Capítulo 3: El niño que vivió

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Draco recordaba fácilmente el día en que conoció a Potter, porque fue el día en que sus padres planeaban llevarlo al Callejón Diagon. Draco rogó por ir uno o dos días antes, esperando evitar a Potter, pero sus padres parecían tan acostumbrados a sus quejas como para aceptar un cambiar sus planes. Fue una semana completa lo que tuvo que esperar para ir después de recibir su carta de Hogwarts, lo que significó resistir una semana las ganas de contarle a alguien. Era una forma de saber lo inestable y desesperado que Draco se encontraba con la privacidad de sus pensamientos, que por un segundo, consideró usar el Maleficio Imperius para hacer que sus padres lo mantuvieran alejado de Potter.

Después de todo, se dio cuenta que con su nueva varita, era capaz de usar ese hechizo.

Había regresado a los calabozos durante una de sus constantes búsquedas en el área, esperando por una milagrosa aparición; y las arañas a la vista le recordaron las demostraciones de Ojo Loco durante su cuarto año. No había dudado en repetir estas demostraciones; de probar su magia y asegurarse que tenía control completo de la varita dentro de los muros protegidos de la mansión. Aunque tenía que admitir que utilizar el maleficio imperius en sus padres para hacerlos ir al Callejón Diagon no contaba.

Lo utilizó en la araña más grande que pudo encontrar, mientras que las velas encantadas flotaban sobre el espantoso insecto, con una miríada de ojos que se nublaron en el momento en que el encantamiento se posó en ella. La obligó a bailar, y la miró obedecer, con un sentimiento de náusea que lo hizo detenerse tan pronto estuvo seguro que el maleficio funcionaba. Sostuvo a la petrificada araña, escuchando su respiración entrecortada en el aire frío, y la soltó solo cuando estuvo listo para lanzar el maleficio Cruciatus. La araña se retorcía de dolor y esto no le dejó duda que una nueva varita y un nuevo cuerpo no habían atrofiado sus habilidades en la magia oscura. Draco soltó la araña una vez más y la miró desaparecer con un sabor ácido en la boca.

Practicó una gran cantidad de hechizos después para limpiar el historial de la varita, por si por alguna razón era revisada. Pronto tendría su propia varita de vuelta en este tiempo, la varita fiable de pelo de unicornio. Y más pronto que la última vez, ya que el único cambio que había conseguido era que su Madre lo dejaría ir a Ollivanders primero -con la excusa de estar ansioso por tener una varita- y por lo tanto evitar a Potter en Madame Malkin. No usaría esta varita por mucho más tiempo. Y, aún así, con cada hora que pasaba como un intruso indetectable, sentía que era vital que fuera capaz de defenderse.

Cuando lanzó Sectumsempra en la siguiente araña que apareció, agradeciendo a Potter por el hechizo, las patas de esta se segmentaron en irregulares formas, dejando un charco de sangre sobre el frío suelo y eventualmente una calma en el cuerpo igual que si hubiera lanzado Avada Kedavra.

Recorrió todos los hechizos en los que pudo pensar en esas altas horas de la noche que parecían alargarse, justo como un dulce amargo que se resistía a romperse entre las regordetas manos de Vince. No pidió visitar a ninguno de sus amigos, incluso al aún vivo Vince, y evitó a sus padres lo más que pudo, salvo a la hora de la cena, pero ellos no parecieron notar nada. Era demasiado fácil engañarlos. Y después regresaba a los calabozos, lanzando infinitas secuencias sin sentido de encantamientos aprendidos con Flitwick año tras año; o regresaba a su cuarto a escribir reflexiones de su situación para después quemarlas y dejar solo humo y cenizas detrás. Cuando llegó el día de ir al Callejón Diagon, no tuvo problema en reunir algo de la anticipación que tuvo la primera vez. Incluso si había algo desagradablemente histérico en su emoción, sus padres no lo notaron.

El Callejón Diagon no había estado tan abarrotado y colorido en años, aunque Azkaban no le había dejado exactamente con mucha oportunidad de salir a visitar. Por lo que sabía, las restauraciones después de la guerra habían sido tan rápidas que seguramente ya habían multitudes y niños riendo de vuelta en su tiempo. Puso mala cara a los niños de primer año corriendo y gritando sobre calderos y escobas, siendo una molestia para los demás; pensando que el callejón había sido mejor en esos tiempos oscuros sin tantos niños alrededor. Deseó que existiera un hechizo para desaparecer niños en un radio de 5 calles, solamente para recordar que él también era un niño.

Draco Malfoy y el espejo de Ecidyrue (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora