taza de chocolate caliente. – se escuchó la voz de la ama de llaves, Nora.

– Lo siento Norita, pero debía proteger mis plantas y animales. Estoy segura que viene una tormenta de nieve gigantesca.

– Usted y sus premoniciones – negó con la cabeza la mujer regordeta.

– ¿Cúando me he equivocado? – Armelia llegó a la Gran Puerta con sus zapatos congelados.

La otra mujer no respondió, Nora Pleürs no se concentraba en nada cuando veía que alguien podía pescar un reesfrío.

La hizo entrar (y limpiarse los pies) y le sacó su abrigo, le dió un saco marrón claro y le ordenó sentarse en la sala mientras ella preparaba el dichoso chocolate.

– Tiny a la cucha – ordenó la princesa, el pequeño lobo se fue a su cama que de cucha no tenía nada. Era grande y alcochonada, digna de un rey.

De pronto ella escuchó un ruido a lo lejos, parecía que alguien bajaba corriendo de las escaleras. Armelia no lo pensó dos veces y metió su mano en su bolsillo para tener preparada su daga.

Al ser una persona de la realeza estaba acostumbrada a tener muchos cuidados por si a algún enemigo se le ocurría raptarla. Pero eso no fue necesario cuando vió de quien se trataba.

– Princesa Armelia – el chico hizo una reverencia, ella rodó los ojos.

– Ya te dije que no me digas así, ni hagas eso cuando me saludes, Caios.

– Lo sé, pero es divertido – sonrió – vengo para decirle a su majestad...okay baja la daga, que he encontrado un hechizo que puede ayudar a...solucionar su problema. Aunque no estoy seguro.

De pronto la cara de la joven se iluminó.

– ¿Es en serio? – miró hacia los costados y susurró – hablemos de esto en un lugar más privado, Nora podría oirnos.

– ¿Un lugar más privado? Quien diría que usted se metería con alguien de la plebe, que escándalo. – Armelia le dió un codazo mientras él reía – está bien Lily, ya no te pongas violenta.

Ella entrecerró los ojos indignada y se levantó, el joven la siguió.

– ¿Y ustedes a dónde van? – Nora los miró de manera sospechosa mientras dejaba el chocolate en la fina mesa ratona.

– ¡Norita! Olvidé la bebida, ¿Me disculparías? Ky tiene algo que asombroso para mostrarme.

La ama de llaves entrecerró los ojos.

– ¿Qué vas a mostrarle joven Caios?

Pronto entendieron su desconfianza.

– No se preocupe, no es nada...raro, es solo que unos de sus animales tiene los ojos muy rojos y ella no se ha dado cuenta. Temo que se enferme.

La mujer aún tenía sus sospechas, ¿Qué tenía eso de asombroso? pensó, pero no puso más objeciones, le dió una taza que no se calienta para que se tomara el chocolate "que bastante me tardó prepararlo" y los dejó ir.

Los adolescentes se internaron por los oscuros pasillos del castillo mientras mantenían una pequeña charla. La chica estaba tratando de olvidarse del tema mientras se dirigían al estudio del joven mago. La verdad es que ella trataba de no hacerse ilusiones, sabía que era casi imposible solucionar su situación, pero por lo menos lo iba a intentar.

Mientras Caios hablaba sin parar, como de costumbre, la muchacha lo observó por un momento.

Ky, como ella lo llamaba, era un joven de 18 años de cabello marrón oscuro, que le caía desordenado, todo en él era medio desastroso, era flaco y apenas más alto que ella, vestía ropa que no era andrajosa pero tampoco podía considerarselo bien vestido, sus pantalones holgados y su característica camisa verde musgo estaban un poco manchados con barro y nieve. Su tez era cálida y sus ojos miel. Era un chico muy dulce y algo juguetón. Era su mejor amigo y casi un hermano para ella.

Armelia subía las escaleras algo aturdida por el parloteo. Se miró las manos algo nerviosa, las tenía tan pequeñas y pálidas por la falta de sol. Ella era de figura esbelta tirando a delgada, tenía un hermoso cabello castaño claro y ojos claros, un gorro siempre estaba en su cabeza, cuando la dejaban, aunque variaba el color.

Cuando no llevaba ninguno usaba su corona, una bellísima de plata, y su pelo largo le tapaba las orejas. Vestía con hermosos vestidos la mayoría del tiempo y era bastante segura con un carácter fuerte, y nadie la amenazaba porque sabían su habilidad con la espada, aparte de que siempre cargaba una daga consigo.

Además de su pequeño lobo, tenía una delicada mariposa, que nadie entendía como no se moría, que siempre la cuidaba. Pero ella amaba los animales, era una especie de zoóloga que trataba de entenderlos y estudiarlos lo más que podía.

– Lily, LILY – Caios gritó en su cara mientras pasaba una mano por delante de esta.

– ¿Qué pasa?

– Te quedaste como congelada mirando un punto fijo – la miró levantando una ceja.

– ¿Ah? Estaba pensando... – miró hacia el suelo algo avergonzada, esto le pasaba a menudo.

– Piensas demasiado, ese es tu problema – rodó los ojos y abrió la puerta de la habitación a la que habían llegado – bueno, entremos que tengo frío.

Lily entró cruzando los dedos.

Por favor, esta vez si.

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