6.

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Alguien movió mi brazo con brusquedad, intentando despertarme. Y funcionó. Lo primero que sentí fue un intenso dolor que me recorrió la espalda, haciendo que gruñera.

—despierten, mocosos, ¿qué demonios están haciendo?— escuché una voz carrasposa y molesta de un hombre, seguido de otro ligero golpe en el brazo— ¿qué les hace creer que pueden dormir aquí?

Un momento... ¿dormir? ¿Aquí? ¿De qué habla este tipo?

Escuché el ruido de los autos en marcha, los pájaros cantando y sentí el calor del sol sobre mi piel, haciendo que abriera los ojos de golpe.

Ya era de día.

Habíamos pasado toda la noche en el cementerio.

Frente a nosotros estaba de pie un señor barbudo a canoso con un rastrillo en sus manos, parecía molesto al vernos ahí, supuse que era el encargado de cuidar el cementerio.

Lía también despertó, y al hacerlo se puso tan pálida como un papel, puso una de sus manos en mi pierna, apretandola, se sentó rápidamente y quedó encorvada mirando al suelo.

—Lía— la miré preocupado— ¿pasa algo?

Lía sacudió la cabeza en negación.

Y entonces vomitó.

Di un brinco para evitar que ensuciara mis zapatos, el viejo puso cara de asco y molestia mientras que Lía seguía sacándolo todo, daba arcada tras arcada.

Tomé su cabello evitando que de llenara de de vómito y sobe su espalda haciendo una mueca.

Cuando terminó se limpió la boca con la manga de mi sudadera.

—genial— dije entre dientes al ver como la ensuciaba.

Ambos miramos al hombre que ahora estaba más furioso que antes.

—eres una asquerosa criatura. Llamaré a la policía. Yo no limpiaremos esa porquería. Estos malditos niños...— diciendo eso y más, el hombre se alejó cojeando.

Me levanté rápidamente y ayudé a Lía a ponerse de pie antes de que ese viejo cumpliera lo que había dicho sobre llamar a la policía.

Tomé a Lía por la muñeca y la arrastre por todo el cementerio caminando lo más veloz que pude, pero ella no podía seguirme el paso, estaba muy débil.

—ven— dije casi perdiendo la paciencia acercándome a ella—, te cargare.

—¿que? No, yo puedo sola— dijo arrugando el entrecejo.

Me dio un empujón abriéndose paso para seguir caminando, pero no se dio cuenta que un poco más allá había una lápida partida por la mitad y casi no se podía ver. Lía tropezó con ella y calló de cara al suelo.

Solté una carcajada al mismo tiempo que ella bufaba.

—no digas nada— me advirtió señalandome con el dedo, traté de contener mi risa—. Cállate y ayúdame.

La levanté con cuidado y ella se sacudió la ropa con una mueca en el rostro, tuvo que haberse dado un buen golpe.

Di un vistazo hacia atrás, aún no había rastros del viejo, así que aproveché que Lía estaba distraída y puse un brazo en su espalda y el otro en la parte trasera de sus rodillas y la alcé sin ningún problema.

Lía ahogó un pequeño grito, sorprendida.

—esto no era necesario— susurró irritada cruzándose de brazos—, te dije que podía sola.

El Juego Del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora