—¡Vamos, ayúdame! —Grité frustrada.
Mis mejillas seguramente estaban sonrojadas por el esfuerzo físico. La sudadera de Patrick me estorbaba, no era que me quejara por la prenda del chico, de hecho era increíblemente cómoda y olía a él. Pero a pesar que era de madrugada, la temperatura no era precisamente baja en verano, era imposible llegar a grados menores en el estado de Florida en esa estación por la costa cercana.
Sin embargo, el calor que albergaba la sudadera me estaba sofocando.
Gotas de sudor bajaban por mis sienes, incluso mi cabello atado en una coleta alta estaba húmedo; mis pies dolían, débiles por cada escalón que subíamos.
—Estoy ayudándote lo más que puedo —Siseó Patrick con voz entrecortada.
El pesor de Fred sobre mi costado y hombros era poco a comparación con lo que Patrick ayudaba a cargar, él se llevaba la peor parte del peso de mi mejor amigo. Cargábamos al borracho como un costal de patatas, subiendo escalón tras otro.
Al llegar a su edificio traté de despertarlo, pero el alcohol lo había dejado en estado de inconsciencia como el chico que había vomitado sobre mi camisa. Una de las razones por las que odiaba las bebidas alcohólicas: no te dejan razonar y pensar con claridad.
Pero era mi culpa haber dejado que Frederick tomara de esa forma, al día siguiente cuando despertara con una resaca de muerte, me acusaría por haberle permitido consumir tanto alcohol.
—No te lo digo a ti, Patrick. Se lo digo al borracho. —Mi voz salió entre jadeos entrecortados— Ya falta poco.
El apartamento de mi mejor amigo se encontraba en el piso número tres. El edificio contaba con un elevador, pero me llevé una gran sorpresa al encontrar un letrero que decía 'Fuera de servicio'. Casi grité al imaginarme subiendo con un Fred borracho las escaleras hasta un tercer piso; y en ese momento era una realidad.
«¿Por qué no se me ocurrió llevarlo a mi casa?»
Jadeé ante el pensamiento
—Hubiera sido más sencillo solo acostarlo en el sofá; sin la necesidad de subir escalones. Soy una tonta sin cerebro —Murmuré bajito. Riñéndome por no haberme ocurrido esa idea antes.
—¿Qué? —La pregunta del castaño fue apenas audible. Seguramente le faltaba aire en sus pulmones por el esfuerzo.
No contesté.
Llegamos al pasillo del tercer piso entre jadeos, cansados por subir tantos escalones. Me empezaba a sentir mareada y sin fuerzas, mi corazón palpitando deprisa. Volteé a ver a mi amigo, estaba murmurando quién sabe qué. Sus mejillas estaban teñidas con un ligero color rosa, y no por haber hecho esfuerzo alguno, sino por lo agitado que había estado en la fiesta por culpa del licor.
Me sentía culpable, no tuve que dejarlo que bebiera de esa forma. Y no era que hubiera bebido demasiado alcohol. Él era tan intolerante a la bebida, que con cinco copas ya estaba alucinando quién sabe con qué.
Su experiencia no era tan buena que digamos.
—Un minuto de descanso, por favor.
—Vamos, apenas y falta nada. ¿Cuál es su apartamento? —Contestó Patrick con voz amable.
—Es ese —Señalé la puerta que se encontraba a unos pasos de distancia.
De nuevo empezamos a caminar con un Fred casi dormido, murmuraba algo sobre que iría a encontrar el tesoro que estaba justo al final del arcoíris. Escuché una risita de Patrick.
No pude evitar reír con él.
Entramos al apartamento de mi mejor amigo con cuidado de no derribar nada. Nos dirigimos al pasillo que llegaban a su habitación. No era el momento de ser silenciosos temiendo despertar a Connor, el compañero de piso de mi mejor amigo.
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El Latido de mi Vida
Teen FictionAmerica Gibson, una chica lastimada por la vida conoce a un joven de ojos azules en el puente camino a casa cuando ella se encontraba al otro lado del barandal absorbida por la belleza de la ciudad frente a sus ojos. Patrick Donovan, el simpático y...