Se había ido. Ya no estaba ahí.
Recorrí con la mirada el lugar en busca de Patrick pero no había indicios de que él se encontrará en la estancia.
En verdad se había marchado.
Mi entrecejo se frunció. Estaba confundida. La mesa en la que minutos antes habíamos estado charlando estaba vacía, no había nadie, no se encontraba él.
«Quizá está en el baño.» Pensé.
Me acerqué a la mesa para verificar mis sospechas y salir de la duda que me tenía inquieta en aquel momento. Recorrí la mirada en busca de algo que me dijera que él estaba en alguna parte y no me había abandonado. Efectivamente mi cartera se encontraba en la silla en la que yo había estado sentada minutos antes. Mi solitaria Coca-Cola estaba en la mesa, nada más que eso y el salero. La silla en la que había estado Patrick estaba vacía, no se hallaba su mochila.
¿Se había ido así sin más?
Es decir, yo no tenía porque esperar algo, solo era un almuerzo casual, nada comprometedor. No tenía por qué esperar que él se quedara, más bien, no tenía porque sentir aquel raro sentimiento que se acumulaba en mi pecho en ese preciso momento. Pero no negaría que estaba decepcionada, no sé por qué pero esperaba conocerlo más, charlar hasta quizá intercambiar números para estar en contacto.
Sacudí mi cabeza eliminando este último pensamiento. Tomé mi bolso dispuesta a marcharme, enfadada por haber querido más.
—Oh, querida —Una voz a mis espaldas impidió mi huida del lugar—, él tuvo que marcharse. El chico que estuvo contigo dejó esto para ti.
La mujer camarera que nos atendía sacó de su delantal una hoja de cuaderno doblada por la mitad. La extendió para que la tomara, con el ceño fruncido acomodé el bolso en mi hombro antes de tomar el papel y leer su contenido.
“Lamento marcharme sin despedirme pero surgió una emergencia que es difícil no atender.
La pasé muy bien en el corto tiempo que charlamos, me divertí mucho. Espero que no me guardes rencor por dejarte sola. Te dejo aquí mi número telefónico para que puedas contactarme y poder quedar otro día. Fue agradable, Dulzura.
-Patrick : )”
Elevé mis cejas por su “Corta carta”. Así que pensó que le guardaría rencor por haberse ido y haberme dejado tirada. Vaya, eso si que era interesante. No te preocupes chico de ojos azules, no te guardaré rencor en lo absoluto.
La camarera frente a mi se encontraba expectante en busca de alguna reacción de mi parte. Pero la verdad era que no tenía expresión alguna.
Fred solía decir que mi rostro inexpresivo cuando estaba molesta era aterrador. El hecho de que no mostrará algún movimiento que indicará que en verdad estaba enfadada lo hacía dudar si en verdad yo era un ser humano. Cuando me dijo aquello de verdad había reído muy fuerte.
Lo cierto era que yo mostraba mi enfado con una expresión calculada, no sabía en qué momento de mi vida lo había aprendido. Particularmente, no tenía reacción alguna y escondía mi enojo poniendo en desconcierto a la persona y sacar provecho de eso. A veces en verdad no sabía de dónde aprendía aquello. Yo en realidad era aterradora. Me di palmaditas mentales por ser tan genial, única en mi especie.
—Gracias por su ayuda —Contesté al gesto con una falsa sonrisa, seguro se dio cuenta de mi actitud por que su expresión se suavizo.
—No quería marcharse, te lo aseguro. De hecho parecía reacio a irse; puedo decir que parecía afligido —Comentó entregando las bolsas que llevaba. Las cogí confirmando que era la comida que habíamos ordenado antes con Patrick—. Aquí está su pedido, el chico me pidió que te lo entregará y yo me tomé la molestia de empacarlo para que puedas llevártelo.
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El Latido de mi Vida
Teen FictionAmerica Gibson, una chica lastimada por la vida conoce a un joven de ojos azules en el puente camino a casa cuando ella se encontraba al otro lado del barandal absorbida por la belleza de la ciudad frente a sus ojos. Patrick Donovan, el simpático y...