Prólogo

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Hace 5 años atrás.

"La memoria de muchos hombres era fugaz, pero Tarquin siempre recordaba

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"La memoria de muchos hombres era fugaz, pero Tarquin siempre recordaba. Era lo único que alcanzó hacer desde que su sol había dado ocho vueltas y el Rey Drácula había llegado a sus puertas. Lo único que podía hacer ahora y siempre... recordar."

El desterrado príncipe navegaba por el archipiélago de las Islas de Umbría, entre quebradizos esqueletos de encallados navíos, fríos empalados por altos, negros y deformados peñascos. Las islas conocidas por ser supuesta morada de monstruos profundos, siniestras desapariciones y leyendas, que les resguardaban como la brumosa neblina de sus cercanías.

Tarquin era acompañado por tres caballeros de armaduras plateadas y yelmos grisáceos, junto también a su leal consejero y protector; Lord Todd Whitebold de Tierras del Alba.

-Sentaos, mi príncipe. –Dijo Lord Whitebold con la voz casi como un susurro. El hombre vestía una capa negra ocultando su anulado rostro. –Temo que podéis caer. –Advirtió.

Tarquin inspeccionó una vez más la bahía llena de los barcos muertos que asemejaban huesos de gigantes. Vencido descendió en la madera posando su cara sobre sus brazos, fijando la vista en los remos que avanzaban el bote a través del mar. Las maderas eran ásperas como la lija, percató Tarquin, incluso notó pequeños detalles en ellas: las dos delanteras parecían ser nuevas por sus planas superficies mientras el tercer remo estaba lleno de grietas; bien sabía el muchacho que de ese era dónde provenía la fuerza, el impulso que conducía a los frontales. Examinó al soldado que dirigía al remo quien se asimilaba su instrumento, fuerte, viejo y tosco, o eso era lo que Tarquin percibió.

-¡Mirad! –Anunció un soldado momentos después. – ¡Es la isla! –Gritó. El príncipe se levantó tan rápido que meció el bote. A lo lejos, una superficie frente a sus ojos se reveló despacio, entre la neblina; era párvula, sin árboles o rocas, monstruos u hombres, ni siquiera vida o muerte, solo una decrepita cabaña en el centro de la deshabitada tierra. Antes de zarpar aquí escuchó a varios navegantes negarse a venir, temerosos de que podrían enfrentarse a un lugar maldito. Tarquin se burlaría de ellos al volver, les contaría que las pesadillas más oscuras de eso hombres son tan insípidas como lo que estaba frente a él.

-¿Estáis seguro que está allí? –Inquirió el joven.

-La magia suele parecer simple al principio... –Reveló agriamente el soldado anciano. –Pero es solo un disfraz para lo rancio que aguarda adentro. No os confiéis, mi príncipe. No confiéis o moriréis. –Escupió saliva negra al agua.

Tarquin se sentó de nuevo, pero esta vez porque sí temía que fuese a caer gracias al escalofrío. "No puedo permitir morir lejos de mi hogar" pensó nervioso. "No podéis elegir donde morir" una cruel voz en su cabeza le recordó. "No aquí" le renegó Tarquin perentorio.    

- No tenéis porque temer –Calmó Lord Whitebold como si leyera sus pensamientos, tendiéndole una capa negra como la suya sobre las prendas de Tarquin.

Ocaso del Imperio SangranteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora