Me encontraba en el hospital.
Visitaba a los niños que estaban ingresados en el área de pediatría del hospital de Florida. Gracias a tía Victoria, tenía permitido el acceso fácil para visitar a los chicos. Mi tía era jefa en el área pediátrica del hospital.
Yo amaba a los niños.
Los niños eran maravillosos y por eso ayudaba a entretenerlos por las tardes después de trabajar -excepto los días que hacía horas extras-, y es que se aburrían estando días y días ingresados.
Me apegaba mucho a ellos, era doloroso apreciar sus angelicales rostros demacrados a su corta edad por culpa de las enfermedades que consumían su pequeño cuerpo. Me dolía ver su cabello cayéndose por las quimioterapias, me entristecía ver sus rostros de bebés con lágrimas en las mejillas por la pérdida de cabello. A pesar de las dificultades que tenían a su corta edad, ellos eran vida; sus rostros eran alegres, nunca faltaba una sonrisa en sus labios, sus pequeñas risitas eran música para mis oídos.
Estaba sentada en el suelo con los pies cruzados. Chiara, una chica italiana de cabellos color oro se encontraba a mi lado observando a los niños que jugaban en una esquina. Recién había llegado y su turno estaba por comenzar; jugábamos con los chiquillos hace un instante, antes que se marcharán a la esquina a jugar con algunos Legos.
Ella amaba a los niños como yo, era estudiante de medicina y hacía sus practicas en el área pediátrica. La había conocido hace tres meses, resulta que yo estaba jugando con los niños y ella se acercó queriendo jugar también, fue muy gracioso, se comportó como una chiquilla ese día. Desde que la conocí fue una chica carismática, hacía reír a los niños con sus peculiares ocurrencias y de paso me hacía reír a mí. En el poco tiempo que tenía conociéndola se había convertido en una excelente amiga, incluso a veces quedábamos para ir a comer.
—Entonces… —Empezó a decir, llamó mi atención por el tono de voz que empleó— el chico del que te escuche hablar ¿te gusta? —Entrecerré los ojos.
—No.
—Dudo que esa sea la respuesta correcta —Hizo un puchero. Aún no me acostumbraba a su acento extranjero.
—Por supuesto que es la respuesta correcta —Rodé lo ojos al cielo irritada por la mirada de súplica que me brindaba.
Pasó una semana desde que me había reencontrado en casa de mi tía con el chico de ojos azules después de habernos conocido en el puente camino a casa. Al día siguiente en un momento de debilidad, Chiara me escuchó hablando en los baños del hospital.
Precisamente ella escuchó: «Ya deja de pensar en él».
Sí, fue lo que dije al espejo mientras lavaba mi manos. Me había asegurado que no estuviera nadie alrededor, confirme que los cubículos del sanitario estuvieran vacíos, la pequeña estancia estaba vacía; ¡y así había sido! Pero mi compañera que me observaba con ojos suplicantes en ese instante, entró sin previo aviso y me sorprendió hablándole a mi reflejo, riñéndome por estar pensando en Patrick, el chico del puente. Pero es que él me ponía los nervios de punta.
—Entonces por qué aquella vez escuché que decías…
—¡Sé lo escuchaste! —Interrumpí con impaciencia.
—Déjame terminar —Entrecerró los ojos recelosa por haberla interrumpido—. Yo sé lo que escuché Amy, te veías alterada.
—No fue así, sencillamente…
—No lo niegues, ¡te gusta!
—¡Por supuesto! Me gusta muchísimo y por eso ando pegando volantes en las calles en su búsqueda. ¡Es mi Príncipe Azul! —Exageré con sarcasmo, me había fastidiado mucho.
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El Latido de mi Vida
Teen FictionAmerica Gibson, una chica lastimada por la vida conoce a un joven de ojos azules en el puente camino a casa cuando ella se encontraba al otro lado del barandal absorbida por la belleza de la ciudad frente a sus ojos. Patrick Donovan, el simpático y...