3. Mi perdición

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(segunda parte del relato "La fiesta de Julieta")

Julieta y yo comenzamos a vernos seguido luego de esa alocada fiesta, ella era totalmente increíble, era arriesgada, rebelde y estaba algo loca, pero justo era esa locura lo que me hizo caer completamente a sus pies. La forma tan sensual en la que se fumaba ese cigarrillo, la manera en la que se quedaba viendo al horizonte como si en una de esas veces pudiera ver algo tan majestuoso que la hiciera suspirar, pero ese algo nunca llegó.

—¿Qué piensas? —me preguntó, mirándome, con esos ojos color avellana que me hacían suspirar de emoción. Simplemente sacudí la cabeza, restándole importancia— ¿Sabes? Eres tan transparente, eres como un cristal tierno y delicado —dijo mientras apagaba su cigarrillo y luego acariciaba mi cabello, que caía sobre la mitad de mi cara— Podría adivinar las cosas que piensas al instante, pero me gusta oírte decirlas, me gusta escuchar tu voz pidiendo más —reí con nerviosismo y mis mejillas se tornaron de un rojo intenso.

—N-no digas eso —murmuré, Julieta soltó una risa pícara.

—¿Decir qué? Dime qué no quieres que diga, preciosa —tomó mi mentón con una mano mientras con la otra sostenía con firmeza mi cintura. Estaba oscureciendo, el parque en el que nos encontrábamos no era un muy buen lugar para continuar con esto. Moví mis manos con nerviosismo y bajé la mirada.

—Tal vez es tiempo de irnos —dije en un suspiro que a penas se alcanzó a oir.

—¿Por qué abríamos de hacerlo, pequeña? ¿Qué es lo que te asusta? ¿A caso soy yo? —Julieta sonreía con picardía, mientras mis piernas temblaban cada vez más, si no estuviese sentada, mis piernas flaquearían sin duda.

—No tengo miedo —dije con determinación, aunque por dentro me moría de los nervios. Julieta me tomó por sorpresa de la nuca, me besó con pasión, como si estuviera esperándolo, y yo no la detuve, porque también lo había estado esperando.

Ella comenzó a subir el borde de mi falda a cuadros, sus dedos sobre mi piel me causaban estragos de emociones. Era jodidamente peligroso lo que estaba haciendo, era una locura, pero era Julieta, y siendo ella, todo estaba bien.

Sus dedos llegaron a mi ropa interior, la cual ya estaba totalmente mojada por la excitación que tan solo su toque me producía, la hizo a un lado y empezó a explorar lo más profundo de mi ser, Julieta trataba de callar mis gemidos de placer con sus deliciosos besos con sabor a nicotina. Lo peligroso de la situación lo volvía aún más excitante. Comenzó por masajear mi clítoris, haciendo círculos y llevándome al punto del climax, luego paró para introducir un dedo, lo movía tan lento que lo sentía como una tortura, sabía que ella lo disfrutaba, disfrutaba que le rogara por más, luego metió dos dedos, pero el ritmo seguía tan lento.

—Por favor, Juls, no me tortures más —le rogué, mientras sostenía con fuerza la esquina de la manta.

—Pídemelo, pequeña, quiero oírte decirlo —dijo con una tranquilidad tan envidiable.

—Follame, por favor, házlo rápido, no soporto más —dije, casi grité. Julieta metió tres dedos los sacaba y metía, acariciaba mi clítoris y podía escuchar cómo se estaba masturbando ella, cada vez más rápido y con más ritmo, cada vez más y más y más.

En mi último orgasmo, no pude evitar soltar un gran gemido que probablemente escuchó el mundo entero, pero no me arrepentía. Ella terminó y me besó, un beso tierno y apasionado a la vez. Se limpió un poco y nos abrazamos, sobre la manta, en aquel parque solitario y oscuro.

Julieta, ¿Cómo olvidar su nombre? Si ella fue mi perdición, su boca, su cuerpo, sus labios, era tan adictiva, como una droga de la que jamás escapas, te sentías tan bien estando con ella y cuando se íba, al instante notabas su ausencia. Julieta.

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